TPD | diecisiete

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—¡No lo entiendes!—desesperada, lo empujo con las pocas fuerzas que pude reunir —, no te necesito, solo causas problemas.

Frunciendo su entrecejo, el dolor pinta cada una de sus facciones. La culpa y lástima brillaban como dos grandes focos durante la noche. Furiosa tomo entre mis dedos la tela delgada de su playera, y, pese a las lágrimas que salían sin parar, lo miro directamente a los ojos.

—No necesito tu compasión—bramo, empujándolo nuevamente—, no quiero tus mentiras—retrocediendo, se deja hacer, sin inmutarse—. No soy ingenua, sé que sólo fui sexo, así que no trates de hacerme creer que hubo cariño en tus acciones.

Profundizando esas emociones que empezaba a odiar, baja la cabeza. Arrugando su playera, dejo que mis puños impacten contra su pecho. Estaba desesperada, quería borrar aquella mirada. Necesitaba cambiarla y hacerle olvidar el desastre que soy.

El sonido de la puerta es más persistente. No tenía tiempo. Con el corazón latiendo por el terror, y la emoción provocadas por el tatuado, tomo sus manos para adentrarlo a la habitación y encerrarlo en el armario. El aturdimiento no lo deja hablar por varios segundos, y, cuando por fin puede hacerlo, se limita a mirarme con entendimiento. Ambos sabíamos que no podía exponerlo, exponernos de aquella manera tan atroz, porque nadie podría salvarlo ni siquiera yo.

—Puedes pasar—hablo, dudosa. Había pocas posibilidades que fuera mi padre, siempre ha sido así. Nunca me ve a la cara después de los castigos, solo hasta pasar las semanas vuelve a la rutina de padre ejemplar. Porque nada pasa en esta casa, somos una familia que cumple con las normas, la familia amorosa.

Sin soltar la sábana, me envuelvo nuevamente. No importa quién fuera, la vergüenza bullía en mi interior, no tenía el respeto ni siquiera de los empleados. Ser degradada y exhibida como un animal exótico eran imágenes acumuladas con diversión para todos en esta casa. Pese a mis súplicas de retirarlos de la habitación o cerrar la puerta, mi padre disfrutaba de mostrar su poder delante de todos.

—Traje vendas nuevas—la voz femenina se abre paso dentro del silencio nervioso. No quisiera sentirme aliviada cuando noto a la mujer de mi padre, pero lo hago.

Murmuro un agradecimiento a su vez que tomo de sus pálidas y delgadas manos abundantes vendas. Bajo de ellas, pomadas y pastillas me son entregadas, asombrada, me limito a mirar a la señora que observarme con cierta duda.

—Si se entera que estás aquí...

—Se fue de viaje—me corta, regalándome una sonrisa que pretende ser tranquilizante, apoya su mano sobre mi hombro—, ve a la cama, te ayudaré a curarte.

Quiero negarme, pero la mirada que me da es suficiente para hacerme saber que no quiere discutir. Nerviosa, le echó un vistazo al armario, seguía cerrada. No quería ni imaginar si Jungkook viera el desastre en mi espalda, pese a no ser la primera vez, todas las marcas una vez sanadas, de lejos no podían verse, cosa contraría si tocan y examinan de cerca. Aquel día en su departamento fui demasiado cuidadosa con el contacto sobre esa zona, y si lo notó, no dijo absolutamente nada.

—¿Te lo dijo mi padre?—pregunto. Quería que fuera un sí, pero faltaba percibir la tensión en su cuerpo y su boca apretarse en una fina línea para entender que nuevamente los empleados hablaron de la situación como si fuera el chisme del año.

—Los despedí—me dice en su lugar. El olor a hierba proveniente de la pomada me tranquiliza, y dejo que pase la cremosa sustancia por cada una de las heridas. El escosor era mínimo, pero seguía presente como un recordatorio de lo imprudente que fui.

—No puedes hacerlo cada vez que suceda.

—Lo seguiré haciendo hasta que mantengan sus bocas cerradas—masculla. Sabía lo molesto que era lidiar con el problema, no obstante, que mi padre se encargara de ello no terminaría con un simple despido. Si bien no estaba segura el tipo de trato que mi padre le daba a los traidores, no podía ser nada bueno.

Rodeando mi torso con las vendas lo mejor que puede, acomoda mi ropa en su lugar. El ambiente se empieza a tornar extraño conforme pasan los segundos y nadie intenta romper el silencio construido por la falta de confianza. Sabía que parte del problema se debía al pelinegro oculto en mi armario. No podía imaginar el caos si alguien lo descubriera dentro de la casa, todos correrían hacia mi padre como ovejas en un rebaño, con el objetivo de tener cierto favoritismo.

—Tu padre llegará hasta el próximo mes—informa, levantándose con la delicadeza que la caracteriza. Echando un vistazo al armario, una sonrisa tensa se coloca en sus rojos labios—, pero las visitas imprudentes y no deseadas en la casa no se discuten.

Lo que antes me hacía sentir cómoda y, de cierta manera, cómoda se esfuma tan pronto me doy cuenta del sentido de sus duras palabras. Aterrada, mi boca reseca se abre en una patética acción de desviar su atención. Balbuceando palabras incoherentes, mis manos tiemblan y el nudo en mi garganta impide el paso de otra oración estúpida. Impido su paso furioso hacía el mueble aún con la torpeza en mis movimientos, no podía entender el rechazo de mi familia hacía Jungkook, lo que en un principio pensé que era un capricho de mi padre, fue diluyendose en una posibilidad casi fantasiosa. Que la mujer de mi padre muestre la misma actitud, me hace marear ante la inclinación que mi parte racional estaba dirigiéndose.

—No es lo que crees—pegando mi espalda a la madera, impido que abra la puerta—, él solo quería despedirse—aseguro, dejando a un lado la inseguridad, tomo sus manos en un acto de piedad—, estaba a punto de irse cuando llegaste.

El empujón suave me hace separarme del material duro, y la impresión de la situación me hace procesar todo de forma lenta. Separando mis manos de la mujer enfurecida, Jungkook junta nuestros dedos. La confianza y desagrado en sus facciones me desorientan, porque puedo encontrar cierto reconocimiento por ambas partes. Con la mandíbula apretada, mantiene su mirada altanera en la mujer que hace tan solo unos segundos me trató con cierto cariño.

—No eres bienvenido en esta casa, así que mientras mi paciencia siga en pie, lárgate de aquí—moviendose hacia la puerta, nos da una última mirada—, no me hagan tomar acciones que no les agradaran a ninguno de los dos.

Como si fuera una clase de señal, dejo salir todo el aire que estaba reteniendo por culpa de la tensión que parecía persistir en el lugar. Removiendo mi mano de la otra mucho más grande, lo miro con sorpresa y desconcierto. No podía terminar de digerir lo sucedido, no cuando él seguía en esa posición de defensa. Las venas enmarcadas en sus brazos me dan un claro indicio de la fuerza que mantiene en sus manos hechas puño, y el color pálido en su rostro no hace más que subrayar lo poco preparado que se encontraba para enfrentar a mi madrastra.

—¿Te tocó?—pregunta suavemente, en un intento de contener su cólera. Mirando la venda que sale de la camisa, cierra sus ojos con fuerza—, lo está volviendo hacer, me está jodiendo de nuevo—brama sin retener la rabia que parecía absorberlo. Frunzo el ceño, no podía entender nada, era como estar en un segundo plano siendo solo espectadora.

—¿Quién?

Detiene sus manos sobre su cabello, respirando con rapidez, me mira de esa forma que hacen mis piernas temblar. De esa manera tan absorbente y abrasadora que me dejan sin habla. Lo miro tragar con fuerza, su ánimo pasando a un estado de alerta. Negando, toma nuevamente mi mano.

—Ven conmigo—propone con desesperación, acercando su cuerpo, permite que su frente descanse sobre la mía, cautivandome con la intensidad de su mirada y el olor tan característico de él—, escapa conmigo, liebling.

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Tarde pero seguro. Ahora si, cualquier error no duden en avisarme

TPD. Tocada por Dios | J.JungkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora