El Muchacho

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Él llevaba toda la mañana entretenido ordenando la colección de vasos de sus padres, los cuales eran tan frágiles como banales. Al fin, después de algunos años, tenía de nuevo la casa  solo para él , aunque esto no significara mucho en su vida. Este era un joven delgado, pálido, de aquellos que uno podría juzgar de indolentes a primera vista. Ciertamente vivía sin apasionamientos ni intereses relevantes y, a lo largo de su vida, solo había tenido tres parejas,  todas relaciones "infelices". Pese a que su mejor amiga le decía que él era una víctima (lo cual era cierto casi siempre), él sentía que merecía lo que le pasaba. Su mejor amiga era de ese tipo de personas que son tan geniales que, al oír de ellas, cualquiera piensa que estás inventando lo que dices. Ella, sabia y fiel amiga con amor filial, no solo era su apoyo, era hasta cierto punto, su salvación. Por todo ello, después de pasar varios malos ratos, al fin se decidió a oír sus consejos, resignándose a estar solo y tranquilo, sin pensar demasiado en pasatiempos ni en romance. 

Sus pasatiempos eran propios de alguien de ochentaiún años, pero en realidad, apenas tenía sus dieciocho bien clavados. Tenía el documento de identidad abandonado entre sus chucherías, pues para quien vive sin excesos, ese documento solo sirve para sacar cita en el seguro. Cada mañana a las 8 en punto salía a alimentar a las palomas cuculíes para verlas comer en silencio. Esa era su mayor su satisfacción, igual que la de los jubilados en los parques.

Su única amiga tenía exactamente su misma edad, y esta se vio atraída de inmediato por aquella alma silenciosa que parecía ser más una figura de porcelana a escala real, que un ser humano. Por su parte este chico jamás se sintió atraído por ella - pese a ser una chica atractiva, espigada, sobre el metro setenta y con el típico estilo rebelde - , ya que la vio desde un principio sólo como su hermana. Ella era demasiado común para su gusto... aunque siendo objetivos, en realidad resultaba demasiado sana emocionalmente para sus patrones autodestructivos, algo de lo que obviamente no era consciente.

La calle residencial, llena de jardines, casi ausentes de vehículos, parecía sacada de alguna película de terror, pues la fría neblina la cubría perennemente. Aún así, el muchacho tomaba una ducha fría cada mañana. No le importaba la molestia del frío, pues cualquier cosa que lo despertara y le hiciera sentir algo intenso valía la pena. Luego, caminaba desnudo hasta su cuarto, y con el cuerpo aún mojado, pasaba varios minutos mirando el techo hasta que se secaba de tanto esperar. Después se vestía y tomaba exactamente el mismo desayuno cada día: leche deslactosada sin azúcar, y un pan con mantequilla. Nada de café, nada de azúcar, "ninguna sustancia ajena a lo natural" según sus propias palabras... las palomas empezaban a llegar entre la neblina, motivadas por el condicionamiento que les permitía sobrevivir. Estaba solo en casa, sin sus padres y su sobreprotección, pero sobre todo, estaba solo en el deseo.

Dejaba la puerta siempre abierta, no le importaba que le roben (quizás debido a su aburrimiento lo deseaba secretamente), además la calle parecía abandonado a todas horas, sea porque la gente trabajaba casi todo el día, o porque tenía pocos vecinos, así que un robo era poco probable. Se pasaba la tarde viendo televisión y escribiendo notas ininteligibles en un cuaderno viejo. Leía más por una obligación interna, que por disfrute, "mantener el cerebro sano es prioridad", sin embargo, mostrando incoherencia, podía pasar horas frente la tele hasta que el hambre le recordaba su existencia.

Solía cocinar arroz con huevo, no porque no supiera hacer otras cosas, sino, más porque amaba la simpleza del plato y el predominante color blanco de los huevos duros y el arroz. Blanco al levantarse, blanco en su mente, y ahora una luna llena blanca. Aunque a veces pedía hamburguesas por las noches, siempre estaba buscando las más sencillas, sin salsas en absoluto. Vivía "bien", no era pobre definitivamente, y aunque desempleado, era claro que tenía privilegios para poder tener esa rutina tan vacía, sin que le signifique un problema. El simple hecho de vivir en esa zona residencial, ya es para mucho, estar lejos de la vida real. "¿Podría alguien sentir lástima por mí?", se recalcaba siempre, pretendiendo un consciencia de clase, pero sin salir de su zona de confort,  pues luego volvía a su habitual queja interna, a una abulia digna de Antoine Roquentin. El resto del tiempo era para ordenar y limpiar la casa de forma compulsiva, como buscando simbólicamente aclarar algo en su mente.

Su amiga, Roxana (que usaba el alías de Rox con su amigo), solía aparecer de improviso dentro de la  casa del muchacho. Su amistad empezó de esa forma: ella llegó un día sin avisar, cuando eran niños. Los padres del chico se molestaron con el chico por dejar la puerta abierta y ella de inmediato intervino para disculparse. Un acto de madurez impropio de sus cortos 5 años, que hizo que se gane la confianza de los señores de la casa, que ni preguntaron de dónde venía. Ya habían pasado más de 13 años desde ese día y, apenas sus estudios pre universitarios la agobiaban, ella salía corriendo de su casa y se metía sin anunciarse en el cuarto de su amigo. Entraba y cambiaba de lugar los impolutos vasos, tratando de molestarlo. Sin embargo a él ni le incomodaba sus inesperadas apariciones ni el desorden que hacía, y siempre la recibía en silencio, mirándola con cierta indiferencia. Simplemente se levantaba, ordenaba las cosas de nuevo y saludaba a Rox con un tímido "hola, qué tal".

¿Cómo Rox, alguien tan linda y con varios pretendiente podría ser su amiga? Si bien la chica tenía autoestima aún así se sentía atraída por esta alma taciturna. De hecho, alguna veces había entrado mientras él caminaba desnudo, y al ver su andrógina figura, había desarrollado cierto fetiche en imaginarlo así, con su elegante y pálido cuerpo. A ella no le gustaban los chicos atléticos, de hecho le causaban cierto desagrado, y quizás su amistad se basaba más en sus silencios, en la simple aceptación de la presencia del otro. Como un zorro y un gato mirándose en silencio.  Ciertamente jamás lo vio como una pareja, sabía quién era, y quizás lo conocía mejor de lo que él se conocía. Sin embargo, era consciente que no hay nada más saludable que poder fantasear y vivir sin complicaciones. Si algo funciona y no daña, por qué no hacerlo.

- Me recuerdas a una canción de Janet - dijo ella una mañana al verlo mirando el vacío mientras desayunaba.

Sin dejar de mirar el vacío él respondió. - Qué cliché... es bastante obvio saber qué canción es.

Ella río tiernamente mientras él al fin volteó la mirada. - No entiendo de qué te ríes, pero puedo imaginar de qué. - Ella respondió muy tranquila - No me subestimes, me da risa que alguien como tú sepa de qué canción estoy hablando. ¿Me dirás que la conoces por cultura general?

Por primera vez Rox, vio sonrojarse a aquel muchacho de quién ni siquiera sabía su nombre. Su agudeza lo tomó por sorpresa. Se acercó, y lo abrazó de nuevo, movida por un legítimo impulso. El chico se puso aún más pálido de lo habitual.  

Esa noche él durmió mal, peor de lo habitual, pero no sería hasta la mañana siguiente que vería algo que consideraba digno de llamarse inusual.

La LechuzaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin