La mujer

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Por último, debemos decir algo sobre la opinión que tenía Aristóteles de la mujer. Desgraciadamente no era tan positiva como la de Platón. Aristóteles pensaba más bien que a la mujer le faltaba algo.

Era un "hombre incompleto". En la procreación la mujer sería pasiva y receptora, mientras que el hombre sería el activo y el que da. Aristóteles pensaba que un niño sólo hereda las cualidades del hombre, y que las cualidades del propio niño estaban contenidas en el esperma del hombre.

La mujer era como la Tierra, que no hace más que recibir y gestar la semilla, mientras que el hombre es el que siembra. 0, dicho de una manera genuinamente aristotélica: el hombre da la «forma» y la mujer contribuye con la «materia». Naturalmente, resulta sorprendente y también lamentable que un hombre tan razonable en otros asuntos se pudiera equivocar tanto en lo que se refería a la relación entre los sexos.

No obstante, nos muestra dos cosas: en primer lugar que Aristóteles seguramente no tuvo mucha experiencia práctica con mujeres ni con niños. En segundo lugar muestra lo negativo que puede resultar que los hombres hayan imperado siempre en la filosofía y las ciencias.

Y particularmente negativo resulta el error de Aristóteles en cuanto a su visión de la mujer, porque su visión, y no la de Platón, llegaría a dominar durante la Edad Media. De esta manera, la Iglesia heredó una visión de la mujer que en realidad no tenía ninguna base en la Biblia. ¡Pues Jesús no era anti-mujer! ¡No digo más! ¡Volverás a saber de mí!

Cuando Sofía hubo leído el capítulo sobre Aristóteles una vez y media, volvió a meter las hojas en el sobre amarillo y se quedó mirando fijamente su cuarto. De pronto vio lo desordenado que estaba todo. En el suelo había un montón de libros y carpetas. Por la puerta del armario asomaban en un caos total calcetines y blusas, medias y pantalones vaqueros.

En la silla delante del escritorio había ropa sucia en un desorden total. A Sofía le entraron unas ganas irresistibles de ordenar. Primero vació los estantes del armario ropero, y empujó todo al suelo.

Era importante comenzar desde el principio. Se puso a doblar muy concienzudamente todas las prendas y a colocarlas en el armario. El armario tenía siete estantes. Sofía reservó un estante para bragas y camisetas, otro para calcetines y leotardos y otro para pantalones largos. De esa manera llenó de nuevo todos los estantes del armario.

No tuvo en ningún momento duda ninguna respecto a donde colocar las prendas. Luego puso la ropa sucia en una bolsa de plástico que había encontrado en el estante de abajo. Solo tuvo problemas con una prenda. Era un único calcetín blanco y largo, y el problema no era solamente que faltase su pareja, sino que además nunca había sido suyo. Se quedó de pie, investigando el calcetín durante varios minutos.

No llevaba ningún nombre, pero Sofía tenía una fuerte sospecha sobre quién podía ser la dueña. Lo tiró al estante de arriba, junto a una bolsa con piezas de lego, una cinta de video y un pañuelo rojo de seda. Ahora le tocaba el turno al suelo. Sofía clasificó libros y carpetas, revistas y posters, exactamente de la misma manera que había descrito el profesor de filosofía en el capítulo sobre Aristóteles. Cuando hubo terminado con el suelo, hizo primero la cama y luego se puso con el escritorio.

Por último reunió todas las hojas sobre Aristóteles en un bonito montón. Encontró una carpeta con anillas y una perforadora, perforó las hojas y las colocó en la carpeta. Finalmente la colocó en el último estante del armario, junto al calcetín blanco. Más tarde recogería la caja de galletas del Callejón. A partir de ahora sería muy ordenada, y no se refería únicamente a las cosas de su habitación.

Después de haber leído sobre Aristóteles entendió que era igual de importante tener orden en los conceptos e ideas. Había reservado un estante en la parte superior del arriba para ese fin. Era el único sitio de la habitación que no dominaba completamente. No había oído a su madre en varias horas. Sofía bajó a la planta baja. Antes de despertar a su madre tendría que dar de comer a sus animales.

El mundo de Sofía-Jostein GaarderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora