Capítulo XI

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26 de junio de 1561.
7:54 p.m.

F  l o y d  W a s t e .












Entonces pueden entrar al castillo —concluye Bash luego de la explicación de Catalina y de la nada llega Narcisse.

Terminé herido para conseguir el oro que se les debía, para que se les pagara a sus soldados por la campaña en Escocia —Mary mira con furia al recién llegado luego de su reclamo.

    “¿No debería seguir en reposo? Apenas pasaron dos días desde que llegó herido de los alpes.”

¿Quién creerá eso ahora? —comenta el virrey—. Para el ejército será como si los hubieran asesinado para no pagar la deuda militar.

Tiene razón, pasó en nuestro castillo —empieza Catherine caminando unos pasos hacia Narcisse—, Charles y yo seremos culpados por esto.

Es lo que los rebeldes quieren —declara Mary logrando que Narcisse y Catherine la miren, aunque en realidad todos la estamos mirando—. Incriminarte para que el ejército se alce contra los Valois, incitando a una rebelión.

    La regente tan sólo baja la cabeza antes de negar con la misma.

Entonces la tarea es simple —empieza Stéphane caminando por el comedor—. Los soldados... no deben saber qué pasó, nadie debe saber.

¿Y cómo mantendremos ese secreto? —Charles inquiere con algo de frustración.

Enterraremos los cuerpos —interrumpe el canciller.

¿Quién sabe de esta cena?

Muy pocos —responde Catalina a la pregunta de Bash—, sus esposas, amigos y seguidores.

Sabían de la invitación. ¿Quiénes supieron de su llegada?

Nadie excepto nosotros, y algunos sirvientes.

Tal vez la Red de Fantasmas por igual —sigo a la respuesta del rey, quien respondió la pregunta de Narcisse.

Lo dudo mucho, nadie tenía órdenes de vigilar este comedor esta noche —comenta Katherine.

Hay que silenciar a los sirvientes, y a cualquiera de La Red. Sebastian, reúnelos, sobórnalos para que callen —ordena la regente—, igual ustedes dos con sus espías —nos mira a mí y a Katherine—. ¡Si se rehúsan les cortaré la cabeza!

—... No creo que se rehúsen —decreta Bash con su clásico sarcasmo luego de una disimulada sorpresa ante las palabras de la madre de sus medios hermanos.

La verdadera pregunta es en dónde enterramos los cuerpos —pienso en voz alta a propósito para que todos me escuchen—. No creo que debamos lanzarlos al río como hicieron con el Cardenal Morel.

Mis tierras no están lejos de aquí, tengo un lugar donde podemos enterrarlos —sugiere Narcisse.

¿Cuántos hombres crees que necesites para que carguen los cuerpos? —pregunta la castaña de ojos grises.

Tan sólo los más fuertes entre todos tus espías, no envíes demasiados —responde el mayor entre los hombres.

Entonces iré a buscarlos —decreto antes de irme por las puertas.

Que no se enteren. Y los que saben no pueden decir ni una palabra —aclara Katerina.

Yo me encargo —me detengo momentáneamente para dedicarle una sonrisa ladina.

Después del OlvidoWhere stories live. Discover now