VEINTINUEVE

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Las puertas se encontraron en el centro, sellando una vez más el mausoleo. Led y Axel saltaron sobre Olivia para disolverse en un gran abrazo grupal, los tres reían y lloraban a cantaros a causa de la felicidad que los abordaba. Volvían a estar juntos, a salvo.

Evol se acercó a Rakso, con la simple presencia de su hermano quedaba clara la situación: Eccles fue vencido y Blizzt se había hecho con el control del Seol, como era de esperarse.

—¿Qué procede ahora? —preguntó Evol, desvaneciendo el martillo en una nube de vapor.

—Descansar y aprender de nuestros errores —señaló el demonio de la ira con cierta tranquilidad—. Mañana reconstruiremos el palacio y enfrentaremos la situación del Tercer Cielo. Juntos.

—¿Juntos?

Rakso asintió.

—Tú, Blizzt, Lux y yo... Y Anro, si así lo desea.

—¿Qué hay de Belzer? —interrogó el demonio con grandes ojos marcados por las medialunas de la adicción.

—Está muerto —dijo sin rodeos—. Blizzt acabó con él y Lux arrojó su cuerpo al Abismo.

—Ya veo... —Evol se vio arropado por un gran alivio. Sus peores miedos habían sido borrados.

Rakso se percató de ello y curvó una media sonrisa.

—Ya puedes regresar a casa tranquilo.

—Despídeme de ellos —pidió el demonio de la gula, mirando al grupo de amigos que permanecía enfrascado en una animada conversación—. No quiero interrumpir su encuentro.

Evol se dio la vuelta y abrió una de las puertas del mausoleo, la oscuridad al otro lado era espesa y penosa, pero, al no ser un exiliado como su hermano, fue capaz de ver a través de ella con ayuda de su visión nocturna.

—A Anro le dará un ataque cuando sepa lo de su fortuna.

Rakso rio ante la idea. Por nada del mundo, se perdería la expresión del demonio de la avaricia al descubrir que sus arcas habían sido vaciadas en sus narices.

Evol desapareció en la oscuridad, y las puertas, una vez más, volvieron a sellarse.

Mientras la plática entre los mortales y el mestizo se extendía, Rakso aspiró una bocanada de aire y se acercó al grupo, sus ojos clavados en Led desbordaban una amabilidad que el joven no pudo descifrar del todo.

—Creo que quiere hablarte a solas —susurró Olivia a su oído.

—S-sí... Entiendo —balbuceó, con el rubor pigmentándole las mejillas. Los nervios habían provocado que su voz se escuchara más alta de lo normal.

Y con grandes zancadas, siguió al demonio por aquel campo de lápidas, acompañado por la luz de la luna y las sombras de los árboles.

—Te apuesto todas las magdalenas que quieras a que se lo dirá —desafió Olivia con superioridad.

—Trato hecho.

Sus manos se estrecharon y los dos sonrieron con divertida picardía.

***

A los pies de un árbol, y sitiados por un sombrío bosque de tumbas, Rakso detuvo la marcha al considerar que se hallaban en un buen lugar para conversar, apartados de todo, donde no serían interrumpidos ni escuchados. El corazón le martilleaba con potencia.

—Quería decirte dos cosas —Al instante, el demonio de la ira clavó una rodilla en el césped y, con la mirada gacha, tomó la mano de Led. El mestizo se encendió como la punta de un cigarrillo—. Quiero pedir tu perdón, Led. Por mi culpa, tú y tus amigos se vieron arrastrados en todo este asunto infernal. Puse a tus amigos en peligro, no fui muy amable contigo y en más de una ocasión estuviste a punto de perder la vida, sin embargo, lo que más me duele es que no pude cumplirte... No pude recuperar tu fragmento de alma —Miró a Led, y éste sintió como su corazón se trituraba al ver las lágrimas fluir por las mejillas del príncipe—. Perdóname por fallarte, por no cumplir mi palabra.

Led era incapaz de abandonar su estado de estupor.

Esa noche, Rakso estaba decidido a decirle todo, dejaría que sus lágrimas, sus arrepentimientos y todos sus sentimientos fluyeran hasta quedar en cero.

—Rakso... —El joven obligó al demonio a ponerse de pie, sin romper la unión de sus manos. Lo miraba con amabilidad, con dulzura—. No hay nada que perdonar.

—Pero...

—Todo esto sucedió por una razón. De no ser por ti, no habría conocido la verdad, no me hubiera hecho una persona más fuerte... Y lo mejor, es que pude conocerte. Tal vez sea extraño que lo diga, pero, me has devuelto la fe, la esperanza de que todos podemos cambiar si así lo queremos.

—Pero... ¿Qué hay de tu alma?

La mirada de Led entristeció.

—Cuando Eccles la destruyo, pude sentir como una parte de mi era arrancada y borrada. Me perdí y caí en un vacío al que no quiero volver. Aun me duele su perdida, y cuando regrese a casa, la lloraré hasta quedarme sin lágrimas, porque yo también le hice una promesa que no pude cumplir. Pero sé que ese Led no hubiera soportado verme derrotado, él querría que siguiera viviendo, que siguiera creciendo y fuera feliz... Y eso planeo hacer —La mano derecha de Led se cerró en un fuerte puño sobre su pecho, cerca del lugar donde latía su corazón—. Estaré bien, Rakso. Gracias a ti, soy más fuerte.

El demonio sonrió y apretó al joven en el círculo de sus brazos, feliz de sentir aquel cuerpo contra el suyo, el calor, ese olor a fuego que desprendía y que tanto le gustaba respirar. Led había despertado muchos sentimientos en él, sentimientos que nunca antes había experimentado y que por nada del mundo los cambiaria. Ya no era solamente la rabia, dentro de él convergían el miedo, la tristeza, la felicidad, el cariño... El odio y el resentimiento ya no dominaban su corazón.

—¿Qué era lo otro que querías decirme? —indagó el mestizo, curioso, aun contra el pecho de Rakso.

El demonio tomó cierta distancia. Sus mejillas estaban encendidas y era incapaz de mirar a Led a los ojos. Aquello sería lo más difícil de su vida.

—Led —pronunció el nombre de tal forma, que la piel del joven se erizó—. Yo... Quería decirte —Sus manos sudaban, y los dedos no paraban de jugar entre ellos—. Led...

El mestizo lo miró preocupado, preguntándose qué le ocurría al príncipe.

En la garganta de Rakso se apretaba un nudo, el corazón parecía querer atravesar su pecho y huir lo más lejos posible. Sus cuernos se encendieron, debido al mal humor que lo invadía a causa de no conseguir las palabras correctas; sentía que estaba quedando como un idiota frente a la persona que más le importaba.

En el mundo existían muchas clases de sentimientos, pero era necesario convertirlos en palabras para que los demás entendieran. Led se lo demostró, le había abierto esa puerta a una gran gama de colores que no pararon de invadir su oscura alma... El nudo seguía tenso, las palabras no se le daban y el miedo lo invadió. Si no podía hablar, ¿cómo le haría saber lo que sentía?

‹‹A veces, las acciones pueden decir mucho más que las palabras. Y tú, Rakso, pareces ser el tipo de hombre que tiende a actuar antes de hablar››. Las palabras de Olivia resonaron en su cabeza. Se las había obsequiado en la noche de la exposición, antes de invitar a Led a un baile.

A los costados, cerró ambos puños con fuerza, la intensidad del rubor aumentó y Led advirtió la tensión en su cuerpo.

—Rakso... ¿Estás bien?

Las manos del demonio se relajaron y, en un parpadeo, sostuvieron el rostro de Led con una delicadeza que hizo sentir al mestizo flotar en el cielo. Sus labios se encontraron, sutil al principio, pero la presión aumentó. Los brazos de Rakso lo rodearon y apretaron el cuerpo del mestizo contra el suyo.

Led percibió el rápido latido de su corazón, paladeó el sabor de las llamas en los labios y permitió que sus dedos se enredaran en los sedosos y finos cabellos dorados del príncipe infernal. A Led, el corazón le tronaba con fuerza y había un estallido en sus oídos, como el rugir de las llamas, el batir de unas alas. Sintió que caía en la más hermosa oscuridad, para luego emerger en un lugar donde la luz siempre resplandecía.

Rakso se apartó de él con una exclamación ahogada, sus brazos seguían rodeándolo. No tenía intenciones de dejarlo ir.

—Me gustas, Led Starcrash —consiguió decir el demonio luego de un breve silencio—. Me gustas mucho.

Y sin esperar respuesta, llevó su mano al medallón, dispuesto a cumplir la última de sus promesas.

Los Siete Pecados Capitales: Príncipes Infernales (Libro 1)Where stories live. Discover now