DIECISIETE

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El túnel se extendía hasta perderse en las sombras. A los costados, excavadas en la piedra, descansaban las prisiones, húmedas y resguardadas por gruesos barrotes de acero. Con el corazón en la mano, Led avanzó, dejando que el eco de sus pasos rebotara en cada rincón.

—Ayúdenme —suplicó alguien. Se escuchaba roto y despojado de toda dignidad.

A pocos metros, una figura yacía tirada contra los barrotes de una de las prisiones. Sus manos, repletas de heridas, aferraban con fuerza los gruesos tubulares de acero. Led corrió en su ayuda, sin embargo, la impresión lo paralizó al contemplar el rostro del cautivo.

—Dios mío —musitó.

Era él, o, mejor dicho, su fragmento de alma. Éste lo contempló y retrocedió atemorizado.

—No te haré daño —le prometió Led, alzando las manos en son de paz—. Soy tu... Somos la misma persona.

El cautivo negó con la cabeza. El miedo y el hambre se fundían en una terrible mescolanza que lo hacían temblar como una gelatina. Led no podía evitar imaginar los horrores en los que había sido sometido su fragmento.

—No, no, no —repitió el alma torturada—. Sé que eres uno de ellos, no podrás engañarme... ¡Vete! —estalló de pronto, clavando los dedos en el frío piso—. Déjenme en paz... por favor —suplicó entre lágrimas y cubriendo las orejas con ambas manos.

Led depositó las rodillas sobre la graba que revestía el suelo. Sus ojos azules estaban cargados de dolor, y el alma lo pudo notar al instante, bajo las luces que proyectaban las antorchas.

—No... No eres un demonio —comprendió.

—Y no vengo a lastimarte —le aseguró, extendiendo la mano entre los barrotes.

—¿Vienes a ayudarme? —El fragmento de alma gateó hasta Led e intentó tomar su mano, pero, como si estuviera hecha de humo, la atravesó.

Led podía sentir como el corazón de ambos se hacía añicos.

—No estás aquí —advirtió el alma con tristeza.

—A veces, cuando duermo, una parte de mí se transporta a este lugar —Led lamentaba no poder rescatar a su fragmento en ese preciso momento.

—Quiero irme de aquí... Quiero volver contigo —sollozó. Su control se había esfumado, y, sin descanso, luchaba por tomar la mano de Led sin éxito alguno—. Por favor, no me dejes.

—Te prometo que vendré por ti —Ambos Led trabaron sus miradas; una iba cargada de tristeza, la otra, de seguridad y devoción ante una promesa—. Estoy trabajando en ello, pero necesito que seas fuerte. Si tú lo eres, yo lo seré, y ambos venceremos, ¿está bien?

El alma asintió. Las lágrimas goteaban sobre la piedra irregular. Su mirada lastimera se había esfumado, ahora, la esperanza lo dominaba, confiaba en que vendrían por él y que aquella tortura acabaría pronto.

—Seré fuerte...

Se escucharon pasos, y parecían provenir de las sombras que se arremolinaban en una esquina de la celda. El miedo no tardó en dominar al alma.

—No tengas miedo... Sé que es duro, pero puedes con ello.

Los gruñidos hicieron acto de presencia, y una horripilante criatura de piel escamosa brotó de la oscuridad, relamiéndose los labios y deseoso de torturar a su prisionero.

—Eres mío —siseó el demonio de ojos nebulosos.

El alma se agazapaba contra los barrotes en un inútil intento por alejarse.

Los Siete Pecados Capitales: Príncipes Infernales (Libro 1)Where stories live. Discover now