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Capítulo 2

—Arlene Vivien Evans Wals— llamaron por la bocina.

Salí de mi habitación luego de lavar mis dientes y ponerme el típico uniforme del convento. Bajé las escaleras con cuidado y llegué a la sala de esperas, donde unos vigilantes me esperaban.

—Tienes visita, cariño.

—¿De quién se trata?

—Tu padre, Thaniel Evans.

Ambos me tomaron por cada brazo y caminamos hacia el jardín de visitas. Justo de pie al frente de la fuente, mirando a nuestra dirección, se encontraba mi padre.

Pude darme cuenta de que sus tatuajes estaban recién retocados, su cabello liso y rubio se movía con el viento y apenas eran notables unas arrugas en la esquina de sus ojos.

Detuve mis pasos y ambos guardias me miraron con preocupación. Hice temblar mi cuerpo y abrí muchísimo mis ojos, también mis labios e hice que mi respiración fuera más pesada.

—Él... no me lleven con él... por favor... se los ruego... no quiero ir con él.

—Arlen ¿Qué pasa?

—Él... él me jodió la vida— comencé a llorar— ¡NO QUIERO IR CON ÉL! ¡NO QUIERO!

—Es tu papá.

—¡NO! ¡NO QUIERO QUE SEA MI PADRE! ¡LO ODIO!

Y así fue como a los 10 minutos estaba en mi habitación, acostada leyendo un libro.

Sí, hacer como si estoy loca era una buena manera de manipulación. Ni siquiera tuve que saludar a papá, aunque me miró con sus ojos asesinos porque sabía perfectamente lo que estaba haciendo.

¿Qué te puedo decir, papá? Nos parecemos muchísimo.

La puerta de mi habitación se abrió y por el olor que inundó mis fosas nasales pude saber quién era.

—Gabriela— la miré —. ¿Necesitas algo?

Gabriela era una chica de mi edad, muy intensa y pegajosa para mi gusto, pero se puede decir que era mi única casi amiga en ese lugar.

Era muy bonita, muchas veces la había visto sin el uniforme y podía asegurar que tenía un cuerpo envidiable. Caderas anchas, buen busto, abdomen plano, alta y con una cintura delgada. Además, sus rasgos faciales también eran bonitos. Ojos azules, al igual que los míos y su cabello completamente negro.

—Le robé el teléfono a una hermana.

—Wow, qué peligrosa, aléjate que me das miedo.

—¿Puedes bajar tu libro y concentrarte en mí?

Le hice caso, pero 1 minuto después. La miré y le sonreí con hipocresía.

—Con este teléfono podemos llamar a quien queramos— me lo extendió y lo tomé dudosa—, por si quieres hablar con alguien.

—Gracias— volví a coger mi libro para leer y bajé el teléfono.

—Llama a alguien, pues.

—No.

—Te pareces a Jade de Victorius, amargada.

—Si llamo a mi madre... ¿Te vas de mi habitación?

—Sí, promesa.

Ella se sentó en el suelo y yo me incorporé para hacer lo mismo en mi cama. Encendí el teléfono y marqué el número de mi madre, ni siquiera sé por qué lo hice, supongo que mi yo interior quería saber de ella.

Caos PerfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora