[3] ¡Hey! ¡Amigo!

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—¡Papá! —se queja uno, alargando su frase—. ¡Es muy temprano! 

La Libertad lloriqueó, triste entidad que dejaría de ser libre si no empezaba a acatar las órdenes de su padre. 

—¡Ya pe', viejo! ¡Es fin de semana! ¡Deja dormir! —Callao gritó, altanero, enojado y completamente incrédulo. 

Había quedado en el olvido el hecho de a quién le hablaba.  

De un momento a otro, y para su infortunio, su padre ya estaba en el marco del cuarto, observándolo con desaprobación. 

—Provincia Constitucional del Callao, ¿qué dijiste? —La serenidad en su voz solo volvía más macabra la escena—. A ver, repítelo en mi cara, no escuché bien. 

Callao tembló bajo sus sábanas, lamentando no haber levantado la frazada también. 

—Pa... ¿Tú sabes que yo te quiero y te adoro, verdad? —Esa nunca funcionó, pero igual lo intentó. 

«Tuve una buena vida», se dijo.  

Todos sus hermanos, como buenos hermanos, se burlaban de su desgracia a más no poder; en silencio, pero se burlaban —si no lo hicieran quedarían como la mayor vergüenza existente escrita en la historia de la hermandad—. A fin de cuentas, era la forma más clara de demostrar amor. 

Algunos de sus hermanos ya se estaban organizando para repartirse sus pertenencias: su ropa, sus juguetes, sus ahorros de dudosa procedencia, su cuarto (los más pequeños compartían cuarto) y un par de cosas más —mucho no tenía—. Sin embargo, sus ideas fueran destruidas en un lapso tan corto como un chasquido, cuando el chalaco gritó, destrozando hasta lo más mínimo sus esperanzas. 

—¡Papá...! No te habrás olvidado de recoger al tío... —con malicia, preguntó—, ¿verdad?

El mayor, cucharón en mano —el tan alabado San Martín había sido reportado como desaparecido hacía más de una semana—, se exaltó con velocidad mientras un creciente estrés insoportable se lo comía. 

Lo había olvidado. 

—Cusco, ¿qué hora es?  

Si no se apuraba quedaría como mal amigo, y se comerían vivo al desafortunado al que no había recogido de peor manera en que la culpa se lo comía a él. 

Cusco se asustó y maldijo por lo bajo en quechua, pero no tardó en responder. 

—¡Ocho en punto! —vociferó Cusco, apretando lo parpados y peleando con cuchillos contra el sueño. 

—¡Cara-! ¿Quieren caramelos? —No terminó de maldecir al ver que los más pequeños se habían despertado por el bullicio. 

Tan pequeños no eran, pero eso no quitaba el hecho de que él los veía así. 

—Bien. ¡Arequipa, pásame las llaves! —La mencionada hizo caso al instante, lanzándoselas en un truco impecable—. Cusco, cuida a tus hermanos. Ya vuelvo. 

Sus hijos comenzaron a comportarse como gallos de pelea tras de él cuando dejó caer los dulces sin decir de quién eran, pero Perú no tuvo momento para llegar a notarlo. 

 

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C A M B I O S [TodosxPerú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora