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-Historias-

Una historia.

Una historia detrás de otra.

Una historia delante de la primera.

Y muchas más historias que en la inexorabilidad se cuentan a la par.

Pero esas son otras historias que me temo aún no se deben contar.

Solo se necesita la paciencia para su llegada debidamente tardía.

Así se quiso. Así será.

Golpeó en el estómago, con tal fuerza que el sujeto se vería obligado a escupir sangre

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Golpeó en el estómago, con tal fuerza que el sujeto se vería obligado a escupir sangre. Golpeó una vez más, sin dar el permiso de respirar. Imprimió su puño otra vez, y siguió percutiendo en un patrón iracundo.

Se acercó y golpeó. Retrocedió, se acercó y, bueno, ya se sabe.

Su percutir no daba, o no quería dar, indicios de parar.

En algún punto los puños no fueron suficientes, así que fueron complementados con patadas.

El sujeto, con seguridad, habría terminado muerto, si fuera ese el desafortunado caso, pero Perú se había limitado a golpear un saco.

Plasmó cuanto pudo en ello sus emociones, cuatro siglos de vida de algo le tenían que servir.

Y, aunque sí, de algo habían servido. Algún miserable algo para otro, había aprendido: El control que se tiene sobre uno mismo hace la diferencia entre tu vida, o la del enemigo. Pero claro, siempre hay terceros.

Estampó su puño una última vez mientras las gotas se deslizaban con más lentitud, y se enojó con la duquesa al darse cuenta de que tenía razón.

Maldito-bendito mapa el suyo.

Escuchó por el intercomunicador en su oído que lo llamaban. Llevó su mano hasta su oído y contestó con una maldición suave en medio.

Se había metido en eso, así que ahora tenía que hacer una parte de toda su parte: Entrenar a quienes dejó en el pasado.

Algunos de un pasado más reciente que otros.

Todo lo que jode, o es que no agrada, o bien, es porque no se le puede enfrentar. Él se quedaría con lo primero.

La pelea que tenía que darles para entrenar sería rápida, aunque quizá esta vez deba tener cuidado, les darían armas, y él no quería mancharse más las manos.

La duquesa es parte de otra historia. Ochenta años sería suficiente para retroceder.

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—Escojan una y diríjanse al campo. A quien se tarde le invitaré un trago, le presentaré a la hija que no tengo, le haré creer que lo aman, haré que crea que tiene mi consentimiento, y luego haré que mi preciosa niña imaginaria les dispare ahí abajo. ¿Ya escogieron su arma? ¿Sí? —Nadie dijo nada y el entrenador alzó el bigote walrus junto a su mueca—. Qué bueno. 

C A M B I O S [TodosxPerú]Where stories live. Discover now