Dos.

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Quiso dejar de sentirse culpable, lo intentó, quiso dejar de experimentar aquella sensación tan dolorosa en el la parte izquierda de su pecho pero le fue imposible.

Los días seguían pasando y no había rastro alguno de Izuku por ninguna parte. No había actualizado sus publicaciones en redes sociales, tampoco le llegaban los mensajes, notas de voz o llamadas que el cenizo o sus amigos le hacían, sencillamente desapareció del mapa con la misma rapidez con la que subió las escaleras luego de esa espantosa noche de la pelea. Los únicos que sabían del paradero de Izuku eran los profesores y el director, pero por supuesto, nadie estaba autorizado de compartir esa información con los estudiantes.

Mina, Denki y Kirishima constantemente tenían que obligarlo a comer, recordarle que debía tomar agua, hacerle entender que una ducha diaria es lo esencial y convencerlo de tomar su medicación por las noches. La voz cansada de la pelirrosa a altas horas de la madrugada diciéndole a Bakugo que debía descansar era lo único que podía ser escuchado por los largos y estrechos pasillos de los dormitorios.

Momo intentaba hacerlo reír con cada estupidez que se le ocurría, al igual que Sero, le contaban chistes, se exponían a situaciones vergonzosas o sencillamente hacían el ridículo como era normal en ellos, pero nada de esto fue efectivo a partir de la mañana en la que encontró aquella nota en el dormitorio del peliverde.

Midnight constantemente hablaba con él, siempre se les veía sentados debajo de uno de los árboles más frondosos de toda la UA, gracias a su insistencia había logrado que, al menos, el cenizo entendiera que si no se alimentaba ni se ejercitaba constantemente no estaría en un buen estado de salud cuando Midoriya volviera.

Bueno, si es que algún día volvía.

Esa era la pequeña voz con la que Bakugo batallaba cada mañana al salir a trotar, aquella que aparecía cada vez que tenía un plato de comida frente a él, la que lo perseguía y le taladraba la corteza cerebral mientras tomaba una ducha, estudiaba o sencillamente se encontraba con la mirada perdida.

Esa voz que le intentaba convencer de que cualquier esfuerzo que él hiciera pensando que Izuku regresaría era inútil. Lo perdió porque era un idiota, lo hizo sufrir, lo humilló y le hizo sentir como un total fenómeno delante de las personas más importantes para él.

No lo merecía, no era digno de su perdón ni de su benevolencia, tampoco era merecedor de siquiera volverlo a ver en la vida.

En esos momentos donde su mente se encargaba únicamente de recordarle lo jodido que estaba tenía que recurrir a lo que Midnight llamaba un "estado de vacío total", lo que consistía en una serie de respiraciones conscientes junto con la presión de ambas manos encima de su pecho, era lo único que podía calmar aquellos pensamientos pesimistas, deprimentes y en ciertas ocasiones sumamente preocupantes.

En esa rutina consistía la vida del cenizo: Despertar, trotar por cuarenta y cinco minutos, hacer ejercicio por una hora, desayunar, tomar sus antidepresivos, ir a estudiar, almorzar, entrenar con sus compañeros, volver a hacer ejercicio, cenar y quedarse encerrado en su habitación toda la noche.

La preocupación por el estado tan deporable en el que se encontraba el cenizo no solo alarmó a sus amigos, sino a sus profesores y demás personal de la escuela, por ende, sus padres terminaron enterandose de todo lo sucedido por boca de su profesor, Aizawa.

Su madre había intentado animarlo invitándolo a pasar el fin de semana en casa, cocinando todos y cada uno de los platillos favoritos de su hijo e incluso visitando sus lugares preferidos, aquellos que frecuentaba cuando se sentía sobrecargado por alguna razón y necesitaba relajarse.

Pero nada funcionaba.

Quizás era aquel tono naranja de las paredes de su habitación, aquellas que había pintado con ayuda de su amado peliverde entre pequeñas pausas para besos, risas y chistes sin sentido, o también podía ser el olor de todas aquellas deliciosas combinaciones que su madre solía cocinar y que Izuku aprendió a prepararle para alegrarlo luego de un día difícil o, sencillamente, solo era el hecho de escuchar por allí las mismas canciones que el pecoso solía tararear mientras acariciaba su cabello al dormir.

𝘿𝙀𝙎𝘿𝙀 𝘾𝙀𝙍𝙊 | k.dWhere stories live. Discover now