CAPÍTULO 7

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Luego de la cena de introducción, a Kagome fue informada de que contaría con un tiempo no mayor a seis meses para guardar luto. Y que durante este tiempo estaría exenta de participar en cualquiera delas labores del castillo.

Kagome no tenía la fuerza necesaria para razonar y menos negociar los términos de si situación en el castillo. Así que se limitó a aceptar las circunstancias y encerrarse en su vasta habitación a lamentar todo cuando había perdido en las últimas semanas.

Aunque eso no quiere decir que se le permitió simplemente aislarse. Los residentes del castillo, especialmente aquellos que habían estado presentes durante la gran guerra youkai de hace mil años, sabían muy bien lo destructivas que podían ser la tristeza y la soledad en combinación. Especialmente si eran causadas por la pérdida de un ser querido. Kagome comía su desayuno en compañía de Rin y Ayaka. Recibía visitas por la tarde por parte de Takara o Fumiko. Y por las noches era visitada por Momoka, con quien compartía una taza de té.

Kagome no dejaba de fascinarse por las conveniencias que poseía el castillo mágico en el que ahora vivía. A pesar de estar en un tercer piso su habitación tenía acceso a un baño sauna privado, el cual no se veía en ninguna parte desde fuera del castillo.

-Puertas mágicas que conducen a dimensiones de bolsillo- le había explicado Momoka.

Las luces por su parte eran el equivalente mágico de luz eléctrica de su tiempo. Tanto las antorchas como las lámparas de interiores eran accionadas por runas gravadas en los objetos lumínicos, lo que permitía controlar no solo el encendido y la intensidad de la iluminación, sino el color de la luz.

Las paredes tenían un encantamiento que controlaba la filtración de sonido. Es decir, que los residentes podían disfrutar de absoluta privacidad, si así lo deseaban, pudiendo mantener la escucha de los sonidos del exterior.

Y finalmente, pese a estar en un cuarto sin otros accesos al exterior, bastaba con poner la mano sobre el muro y este podía convertirse en una chimenea, una enorme ventana circular japonesa, o desaparecer por completo el muro para tener una vista panorámica del exterior.

Sí, en definitiva, tenía muchas ventajas vivir en un castillo encantado.

Pero tras una semana, Kagome se encontró a si misma deseando por encima de todo la compañía de su rescatador, quien en todo ese tiempo no había vuelto a hacer acto de presencia. Kagome empezaba a preguntarse si Sesshomaru la estaría evitando o si el daiyoukai simplemente consideraba que ya no debía molestarse en ir a verla ahora que estaba a salvo.

Y entonces llegó la noche de la Luna nueva. Kagome se encontraba sentada junto a la ventaba circular, mirando la Luna nueva.

Tocaron a la puerta de su habitación. A Kagome le extrañó, pues sus asistentes ya se habrían retirado a dormir. Y las miembros de su familia que la visitaban no tocaban la puerta. La llamaban o solo entraban sin avisar.

-¿Quién es?-

-Sesshomaru-

Kagome se puso de pie de un salto y corrió a abrir la puerta. Sesshomaru estaba de pie en el ahora oscuro corredor, con su imperturbable expresión de siempre. Kagom se sintió extrañamente feliz de verlo y quiso darle un abrazo. Pero contuvo las ganas de hacerlo. Es probable que al daiyoukai no le gustaría esa clase de contacto dentro de los muros de su castillo.

-Buenas noches Sesshomaru-sama. ¿En qué le puedo servir?- dijo la miko con formalidad.

-Mamá Momo mencionó que deseabas verme-

-¿Ha... sí?- inquirió nerviosamente la humana.

-¿Acaso me mintió?- cuestionó el perro al ver la reacción de la miko.

LunaWhere stories live. Discover now