CAPITULO 29

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Sunah/Argelia.

Antoni.

Con la máscara puesta, me agacho a tomar la arena negra que palpo con los dedos. Lo que era un espléndido paisaje, ahora tiene un color oscuro, lóbrego, al igual que el panorama frente a mí, el cual me muestra a Sunah vuelto cenizas.

El humo emerge de los cadáveres despedazados y quemados, las viviendas no son más que escombros en medio de un ambiente bochornoso e insoportable, el cielo se va oscureciendo, a la vez que los relámpagos avisan que se aproxima una tormenta, trayendo un escenario que refleja la apesadumbrada tristeza de los que sobrevivieron, «Oh guerra, que cruel y sorpresiva te has puesto».

Me levanto acomodando mi corbata, el fogaje que rodea me hace sentir como si el inframundo estuviera orgulloso de sus creaciones, y es que algunos somos capaces de crear el peor de los suplicios con HACOC, HASSE y mil cosas más. Yo, Antoni Mascherano, soy capaz de abrir las puertas que te sumergen en el peor de los calvarios. Así como otros son capaces de crear, dirigir ejércitos despiadados que arrasan con todo, arrastrándote a lo más hondo del purgatorio, hay quienes tienen herramientas capaces de convertir la tierra en un verdadero infierno.

Elevo la vista al cielo pasando la sequedad que avasalla mi garganta, no puedo dejar que el enojo nuble mi cabeza y busco la forma de calmarme, haciendo uso de mi paciencia, la cual distrae mi rabia imaginando las mil formas de hacer sufrir a Rachel James.

—Señor —un uniformado detiene su auto a mi espalda—, lo requieren con urgencia.

—¿Qué pasó?

—No me informaron —aclara—. Angela Klein y Bernardo Mascherano me pidieron que lo llevara a su sitio lo antes posible.

Vuelvo a acomodar el nudo de mi corbata, la impaciencia no es algo que pueda dejar que me avasalle ahora, he debilitado a uno de los mejores pilares del otro lado con lo que más me gusta y es el sufrimiento eterno, el cual los hace desesperarse, arrastrarse cuando ven a su ser amado apagado, sin vida, sin esperanza, ya que mis daños son irreversibles y por más que anhelen una solución nunca la van a encontrar.

La arena se levanta cuando el soldado acelera después de subir. El olor a muerte sigue presente y me quito la máscara haciéndola a un lado.

—¿Ali ya apareció? —pregunto.

—No, señor.

El auto avanza por varios kilómetros, pasando por un sin fin de colinas, escombros y restos mortales hasta que se atraviesa la línea que lleva a Túnez. Los Jeep de la FEMF están estacionados afuera de la vivienda semi destruida y no puedo con el inexplicable desespero que me abarca como si supiera que adentro me espera algo.

Bajo rápido cuando el soldado se detiene, Bernardo sale pasándose la mano por la cara y sigo de largo hallando a la persona que está tendida en medio de la sala con la ropa destrozada, con la cara cubierta de sangre, lleno de quemaduras, raspones y lesiones que me apresuran a él.

—¡Lucian! —Lo llevo al suelo cuando intenta levantarse sujetándose la pierna ensangrentada.

—La onda expansiva alcanzó la avioneta donde venía y con la que pretendía entrar a Argelia —explica Angela—. Intentaron aterrizar, pero se fue contra una de las colinas. Por suerte no estaban dentro del perímetro de la detonación.

Se queja desorientado, las lesiones necesitan atención médica de inmediato.

—¡¿Qué esperas para trasladarlos a Italia?! —le grito a Bernardo.

DESEO,  (BORRADOR)Where stories live. Discover now