Capítulo 57: La noche de antes.

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 Todos, con mentes, la mayoría perturbadas y causas complejas, pero al fin y al cabo, descifrables. Pero en aquel caso de maltrato, aquel caso, era especial. 

Tampoco, ni mucho menos, era el primero. Pero si, el primer hombre, que aún con amantes y largos viajes, pegando a su mujer y a su hijo, les había chantajeado para que no se marcharan. 

Como si de alguna manera enfermiza los necesitara. 

Y aquello era lo que me confundía. ¿Por qué los quería cerca de él, si no le importaba las apariencias que podía dar y ni si quiera sentía algo por ellos?

Suspiré total y absolutamente frustrado. Exasperado. 

Mi mano cogió el asa de la taza de café y la llevé a mis labios. No tardé en sentir el caliente líquido bajar por mi garganta, y esperé a que la cafeína hiciera efecto, mientras observaba el reloj de la estantería, acomodado entre libros. 

Las dos de la mañana. Todavía tenía cuatro horas para que amaneciera, ocho para el juicio, seis para dormir, lo que me dejaba dos horas más para descubrir aquel rompecabezas. 

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Débora.

Volteé en la cama hacía la izquierda. Hacía la derecha. Y de nuevo, observé el blanco techo de mi habitación. 

No podía dormir. Llevaba así varias horas, desde que había decidido, en un vano intento, acostarme pronto, para así mañana presentarme junto a Clay en el juicio, lo más descansada y tranquila posible. 

Lo que había fallado estrepitosamente.

Por mucho que hubiera intentado cerrar mis ojos, mis párpados se abrían como si tuvieran vida propia. Además de que los nervios, mientras mordía mi labio inferior, no me ayudaban demasiado. Estaba a punto, incluso, de morderme las uñas. 

Intenté tranquilizarme, todo saldría bien. 

Todo iba a salir bien, debía salir bien.

Clay se lo merecía, y yo tenía que estar allí, dándole fuerzas, apoyándole, haciéndole saber que ya no estaba solo. Que estaba a su lado. 

Pensé en él, y en las ganas que tenía de estrecharle entre mis brazos, no tardé en notar como mi corazón se aceleraba, y sonreí como una tonta. 

Nunca había sentido algo parecido por nadie como lo hacía por Clay, si quiera con Drew, aquel chico que trabajaba conmigo en la hamburguesería. 

Era irónico, mi primer desamor me había echo que conociera a aquella persona que ahora hacía que aquellos días en los que le veía se convirtieran en los más especiales de mi vida, y que tuviera dibujada en mi cara una permanente sonrisa tonta. 

Cogí mi móvil, y aún sabiendo la hora, tecleé ese mensaje. 

Quería que supiera que me tenía a mí. Que le quería, que le apoyaba, y que no le abandonaría. 

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Clay.

El pitido de mi móvil, más que sobresaltarme me sorprendió. 

Mis ojos, cansados y adornados por dos oscuras ojeras, por lo poco que había dormido en los últimos días por aquellas asaltantes pesadillas, se posaron en el celular ahora iluminado. 

Tanteé con la mano, sin querer girar si quiera la cabeza, en busca del móvil y cuándo lo encontré, lo aferré y lo atraje hacía mí. 

Observé los cuatro números que marcaban la hora en la pantalla táctil de mi móvil. Casi las dos y media de la madrugada. 

Jamás pensé en ti: Mentira. EN PAUSA.Where stories live. Discover now