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En su infancia, Ink fue un niño diferente al resto. Prefería pasar más tiempo solo, encerrado en su habitación o caminando por algún lugar, que en compañía de otras personas. Claro, esto a consecuencia de la nula crianza que recibió del adulto a su cargo.

Henry casi nunca estaba en casa, por lo que Ink tuvo que aprender muchas cosas por sí mismo, como alimentarse, asear su cuerpo y su habitación, estudiar e incluso a enfrentar sus miedos, afortunadamente, esto último no era tan complicado, pues Ink sólo le tenía miedo a una persona: Su padre adoptivo.

La mayor parte de su niñez la pasó encerrado en casa sin ningún adulto que lo cuidara como era debido y ningún amigo para divertirse, esto provocó un comportamiento asocial involuntario con el resto de personas.

La primera vez que pasó un tiempo con otro niño fue en aquellas inesperadas vacaciones a una ciudad, que resultó ser, de hecho, una mudanza, su nueva casa los esperaba, ésta era más pequeña y estaba más descuidada que la anterior. No entendía nada, pero no se molestaría en preguntar, pues Henry nunca le respondia y sí lo hacía, era de una manera tajante y poco amable.

Aquel niño era albino igual que él, aunque más bajo de estatura eso sí, sus ojos eran celestes y su sonrisa era tan linda y pueril, lo que más resaltaba de su vestimenta, era aquel gran pañuelo azul que abrigaba su cuello por encima de esa blanca y pulcra camisa. De inmediato fue a conocer a Ink y lo saludo con un gran abrazo. Inesperadamente, el otro niño era muy parlanchin y divertido, incluso logró sacar unas cuantas palabras del de ojos peculiares que en un principio se negaba a conversar. Ink no recuerda mucho a aquel joven, pues sólo pudo estar con él unas cuantas horas antes que su padre lo llevara a otro lugar. Sin embargo, durante aquel tiempo, Ink comprendió que algo no estaba bien consigo mismo, pues no era capaz de sonreír con los comentarios graciosos que decía el chico de ojos azules. Se preguntó si simplemente no comprendía ese tipo de humor, sin embargo, perdió mucho tiempo tratando de descubrir otras emociones que no fuera el miedo profundo hacia su padre adoptivo.

Al mudarse a su nueva casa, que inesperadamente ya estaba amoblada y lista para que viviesen en ella, Ink comenzó la escuela primaria. Al principio tuvo problemas para pasar desapercibido con los demás, pues sus ojos llamaban la atención de los curiosos niños que al ver más de cerca sus iris cambiantes, se asustaban y trataban de evitarlo. Por lo que Ink decidió pedirle a Henry unos lentes de contacto oscuros para ocultar su extraña heterocromia. Inesperadamente, Henry aceptó.

Ink no entendía cómo Henry pudo tener paciencia y cuidar de él con apenas unos días de nacido. Desvelarse para alimentarlo cada noche y tener el tiempo para cuidarlo y mantener su economía estable. Siempre se preguntó si él había hecho algo que hizo que Henry estuviera tan enojado todo ese tiempo. Si era así, quería saberlo, enmendar lo que sea que haya hecho, pero por más que lo pregunté nunca obtiene respuesta. Y desde hace bastante, ya se ha rendido en intentar agradar de nuevo a Henry, ya ni siquiera lo veía tan seguido.

Realmente nunca intentó preguntarse el rumbo de su vida ni el motivo de seguir caminando solo hacia un futuro incierto. Sin embargo, cierto día, a mediados de su décimo segundo año, Ink experimentó una emoción, o mejor dicho, alguna clase de droga emocional tan fuerte como el miedo que sentía hacia Henry: adrenalina.

Todo sucedió cierto día que unos compañeros de clase se llevaron arrastras a Ink a un parque lleno de atracciones y le obligaron a subirse a una de las máquinas más altas.

Estando en lo alto, Ink quedó fascinado con aquella vista, pero la sensación en su cuerpo, ese hormigueo en sus manos y lo caliente en sus venas, era increíble, era como estar asustado pero disfrutar del miedo. Era la primera vez que Ink sentía algo tan intenso y emocionante.

Trastorno De Identidad Disociativa Where stories live. Discover now