[11] El arte de llegar tarde

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Débiles rayos de sol se cuelan entre las persianas mal cerradas de la habitación, llenando la penumbra de aquella que, Soledad, básicamente y como la personalidad más distinguida, era lo único que podía reflejar. Sin embargo, poco después, cuando los rayos comienzan a mortificarle, él abrió los ojos. 

Gruñó cual animal y se resignó a levantarse. Caminó, meditabundo y descalzo por su habitación hasta llegar al pequeño mueble que le funcionaba como escritorio. Prendió su celular: quería revisar la hora.   

Terminó mirando la fecha y hora.   

Ahora, además de insomnio, tenía ganas de mandar todo al carajo.   

—¿Se me va a volver costumbre empezar mal siempre? 

En 30 minutos era la reunión, el lugar en el que se llevaría a cabo estaba a 30 minutos de donde estaba. Chasqueó la lengua y comenzó a buscar su ropa y, mientras lo hacía, notó una nota al lado de su celular, cuidadosamente doblada y pulcra en su totalidad. 


No te querías despertar, así que me fui sin ti. 

Suerte. No llegues tarde. 

Flojo. 

Atte. Yo. 


Gruñó aún más enojado que antes. Primero, ¿cómo demonios había entrado a su cuarto? Ah, cierto, Noruega lo acompañó los anteriores días en su habitación junto con su adorable bolsa de dormir de rana para que él mismo se durmiera de una vez por todas. Los malos sueños no pararon al igual que casi no durmió, pero la intención era lo que contaba. 

Ahora, sin embargo, no pensaba así: ¡Al diablo con su intención! Le iba a dar todas las palizas que no le dieron. 

Su alarma no se había apagado sola. Su ropa no se había escondido sola. Y la apuesta que hicieron tampoco se había hecho sola. Le iba a dar una lección al cara de guanábana. Llevaba décadas sin perder ni una sola, ¿ésta no sería la excepción? Contando que ya solo le quedaban veintiséis minutos para llegar, quizás su racha perfecta estaba por ser destruida. 

—Cuando te encuentre te voy a matar. 

Corrió cuan rápido le permitían las piernas y la vista juzgona de los transeúntes

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Corrió cuan rápido le permitían las piernas y la vista juzgona de los transeúntes. El traje ajustado le empezaba a molestar con ligereza cada que el doblez del cuello se alzaba y le pegaba una cachetada, al mismo tiempo que se disculpaba de las pobres personas que empujaba por accidente. Tenía su celular en la oreja, sosteniéndolo con la mano izquierda. Hablaba con la queridísima organización del demonio hijo de su madre —aunque no tuviera. 

Mira su reloj un momento; diez minutos. 

Gira abruptamente en una esquina muy pronunciada, apoyándose del suelo para no caer y continuar corriendo. No tuvo gran oportunidad para prestarle atención a las quejas de la organización que hablaba al otro lado de la línea por lo que, durante un momento, cuando el camino fue recto por entero, se decidió a escucharlo. 

C A M B I O S [TodosxPerú]Where stories live. Discover now