Lechuza

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Esta era una mañana de esas que son tan frías y húmedas, que calan hasta los huesos,  y hacen que la depresión de algunos se sientan aún peor; que incluso, pueden volver a los extrovertidos en caracoles tímidos, que solo quieren ocultarse entre sus sábanas. Definitivamente el tipo de mañana que él apreciaba. El muchacho se había levantado antes de oír su alarma, propio de un mal descanso, típico de su habitual ansiedad.  Tenía un tragaluz en su cuarto que le permitía ver la luna en las noches despejadas, pero que durante el resto del día, solo emitía una tenue luz. Era lo primero que veía al despertarse;  y lo último, al dormir. Aquel día bajó con el cabello aún mojado, en sandalias, como si el frío no le importara.  Bajó las escaleras y cruzó el umbral de su puerta principal para cumplir con su ritual de alimentar las palomas, con la misma solemnidad que un cura impartiría la misa. Mas al salir, vio algo que captó por completo su interés, distrayéndolo de las palomas y sus gorgoteos.

Con la mirada perdida por varios minutos presenció como una lechuza, grande y blanca, jugaba con una cuculí. Así como lo haría un gato con un ratón, o una niña con sus muñecas, parecía haber cierto sadismo en su actuar, pues no correspondía con ningún instinto conocido, ni tenía función alguna. Desconcertado por primera vez en muchos años, se quedó mirando aquella rara  y majestuosa ave. El rostro ovalado y blanco, con apenas algunas marcas oscuras, le recordaba la luna llena que tanto lo embelesaba al ver su tragaluz. El animal estaba a unos metros de las palomas que él alimentaba, muy tranquila en medio de la pista, sin temor a ser interrumpida. Daba la impresión de estar realizando un ritual: mientras sostenía con sus garras a la pequeña paloma, la acicalaba con su pico. Luego la soltaba y dejaba que se aleje solo un poco. La paloma inexplicablemente no huía, quizás intimidada o apegada por una perversa atracción. Por momentos la lechuza alimentaba a la paloma con pedacitos de pan que ella misma cogía, pero sin soltarla de sus garras. Era como si fuera su mascota, aún así había algo perturbador en aquel cuadro. Luego, de rato en rato, de forma aleatoria, teniéndola aún retenida, le lanzaba guijarros, como para fastidiarla. Repitió ese largo proceso por casi una hora, hasta que se aburría y empezaba a apretar más fuerte a la agobiada paloma, que por momentos ya no se movía en absoluto. Todo esto lo hacía con una mirada vacía y honda, y un rostro carente de emociones.

El muchacho miraba desconcertado,  desde lejos, también atraído por esta bella ave y sus acciones. Nunca vio si se llegó a comer a la cuculí, pues en ese momento fue interrumpido por Rox:

- Oye, no deberías confiar en las lechuzas - dijo apareciendo detrás de él, sin que por primera vez no lo notara.

- Esto no parece real... - dijo con su típico tono frío, saliendo de su ensimismamiento. Luego volvió a buscar a la lechuza, pero solo halló la neblina, la calle y el silencio.

- Relájate Muchacho de Ojos Tristes, no todo tiene que tener un significado complejo. Lo decía por que las lechuzas igual que los zorros son animales silvestres, pueden ser peligrosos, traer enfermedades...

- ¿Qué tienen que ver los zorros? ... ¿Acaso, no viste la lechuza? 

Ella río tímidamente - Bueno tiene alas... - y dijo esto haciendo un gesto de aleteo con las manos, dando a entender que se había ido volando, como si su amigo fuera un niño tonto.

Si había algo que lo enojara, era que lo tomen por alguien simplón. Rox lo sabía, y quizás por eso dudó en responder de inmediato. Él Le dio una mirada rencorosa, mas ella estaba complacida. Nada que hiciera si amigo podría romper su seguridad.

- Te ves guapo enojado,  hasta pareces más humano.

Él se calmó. Ambos ingresaron a la sala.

- No le veo sentido coquetearle a alguien con quién sabes que jamás va a ocurrir nada. - dijo él sin si quiera voltear mientras iban a sentarse.

- No te creas tan importante. - replicó ella con sarcasmo. Él dudó y trató de elaborar una respuesta digna de su supuesta inteligencia, sentado como siempre en su sillón. Ella estaba con una casaca de cuero rojo, y una bella chalina anaranjada. Por primera vez en años, había una rara tensión entre ambos.

- No me creo en absoluto importante en el orden de la existencia. Ni tú ni yo lo somos. Es solo que coquetearme a MÍ, es similar a coquetear a esas inteligencias artificiales que no son más que reflejos de tus propias palabras. Sólo te daré respuestas racionales.

- No hacía falta que me des esa perorata de existencialismo barato. Te conozco, sé bien qué somos y a dónde vamos. Pero a veces me decepciona ver que alguien tan inteligente se toma tan en serio algunas cosas, las personas verdaderamente inteligentes no se toman tan en serio.

- ¿Y tú eres una de esas? - dijo él desafiante, mostrando una rara pasión por discutir. Ella sonrió y con toda calma le respondió.

- Sí. ¿Lo dudas? ¿O crees que enmascarar tus emociones eleva tu IQ ? No me ofende lo que dices, sé que me respetas y valoras. Solo que a veces me preocupa todo ese rollo de personaje de manga... - se mantuvo en silencio mirándolo y luego tiernamente lo besó en la frente.  Él se sentía contrariado, realmente desnudo y desarmado por primera vez.

Esa tarde Rox había demostrado de nuevo ser más inteligente que él y, aunque siempre lo había sido,  nunca había recurrido a hacer alarde de sus capacidades. Ese jaque mate lo dejó enojado al principio, y lo hizo cuestionarse todo por varias horas. Pero muy en el fondo, había cierto placer en fallar, y que sea ella - a quién confiaría su vida sin análisis previos- quién lo haga caer en ese error. Deseaba fallar, ser falible, mostrar sus inseguridades, su vulnerabilidad, y que su amiga lo ayudara. Quería que Rox le ayude a quitar de a pocos esa rancia cáscara. "¿Por qué sigo con este teatro? Esto es débiles", gritaba su mente, pero no se atrevía a hacer partícipe a Roxana, quien adoraba limpia y sanamente, de todas sus "niñerías".  Esa noche noo pudo dormir, pensando en Rox... pero cuando al fin se durmió, vio entre sueños el rostro de aquella lechuza, tan cerca como si fuera a picotearlo. Al día siguiente, algo cambió en su hábitos:  bajó desnudo sin bañarse, pues algo que vio al despertar lo había dejado perturbado. Había visto posarse en su tragaluz  aquella lechuza, que mirándolo fijamente, sostenía en sus garras una de las migajas que solía lanzar. 

La LechuzaWhere stories live. Discover now