Por eso estaba ahí, para permanecer fuera de la vista de Thielo. Para terminar cansada, sucia y con las manos tan porosas que nadie querría sus caricias.

No era la primera vez que recibía quehaceres tan retorcidos e inútiles. Arrancar los hierbajos del jardín no era su tarea. Para algo tenían un jardinero, pero tal y como con la hilarante última idea de Maeve, ordenándole abrir un nuevo camino en el campo, corriendo ella mismas las piedras y la tierra solo con una escoba raída, ya podía contar con todos los dedos de la mano a los empleados que había privado de sus tareas para que Alexandria las ocupara.

Alex se quitó el sudor de la frente, resignada. En verdad, no había nada que pusiese hacer en su posición. Lo único que podía hacer era esperar a que el doloroso plan de su ama funcionara y su hijo se olvidara de ella.

Sí, Thielo era guapísimo. Incluso, podía pensar que le gustaba mucho. Pero estaba dispuesta a alejarse tanto como le fuera posible de él si esas tareas se terminaban. Sabía cuáles serían los problemas a enfrentar si realmente el joven amo se salía con la suya.

Probablemente, seguiría tratándola de forma amable durante un tiempo. Si tenían un hijo, incluso podría protegerla durante su embarazo, pero ya sabía bastante de la mano de las criadas y de otras esclavas para entender que los hombres se olvidaban de las mujeres cuando ya tenían todo de ellas.

Sin embargo, el problema con ser una esclava era que, si Thielo un día lograba acceder a ella sin la supervisión de su madre y le ordenaba tenderse desnuda en su lecho, no tendría más remedio que hacerlo. Era eso, o ser todavía más castigada.

Suspiró y se apartó los mechones rubios y rizados que se le habían escapado del moño. Se tocó despacio la frente y emitió un gemido. Sentía la piel tirante y seca, a causa de las quemaduras que el sol le estaba ocasionando. Realmente, odiaba el sol.

—¡Alexandria! ¡Deja eso y ven aquí ahora mismo!

Giró la cabeza hacia la casa. Su ama apenas si se había quedado más de un segundo fuera de la sombra de las galerías, haciendo un claro alarde de su privilegiada posición. Le hizo señas con las manos y luego desapareció entre los rosales.

Seguro Thielo acababa de marcharse, lo que significaba que por fin podría volver a dentro, al reparo de una buena sombra, oscura y deliciosa.

Recogió los últimos hierbajos arrancados con las manos y los metió dentro del saco de tela donde los ponía al arrancarlos. Volvió a acomodarse el cabello y marchó hacia el patio de la casa. Maeve la esperaba bajo las enredaderas con una decidida expresión molesta.

—¿Has terminado ya?

—Sí, señora.

—Muy bien, niña —respondió la señora, descruzando los brazos—. Mi hijo se ha marchado a visitar a su prometida, así que aprovecha para fregar dentro mientras tanto.

Sumisa como debía ser, Alexandria bajó la cabeza lo suficiente como para rendir respeto a su ama y pasó de ella en dirección al patio delantero. Todo eso significaba que tendría que fregar como loca y en tiempo récord para no cruzarse con el joven amo.

Pero, aún así, lo agradecía. Sus manos resecas estarían en contacto con agua fresca y podría descansar de tener el sol clavado en su nuca. Al menos durante una hora.

Arrojó balde tras balde de agua sobre la losa llena de tierra y empujó la escoba contra el piso. A sus diecinueve años era una chica bastante experimentada en las tareas domésticas. Sabía limpiar, cocinar, labrar, cosechar y servir. Cualquier hubiera dicho que era una ama de casa ejemplar, una buena esposa. Pero claro, ningún hombre en su sano juicio se comprometería con una esclava. Por eso estaba bien tener en claro que Thielo jamás la miraría como algo más que un juguete de temporada.

Destinos de Agharta 2, NyxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora