VEINTISIETE

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—Finalmente nos conocemos, Led Starcrash —saludó Eccles, con voz magnánima y clavando los ojos de plomo en el mestizo. Belzer tenía razón, no era la gran cosa.

—¿Dónde están mis amigos? —exigió Led, dando un paso al frente con absoluta firmeza. Rakso lo detuvo al estirar su brazo frente a él.

Ambos se miraron por un momento, y eso bastó para que Eccles entendiera el vínculo que compartían. Sonrió divertido y, en silencio, llevó la mano al interior de su gabardina negra para extraer entre sus dedos un par de esferas nebulosas.

‹‹Prisiones del miedo››, dedujo Led, recapitulando en su mente el momento en que liberó a Rakso.

—Supongo que deben estar hastiados de tanta violencia. ¿Por qué no resolvemos nuestras diferencias de una manera más civilizada? —propuso el usurpador del trono, descendiendo los peldaños al igual que un cazador asecha a su presa. El grupo retrocedió, atentos ante cualquier trampa—. Yo tengo algo que deseas con todo el corazón, y tú tienes algo que necesito. Por esa razón, te ofrezco un trato, Led Starcrash.

Se había acercado demasiado. Rakso alzó la guadaña y proyecto la hoja de metal contra el pecho de su hermano en señal de advertencia. El demonio de la soberbia levantó las manos en son de paz y permitió que el arma los mantuviera a distancia.

—¿Qué clase de trato? —gruño Rakso. Su mirada era sombría, dura, y, por un instante, a Led le pareció un ángel vengador, un ángel dispuesto a hacer justicia por sus propias manos... Un ángel de la muerte.

Eccles observaba a Rakso con desagrado, luego miró a Blizzt, la víbora envidiosa de la que no podía fiarse. Sus ojos regresaron con Led al igual que dos punzantes cuchillos.

—Únete a mi —dijo, luego de un largo silencio—, y liberaré a tus amigos, incluyendo a ese despojo que dices llamar alma. Tú y yo, juntos, podemos hacer grandes cosas. Piénsalo.

Los nervios carcomían al joven como el ácido a la carne. A Rakso no le agradaba para nada esa propuesta, especialmente, el ‹‹Tú y yo›› que había pronunciado con tanto deseo y veneno. ¿Con que derecho podía hablarle así? ¿Quién se creía él? ¿Qué rayos quería de Led? Acaso...

—A mi lado, gozarás de grandes riquezas y poder —prosiguió el demonio. Led sabía que aquello era pura falacia, pues, estaba al tanto de que a Eccles no se le daba bien compartir—. Y si eso no te parece suficiente, me aseguraré de que tus amigos permanezcan a salvo —Su mirada frívola se deslizó hasta su hermano—. Todos ellos.

—No le creas —masculló el demonio de la ira, aún con la guadaña en alto. En algún momento, su mano libre se había aferrado con fuerza a la de Led.

‹‹Parece un buen trato —lo tentó su contraparte demoniaca—. Poder, fortuna... Tómalo. ¡Tómalo!››

Led apretó con fuerza la mano de su compañero, y de la misma manera la apartó, hiriendo al príncipe de gravedad. El corazón de Rakso tamborileaba al ritmo de los pasos del mestizo, y ambos se detuvieron en cuanto Led y Eccles se encontraron cara a cara. El usurpador sonrió complacido ante su triunfo y extendió la mano para cerrar el pacto.

—Has tomado la decisión correcta —se regodeó.

Led asintió, y a la velocidad de un rayo, trazó un arco con la punta de una daga sobre la garganta del rey. La sangre salpicó por todos lados, plateada y viscosa. El demonio de la soberbia cayó de rodillas, apretando con furia la sonrisa que le habían abierto. Led pasó por un lado, dispuesto a rescatar su alma de las garras del diablo. Rakso y Blizzt salieron de su estupor y saltaron sobre Eccles.

—Has declarado tu sentencia —gruñó Eccles.

Acto seguido, rugió como un poderoso trueno, al mismo tiempo que expulsaba una ventisca que terminó por derribar a todos los insurrectos que yacían presentes en la sala del trono. El piso, las paredes, toda la estructura se vio invadida por fisuras amenazantes.

Los Siete Pecados Capitales: Príncipes Infernales (Libro 1)Where stories live. Discover now