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A partir de ese día el príncipe no volvió a usar el libro de su madre. Fabricó un enorme volumen de tapas rojas y empezó a escribir en él. No solo creó hechizos maravillosos para mejorar el palacio y el reino, sino también para cumplir los caprichos particulares de sus siete hermanos. Cada uno de ellos fue acercándose a él poco a poco hasta que por fin lo aceptaron como parte de la familia. El príncipe se veía contento por eso, pero no demasiado, como si el amor de sus hermanos fuera algo que tarde o temprano iba a recibir. Una vez por semana tomaba mi flauta e iba a la habitación del príncipe, quien se encogía temporalmente para bailar con el hada. El lugar era tal y como lo imaginé: modesto y de paredes blancas. No se parecía ni por asomo al cuarto del príncipe mayor, el cual tenía cortinas hechas con hilo de oro y un escritorio de hueso de dragón. Una noche fui al cuarto del príncipe brujo y, sobre su cama, vi al hada durmiendo hecha ovillo como un gato.

—Jugó demasiado el día de hoy—dijo el príncipe apareciendo a mi derecha.

Estaba muy cerca de mí. Apreté mi flauta para detener el temblor de mis manos.

—¿Entonces vuelvo a mi cuarto, su alteza?—le pregunté.

Él negó con la cabeza.

—No. Ven conmigo al sótano. Tenemos que hablar.

Lucía muy serio. Me pregunté si iba a reemplazarme.

—Todo está bien—dijo, como si adivinara mis pensamientos—. No voy a despedirte. De hecho te necesito más que nunca.

Sentí el rostro caliente. Jamás me había dicho algo así.

Nos dirigimos al sótano y él preparó té de rosas y plata. Nos sentamos en la mesa de madera. Le di un sorbo a mi taza esperando sus palabras.

—He estado creando un hechizo muy poderoso los últimos quince días—dijo, el humo plateado de su té cubría parte de su rostro—. Mañana iremos al mercado por ingredientes, pero necesitaré seis veces más que de costumbre, así que nos acompañarán varios sirvientes.

Traté de no verme molesto. Disfrutaba de mis mañanas tranquilas en compañía del príncipe y el hada, y no quería compartir eso con nadie más.

Espero solo sea por esta ocasión, pensé.

—Su alteza...—musité sin verlo a los ojos—. ¿Puedo preguntarle algo?

—Sí, adelante.

—¿De qué se trata este hechizo?

Él bebió su té y luego me sonrió.

—Quiero crear alas.

No pude evitar sonreír. Estaba seguro de que el príncipe lo lograría en muy poco tiempo y el hada por fin volvería a ser parte de aquellos bailes sobre el lago.

—Lo ayudaré en todo lo que pueda—le dije.

Y eso hice. Pasé varias noches sin dormir a su lado moliendo piedras del tiempo, mezclando sangre de grifo y de lamia y triturando hojas de laurel. El príncipe brujo escribía en su libro, y, tras fracasar en la creación de alas, arrancaba la hoja y volvía a empezar. Trataba de no verse frustrado, pero yo lo conocía lo suficiente para notarlo. El hada nos veía desde una ventana de su casa, quizá preguntándose por qué su amante estaba tan empeñado en ese hechizo.

Su alteza bostezó y se frotó los ojos. Estaba arrodillado en el suelo, contemplando las páginas arrancadas a un lado de su libro.

—Creo que debería descansar un poco , su majestad—le dije.

El hada susurró algo desde la mesa.

—¿Qué dijo?—pregunté.

—Dice que deje de hacer esto. Que ella está bien así.

Hada sin alasWhere stories live. Discover now