CUATRO

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Un pacto con el diablo. Ni en los peores escenarios, ni en las más locas de sus fantasías, Led Starcrash se imaginó estar ante aquella posibilidad. Había escuchado de los pactos con demonios, no sólo en las películas o en los libros, sino en la iglesia, de la palabra del reverendo, donde les advertía a los fieles sobre las terribles consecuencias que aquello traía. Siempre lo había visto como algo imposible, o una metáfora, pues, ¿cuáles eran las posibilidades de toparse, literal, con un demonio y que éste le ofreciera un trato?

—Bromeas, ¿verdad? —A Led le costaba procesar aquella palabra. Sabía que el demonio no bromeaba, y su expresión se lo decía, pero necesitaba que este se lo dijera para que fuera real.

—¿Por qué bromearía? —Rakso se había repantigado contra una pared en una actitud de superioridad—. Soy un demonio, y es lo que hago. ¿Acaso la iglesia no te enseña nada?

—Sí nos ha hablado del tema —se defendió el joven—, y también he visto muchas películas para saber que eso nunca termina bien... Al menos para el humano.

—Pero tú cuentas con una ventaja —le recordó el demonio, despegándose de la pared y rodeando a su presa con pasos acechantes—. Una parte de ti lleva la sangre del reino de las tinieblas, una parte de ti es un demonio.

Led parecía pensarlo. Lo menos que deseaba era morir aplastado sobre aquella masa de concreto y acero. Era un dilema: hacer un pacto con el demonio estaba mal, pero rendirse y esperar la muerte era suicidio... Ambos eran pecados terribles. ¿Qué podía hacer?

El furor de la incertidumbre comenzaba a consumirlo, sus puños se cerraban con fuerza y vio a un sonriente Rakso aguardando su decisión.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó con temblorosa curiosidad. Los dientes apretados—. ¿Qué puede ofrecerle alguien como yo a un príncipe infernal? ¿Mi alma para ser torturada en el infierno por toda la eternidad?

El demonio rio, y la estructura volvió a crujir junto con un temblor que hizo retroceder al mestizo.

—Pensar en el mundo espiritual como un cielo y un infierno demuestra una percepción limitada y de poco conocimiento —declaró, escrutando la mirada rabiosa del joven—. No quiero tu alma, mestizo. Lo que necesito es que me ayudes en una simple tarea —concluyó, susurrando contra su oído.

La rabia dentro de Led crecía... De pronto, el joven recordó que Rakso era el demonio de la ira. ¿Acaso se estaba enojando por su cuenta, o por la influencia del demonio?

‹‹No permitas que el mal influya en ti, Led››, recordó las palabras que su madre le había dedicado durante un verano en el que ambos pintaban el departamento.

El muchacho cerró los ojos y pensó en los momentos felices que había vivido con su madre y sus amigos. Poco a poco, la irritación lo fue abandonando, y Rakso, controlando su molestia, pudo percatarse de ello.

—¿Qué tipo de tarea? —preguntó. Su serenidad era una burla hacia el demonio.

Los labios del príncipe se tensaron en una fina línea, con la cólera concentrándose en los puños. No iba a permitir que aquel mestizo se burlara de él haciéndole perder el control.

—Hace cuatro años, un demonio llamado Eccles inició una rebelión en lo que llamas ‹‹infierno›› —comenzó, formando comillas con los dedos de sus manos para resaltar la palabra—. Con ayuda de su círculo, derrocó a los antiguos príncipes infernales y los encarceló en las profundidades de El Abadón para así hacerse con la corona y el control absoluto del reino de las tinieblas.

Led no podía dar crédito a lo que sus oídos escuchaban. Era tan fascinante como terrorífico, y una parte de él no deseaba perderse ninguna de las palabras de Rakso.

Los Siete Pecados Capitales: Príncipes Infernales (Libro 1)Where stories live. Discover now