Capítulo XXV

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16 de septiembre de 1561.
8:45 a.m.

K a t h e r i n e  d e  A u s t r i a .














    Un día.

    Un día desde que Isa se enteró de la desaparición de Charles, y su guardia española ya anda buscando al rey por todos los rincones del país. No he podido escapar de la mira de la esposa de mi tío en estas últimas veinticuatro horas, pues me ha tenido ocupada charlando sobre lo que pasó y el cómo podría afectar los planes del rey español, quien si se enterara de esto pasaría a estallar de furia por la osadía de mi esposo secreto, quizá hasta prohibiéndole algún acercamiento a mí.

    Pero también se aprovecharía de esto para invadir Francia y tal vez hasta olvidarse de usarme para reclamar Inglaterra.

    Siendo sincera, tengo bastante suerte de que Isabel siga creyendo esa mentira de último minuto que ella misma se inventó y que yo dejé que se creyera para salvar mi pellejo, algo que agrava mi situación con Catalina y Narcisse, aunque este último no me importa tanto considerando todo lo que hizo y lo que posiblemente podría hacer con tal de asegurar su poder en el futuro.

    Es decir, ninguno de sus planes parece haber funcionado hasta hoy y justo ahora, que no hizo ninguno, no parece haber una excepción.

    En fin, justo ahora estamos entre uno de los tantos espacios al aire libre que hay en la corte, presenciando el duelo entre Floyd y Fernando. El inglés de ojos verdes y yo acordamos que, para que el aragonés crea que tiene la ventaja, le daríamos unos días antes del enfrentamiento para que pueda practicar con la espada.

    Aún así sigue siendo un principiante considerando que Floyd tiene años de entrenamiento pues mi padre, al ver que su condición mejoraba, le enseñó a él también.

    Sobre todo porque en ese momento Ricardo era apenas un bebé y papá quería recordar cómo enseñarle esgrima a un niño pequeño.

—Katarina —oigo la voz de Isabel a mi derecha, lo que me devuelve a la realidad—. ¿Estás segura de que tu sirviente podrá derrotarlo? Aunque la pelea está más que arreglada según me contaste y por cómo puedo ver, ya he oído del pasado que tienen ustedes dos —me susurra—… y el por qué lo elegiste como tu único caballero de compañía. Tu tío y mi esposo, el rey Felipe, me contó personalmente esa historia —toca con su dedo índice mi hombro, de una forma que la hace parecer tan confiada en sus acciones como estoy segura de que siempre finge ser.

    Yo sólo río entre dientes mientras veo cómo es que Floyd finge estar algo aporreado por todo este proceso, tan sólo para que el aragonés de pelo y ojos marrones vuelva a creer que tiene la ventaja.

    Pobrecito, lo que le espera.

—Mi segundo al mando en La Red y gran amigo en la vida, Floyd Waste —imito en broma su manera de hablar—, ha mejorado en su condición pulmonar durante estos últimos años, aún cuando los expertos franceses no superan a los españoles… según algunos —tuerzo la boca por un corto tiempo—. Hace unos meses fue apuñalado en el estómago igual que yo, excepto que por una espada, y aún así aquí lo vemos a punto de cantar victoria contra un noble al que no le enseñaron nada según parece. Ni siquiera Charles, quien tiene su edad, pelea así como este idiota con el que mi madre me quiere comprometer —le comento.

    Tal y como estoy diciendo, de un momento a otro Fernando cae al suelo desarmado, y el ojiverde se queda apuntándole con su espada mientras sigue de pie. Oigo a Catalina declarar en francés que Floyd ha ganado el duelo, lo cual hace que muchos de los espectadores aplaudan sorprendidos, más por sorpresa y tal vez hasta cortesía que por respeto supongo, considerando que noto que algunos siguen con los prejuicios en sus miradas y unos pocos ni siquiera aplauden.

Después del OlvidoWhere stories live. Discover now