―¿Eso es una langosta? ―murmuró la mujer, asomándose a la tina. 

Seguía mordiéndose el labio, y era una suerte que los tuviera tan carnosos, o si no ya hubiesen desaparecido. 

―Así es, para la receta de hoy vamos a...

Un chillido interrumpió su explicación. 

―¡AAH! ¡¡Se movió!!! ―gritó Debra, echándose para atrás, aterrada―. ¿Acaso... e-está viva? 

―Así es. Las langostas se cocinan lo más frescas posible. Hay quienes las cocinan vivas, pero... 

―¡¿VIVAS?! ―exclamó la joven. 

―Pero nosotros no haremos esa crueldad ―concluyó Tim, sin perder la calma―. ¿Has comido langosta antes, Debra? 

―Pues... ―La pregunta de Tim la devolvió a la realidad, desistiendo de su ataque para buscar en su memoria―. Solo el sándwich de langosta de Subway, creo...

―Bien, hoy haremos una receta sencilla de langosta, ¿ok?

―Pero Tim, yo... no puedo. 

―Yo te ayudaré en todo momento, ya verás.

―No... no puedo, Tim. De verdad. 

Él la miró, tenía los brazos alrededor del cuerpo y la vista clavada en la langosta viva. Su labio inferior estaba a punto de ponerse a sangrar. Por más que él quisiera ayudarla, se dio cuenta de que había sido una pésima idea. 

―Está bien, tienes razón ―suspiró él, aceptando su derrota―. Hagamos algo más, no hay problema. 

―¿En serio? ―dijo Debra, levantando la mirada. 

―Claro, estoy aquí para enseñarte, no para imponerte nada. Sé que es algo un poco avanzado, pero en serio te creo capaz de hacerlo. 

―¿Me crees capaz? ¿De verdad? 

―Por supuesto que sí ―asintió Tim, con toda convicción.

Debra se mantuvo en silencio por unos segundos, evaluando sus palabras, su mirada, la langosta en la tina y la tarea que ella, en cualquier otro escenario, jamás se habría considerado capaz de realizar. 

―Está bien ―murmuró―. Hagamos la receta. 

―¿Segura? ―se cercioró Tim. 

―Segura ―afirmó ella. 

Una sonrisa de satisfacción se formó en el rostro del joven. Su plan, por descabellado que sonara, empezaba a funcionar. 

La receta en cuestión sería langosta a la mantequilla de perejil y limón, una receta que sonaba bastante complicada, pero que de hecho era muy fácil. Con excepción de un pequeño paso...

―Entonces... ¿Hay que matarla? ―dijo Debra, observando con aprensión al animal en la barra. 

Tim había retirado la tina y puesto la langosta sobre una tabla de picar. Le entregó a su alumna un cuchillo. 

―Sí, adelante. 

―¿Qué? No, no puedo hacerlo yo...

―Vamos, solo entierra el cuchillo. Justo aquí ―explicó Tim, señalando la cabeza del crustáceo, que se movía sobre la tabla―. Rápido y de un solo golpe. 

―¿No hay otra forma? 

Él se abstuvo de decirle a Debra que esta era la forma más humana de matar una langosta. En los restaurantes solían aturdirlas con frío y luego meterlas vivas a una olla de agua hirviendo. Ella no necesitaba esos detalles que afectaran su sensibilidad. 

―No la hay. Vamos, tú puedes ―la animó. 

Debra respiró profundo y tomó el cuchillo con firmeza. Se acercó a la barra y tomó la cabeza de la langosta con la otra mano. El animal se movió, y la joven se sobresaltó y retrocedió otra vez. 

Tim no dijo nada, solo la observó con cuidado, mientras ella respiraba profundo y se limpiaba el sudor de las manos en sus jeans. Volvió a hacerse con el cuchillo y con calma se acercó, la tomó del cuerpo, y de un veloz y certero golpe, atravesó justo el punto que le había indicado. 

―¡Bien! Muy bien hecho, Debra. Excelente ―la felicitó él. 

―¿Ya está muerta? ¡Oh, Tim! ¡Todavía se mueve! ―se asustó la mujer, retrocediendo y dejando el cuchillo dentro del crustáceo. 

―No pasa nada, es solo un reflejo. Créeme, está muerta ―la tranquilizó él, apoyando las manos en sus hombros. 

El resto de la receta fue pan comido. Él la ayudó a partir la langosta por la mitad una vez estuvo cocida, pero por lo demás la receta fue toda de Debra. En todo el proceso solo le preguntó una vez por la cantidad adecuada de perejil, mas parecía saber qué hacer y cómo hacerlo tras una pequeña explicación suya. 

La observaba orgulloso, sin poder creer que su plan funcionó, pero fue hasta que las dos mitades estuvieron emplatadas y listas para comer, que Tim se atrevió a decir: 

―¿Viste que sí podías?

Debra levantó la mirada hacia él, sus mejillas se tornaron rojas y le dedicó una sonrisa, en parte disculpándose, en parte complacida. 

El joven fue consciente de dos cosas en ese momento. La primera, que Debra no sonreía muy a menudo. Y la segunda, que tenía una sonrisa preciosa. 

―¿Quiere probarla primero, profesor? ―preguntó ella, tendiéndole un tenedor. 

―No, adelante. Es tu platillo ―rechazó Tim. 

―Sí, pero es tu langosta ―insistió ella. 

―Tú la mataste.

―No me lo recuerdes, por favor. 

―No lo haré más si la pruebas primero.

―Vamos, hazlo tú...

―Agh, ya basta. Yo la probaré ―los interrumpió Amanda. 

Tim y Debra compartieron una mirada, divertidos, mientras la mujer tomaba un tenedor y probaba el platillo de langosta recién hecho. 

―Mmm... esto está... es tan... mmm... ―masculló mientras masticaba. 

―Muy elocuente ―se burló Tim. Si la barra de la cocina no se estuviera interponiendo entre ellos, con toda seguridad se habría ganado un codazo de su amiga. 

Degustaron la creación de Debra, que para ser de una cocinera inexperta estaba a un altísimo nivel. Él estaba de tan buen humor que sirvió copas de vino blanco para los tres, y pasaron una tarde agradable hasta que llegó la hora de despedirse. 

Tim la acompañó hasta el ascensor, sumidos en otro de sus silencios incómodos, que por primera vez no era incómodo en lo absoluto. Debra caminaba a su lado, con una expresión de serena satisfacción que le sentaba bastante bien, y que él por nada del mundo hubiese osado a interrumpir con una estúpida charla casual. 

―Oye, Tim... ―murmuró la mujer, justo cuando el ascensor llegó al piso―. Gracias por lo de hoy. En serio. 

Acto seguido, le dedicó otra de sus despampanantes sonrisas. 

Él solo pudo asentir y ya, sus labios se entorpecieron entre sí y su garganta enmudeció. Se limitó a ver cómo ella entraba al ascensor, las puertas se cerraban entre ellos y desaparecía edificio abajo. Permaneció allí por unos segundos, como un estúpido, mientras recuperaba el habla. 

―No fue nada, Debra. Nos vemos la semana que viene ―murmuró al pasillo vacío. 







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¡Feliz viernes para todxs! Lo prometido es deuda y aquí les dejo un nuevo capítulo. Estoy muy emocionada porque este es el primer capítulo totalmente inédito, que no estaba en la versión anterior de la novela. 

Espero que les haya gustado, y nos leemos el próximo viernes. 


-Nat.


Amor y Wasabi [TERMINADA]Where stories live. Discover now