4. El Traslador

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Maraton 2/4
Campeonato de Quidditch II

Ahí estabamos; padre e hijo Diggory, los Weasley, Hermione, Harry y yo. Todos juntos yendo hacia vaya a saber qué, porque el señor Weasley y Diggory eran los únicos que tenían idea.

Todo iba bien, los gemelos y yo bromeando; molestando a Ron, apostando quién ganaría el partido al que vamos a asistir.

—Apuesto por Irlanda. —Y saqué de mi bolsillo una bolsa con 50 galeones.

—Como sea, Bulgaria les romperá el trasero. —Respondió Ron, también sacando una bolsa de su bolsillo, pero ésta solo tenía 20 galeones.

—Nosotros estamos del lado de Irlanda, lo siento Ron. —Agregó George, y Fred asintió.

—¡Necesito apostar más! ¡Hey, Ginny! Ayúdame con tus ahorros, por favor. —Espetó Ron, pero la menor de los Weasley solo se giró hacia él y negó con la cabeza.

—Ni estando en mis peores momentos alcohólicos gastaría mi plata en esas apuestas, Ron. —Y se giró, continuando su conversación con Hermione.

—Hagamos esto, Ron, si tu querido Victor Krum, digo, Bulgaria. —Y me dirige una mirada de odio.— Si gana, prometo comprarte lo que sea.

—¿Lo que sea? —Y un brilló pasó por sus ojos.

—Lo juro. —Respondí con una sonrisa, que él me devolvió al instante.

—Espero no trames nada, Ron enojado es un Ron que no querrás conocer. —Susurra Fred.

—Irlanda ganará. —Digo en voz alta.

—Ya veremos. Bulgaria les romperá el culo. —Dice Ron en un tono altivo.

—Si Irlanda gana, ¿Qué me darás, Ron? —Pregunto con un tono de picardía.

—Uno de mis hermanos. —Responde riendose, como si para mi fuera una broma...

—Acepto, pero más te vale que Molly no se entere que vendiste a Charlie. —Respondo seria.

Al parecer cada uno de los presentes escucharon tal conversación y no tardaron en reírse a carcajadas, momento al que no tardé en unirme.

Charlie se giró hacia mi, dirigiendo una sonrisa de picardía.—Quién diría que te gustaban mayores, eh, Lupin. —Dice aún riendo.

—Yo supongo que es por ser pelirrojo más que nada. Hasta me casaría con Ginny, pero todavía no me gustan las mujeres.

—¡¿Todavía?! -Interrumpe Harry. Haciendo que Charlie, los gemelos y yo comencemos a reír.

—¿Y yo? —Pregunta Ron, con ojos de cachorro mojado.

—Por Merlín, Ron, tienes que saber que con llevar el apellido Weasley me conformo. —Y le guiño un ojo.

—¡Basta de tonterías, niños! ¡Estamos por llegar! —Espeta a unos metros el señor Weasley.

—Como sea, Molly hizo un buen trabajo. —Digo entre susurros, casi para mí misma.

—Maldita pervertida. —Responde Fred, dándome un leve codazo en el hombro.

—Y tu madre también. —Agrega George, dándome un guiño. —Digo, lo del trabajo, tú me entiendes.

Todas las risas se acabaron cuando llegamos a un campo abierto, donde una vieja bota descansaba sobre una pequeña colina, a unos metros de nosotros.

—¡Bien, todos! Cada uno tome una pequeña parte del zapato, por favor. Con poner un dedo será suficiente. —Explicó el señor Weasley.

Con cierta dificultad, debido a las voluminosas mochilas que llevamos, nos reunimos en torno a la bota vieja que agarraba Amos Diggory.

Todos permanecimos en pie, en un apretado círculo, mientras una brisa
fría barría la cima de la colina. Nadie habló.

—Tres... -comenzó el señor Weasley, mirando al reloj—, dos... uno...

Ocurrió inmediatamente; se sintió como si un gancho, justo debajo del
ombligo, tirara hacia delante con una fuerza irresistible. Los pies se
habían despegado de la tierra. Iban todos a enorme velocidad en medio de un remolino de colores y de una ráfaga de viento que aullaba en mis oídos. Tenía el índice pegado a la bota, como por atracción magnética. Y entonces... tocamos tierra.

Fred aterrizó sobre George, pero un tercer peso cayó sobre ellos, yo. Maldigo a Fred por agarrarse de mi brazo mientras caía.

—¡Fred, voy a matarte! Por Merlín, mi brazo... —Y comienzo a frotar donde dolía.

Ambos se levantan, sacudiendo su ropa y su cabello.

—Deja de llorar, no tienes nada roto. —Dice Fred, haciendo burla con su lengua.

Levanto el dedo del medio y se lo dirijo.

—Tú tendrás cosas rotas si me molestas así.

—¡Vamos niños, no perdamos el tiempo! —Espetó el señor Weasley.

Habíamos llegado a lo que, a través de la niebla, parecía un páramo. Delante de nosotros había un par de magos cansados y de aspecto malhumorado.

—Buenos días, Basil. —saludó el señor Weasley, agarrando la bota y entregándosela en mano al mago, que la echó a una caja grande de trasladores usados que tenía a su lado.

—Hola, Arthur. —respondió Basil con voz cansina— Estás libre hoy, ¿eh? Qué bien viven algunos... Nosotros llevamos aquí toda la noche. Esperen... voy a buscar dónde están... Weasley... Weasley...

Consultó la lista del pergamino.

—Está a unos cuatrocientos metros en aquella dirección. —Apuntó hacía una parte que no pude distinguir, la niebla estaba molestando mi vista.

—Gracias, Basil. —dijo el señor Weasley, y nos hizo a los demás una seña para que lo sigamos.

George y yo comenzamos a caminar como si fuéramos soldados muggles e imitamos exageradamente las caras que tenían esos dos magos; ambos muy serios. Nos echamos a reír, hasta que tuvimos a la vista una gran planitud llena de tiendas de acampar.

Dos almas | Fred WeasleyWhere stories live. Discover now