CAPÍTULO 1

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Estaba obscuro y lo único que podía percibir era un imperturbable silencio. No sabía si tenía los ojos cerrados o abiertos. No podía recordar qué había pasado ni cómo llegó ahí.

Pero la incertidumbre no le causaba miedo. Tampoco ansiedad. Lo cierto es que su mente estaba demasiado adormecida como para reaccionar de tal manera. Aún así, sabía que no podía quedar ahí. Debía regresar.

Kagome Higurashi debía regresar.

Sus amigos la necesitaban. Su familia estaría esperando su regreso. Ella tenía una misión que cumplir y toda una vida por delante después de ello. No tenía sensación de su cuerpo así que reunió la única fuerza que podía convocar en medio de esa penumbra, su reiki y su fuerza de voluntad.

Debo volver. No puedo quedarme aquí. ¡Quiero volver!

No supo cuánto tiempo estuvo flotando a la deriva en esa inmensa obscuridad, pero finalmente divisó una luz en la distancia. Como un blanco amanecer que la deslumbró por completo. Y fue así que Kagome despertó de su letargo.

Cuando la luz se despejó y recuperó por fin su visión Kagome se encontró mirando hacia un techo de madera rojiza. Elegantes lámparas de papel colgaban cerda de las cuatro esquinas de la habitación. Un relajante aroma permeaba el aire. No reconociendo el lugar Kagome intentó levantarse y mirar sus alrededores, y al hacerlo se percató de que su cuerpo se sentía más pesado que nunca. Como su la hubieran cubierto en una capa de concreto. Incluso mover sus dedos le resultó una proeza. Era como si a las articulaciones de sus dedos se hubieran quedado sin cartílago.

Ahora sí que empezaba a tener pánico. ¿Dónde estaba? ¿Por qué su cuerpo no le respondía?

-¿Ya despertaste?- se escuchó la voz de una infante.

Kagome giró la vista en dirección a la voz, lo que encontró fue suficiente para devolverle un poco de calma. Junto a ella estaba una niña de no más de 6 años, quien debía ser la criatura más tierna que Kagome jamás hubiera visto.

Su kimono blanco adornado con flores de camelia rojas. Tenía un obi morado claro, como de algodón de azúcar, atravezado por un obijime azul rey. Su abundane cabello rosa pálido estaba envuelto en con listones dorados formando dos grandes coletas a los costados de su cabeza. Y sus grandes ojos rojos, llenos de inocencia, miraban a Kagome como si fuera la cosa más interesante del mundo.

-No sabía que los humanos podían invernar- dijo alegremente.

Kagome, confundida por el comentario, intentó cuestionar a la pequeña. Pero tan pronto como abrió los labios, sintió como si alguien le hubiera echo tragar un costal de arena y empezó a toser frenéticamente.

Casi tan pronto como Kagome empezó a toser, se abrió una de las puertas de la habitación, dejando entrar a dos jóvenes yokais.

-¡Ayaka-sama, qué suce...- la sirviente enmudeció al ver a la human despierta.

-La miko despertó, pero creo que no se siente bien- respondió afligida la niña. Pues jamás había visto a nadie toser de forma tan violenta.

-¡Ve por Hekima-sensei, yo atenderé a Kagome-sama!- dijo la misma youkai a su hermana gemela, quien sin siquiera asentir con la cabeza, salió corriendo.

La yokai se acercó a una mesa del lado opuesto de la cama, sí, cama, y tomó el pichel de agua que se encontraba ahí y sirvió un vaso. Con el vaso listo, se volvió a la miko y la ayudó a incorporarse para que pudiera beber. Con manos lentas y temblorosas Kagome intentó tomar el vaso, pero finalmente la joven yokai decidió empinárselo ella misma.

LunaWhere stories live. Discover now