—¿No tendrían un poco de azúcar? —Pedí mientras escondía la mueca de asco.

—Está bien así. —Ella dio otro sorbo sin borrar su sonrisa.

—Depende de gustos. —A saber lo que el paladar de esa señora encontraba rico.

—Si lo bebes rápido no sabe tan mal. —Eso mismo decía mi abuela cuando no quería tomarme el jarabe de la tos. Por su forma de mirarme sabía que no iba a librarme, así que hice lo que me dijo. Por fortuna no estaba muy caliente. Cuando terminé dejé la taza sobre la mesa.

—Hecho. ¿Y ahora qué? —ella sonrió.

—Una joven muy confiada. —dio otro largo sorbo a su taza— ¿Y si te hubiese envenenado? —buena pregunta.

—Si me lo dice, seguramente sea porque ya será tarde para ponerle solución, así que... —me encogí de un hombro— Por mi bien espero que no sea así. Y ya puestos, por el suyo. —Mis ojos le miraron de una manera asesina. Yo podría estar muerta, pero había gente ahí afuera que se encargaría de terminar con ella.

—Soy muy vieja. La muerte no me asusta, es algo que me llegará tarde o temprano. —Pude ver el brillo de su gema entre su túnica. Podría parecer vieja, pero aún le quedarían unos buenos 15 o 20 años.

—Una cosa es que llegue, y otra muy distinta es ir en su busca. —Ella hizo un extraño gesto de asentimiento.

—Tienes razón. —Dio un último sorbo y dejó su taza junto a la mía.

La joven que llegó con la bandeja se dispuso a retirarla, con tan mala suerte, que su nerviosismo hizo que una de las tazas estuviera a punto de caer.

—¡Cuidado! —le advertí. Ella se asustó ante mi voz, pero no evitó que la taza cayese al suelo rompiéndose en pedazos.

—Disculpad mi torpeza. —Se inclinó azorada para recoger los restos del siniestro.

—Tranquila. —Intenté calmarla, pero ella me miró como si la hubiese dicho algo ofensivo, haciendo que recogiera más rápido y se fuera, creo que asustada. —Yo no quería...

—No te entiende. —Me explicó la chamán. Entonces entendí, la joven no estaba bendecida, igual que Aladín, ellos no tenían gemas que les hiciera fácil esto de entender otras lenguas.

—Pero el joven de antes...—Traté de buscarle con la mirada, encontrándole pegado a la pared de roca, lejos para poder oír, cerca para ver si necesitaban sus servicios.

—Costó encontrar a un acólito que hablase la lengua de las lunas rojas, porque esa es la que tú hablas. —Aquella mujer sabía cosas sobre mí, cosas que estaba claro que la intrigaban.

—Así es. —Mi cabeza parecía algo ligera, como... ¡Oh, porras!, ¿qué me había metido en la bebida?

—Pero no eres una roja. —Me costó un poco entender lo que estaba pasando. Aquella mujer...

—No. —Respondí demasiado rápido. ¡Oh!, era eso, me había dado algo para soltarme la legua. ¡Pero qué pedazo de ...!

—¿Y de dónde eres?

—No es necesario que lo sepas. —Fue lo primero que pensé. Menos mal que no dije de la Tierra. Mi respuesta pareció extrañarla. Seguro que esperaba que le dijera de dónde.

—¿Por qué? —preguntó. Rápidamente vino a mi cabeza la explicación de Silas.

—Por la seguridad de los míos. —Más locos buscando otra piedra blanca, curiosos... Volver la atención de la gente sobre mi planeta natal, podía ser algo peligroso para los habitantes de la Tierra. Como dijo Silas, todavía no estaban preparados para descubrir que tenían hermanos. Primero debían encontrar su árbol de luz.

—Te preocupan. —asintió satisfecha.

—Hay muchos que me preocupan. —No podía olvidar mis promesas de ayuda. Los rojos, tenía que encargarme de que recuperasen lo que habían perdido, mejorar su vida, acabar con las leyes opresoras... Miré por la enorme venta, donde la noche hacía rato que había llenado el cielo de estrellas. También tenía que ayudar a las mujeres azules, darles la dignidad que los hombres les quitaban.

—¿También te preocupan los azules? ¿Quieres ayudarles? —giré la cabeza hacia ella. Para mí era más que un deseo, era una obligación. En la Tierra había demasiadas sociedades que oprimían a las mujeres. Allí no podía hacer nada, pero aquí sí podía y...

—Debo hacerlo. —Ella asintió conforme. —Hay cambios importantes que hacer. —Una de sus cejas se alzó.

—¿Qué tipo de cambios? —La miré con intensidad, tratando de averiguar si lo que iba a decirle le gustaría o no. Ella era una bendecida, pertenecía a la clase alta, quizás estuviese en contra de ese cambio.

—Los que nos harán iguales. —Sus cejas temblaron, hasta que creyó entender.

—Nadie ha querido hacer ese tipo de cambios antes. —No sé que me impulsó a estirar mi espalda y mostrarme más regia.

—Seguramente porque no querían, o porque tenían miedo. Según yo lo veo, ha llegado el momento de hacerlo.

—Vas a provocar una auténtica revolución, joven princesa. Pero tienes razón, es el momento. —Me fijé mejor en ella, descubriendo que mi sinceridad y mis ideas parecían complacerla.

—Sé que muchos me odiarán, pero es un riesgo que estoy preparada para asumir. —Ya tenía enemigos, ¿qué importaban algunos más?

—No sé si odiar es la palabra, pero sí que hay gente que está dispuesta a pagar un alto precio por evitar que lleves la corona de este pueblo. —¡Espera!, ¿estaba diciendo...?

—¿Te han...? —Ella asintió ligeramente mientras apartaba la vista.

—Ofrecido mucho dinero, sí. Lo suficiente para comprar una ciudad entera. —Por la forma que sus ojos me miraron, supe que esa bebida de la verdad había actuado también en ella. ¿Qué le habían pedido exactamente que hiciera? ¿matarme? ¿decir que no ha podido ungirme como heredera a la corana? Estaba claro que era una mujer que había vivido mucho, y ya saben lo que dicen: "sabe más el diablo por viejo que por diablo". Si había una manera de sacarme de la ecuación, ella la conocía.

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