Capítulo 2

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Rigel

Caminamos entre túneles tan estrechos que solo podíamos avanzar en fila. No es que rozáramos las paredes, pero dos personas no podían caminar una al lado de la otra, al menos que lo hicieran muy pegadas y no les importase ensuciarse con los residuos de la pared. Los primeros exploradores lo tuvieron complicado, no quería imaginar lo incómodo que sería transportar cualquier material por aquí.

Pero todo cambió cuando llegamos a una gran cúpula de roca. Era enorme, tanto como para albergar al Fénix negro. Ocupando 1/3 de la sala había un estanque de aguas totalmente cristalinas. Aunque eso no fue lo que llamó mi atención, sino el advertir que la pared del fondo era translúcida, por lo que podía ver que al otro lado se erigía un árbol brillante de luz blanca. ¿De qué tipo de roca estaría hecha? Parecía diferente al resto.

—¿Quiénes sois y qué hacéis aquí? —Casi fue un grito lo que escuché llegar desde nuestra derecha. Una mujer alta, nos miraba de forma acusadora mientras dejaba a su espalda un equipo que parecía proteger. Por su identificación sabía que era una arqueóloga, pero parecía demasiado dispuesta a pelear para ser una amarilla. Aunque por sus rasgos...parecía una naranja.

¿Una arqueóloga naranja aquí? Eso no encajaba mucho, todo el mundo sabía que más que arqueólogos eran comerciantes de reliquias, para los naranjas todo tenía un precio. Precisamente por esa ganada fama, una naranja no debería estar tan cerca del mayor descubrimiento arqueológico de la galaxia, lo expoliaría a la menor oportunidad.

Antes de que diese un paso hacia nosotros, Rise ya estaba a su lado, dispuesto a saltar sobre ella para reducirla. Silas estaba también algo sorprendido de encontrarla allí, yo no tanto, porque se suponía que los que no deberíamos estar allí éramos nosotros.

—Tienen mi permiso. —Casi no la habíamos escuchado entrar. Aquella mujer parecía caminar sobre una nube, algo extraño en una persona de su edad. ¿Cuántos años tendría? Su pelo blanco y piel arrugada era algo que no estaba acostumbrado a ver, salvo en las personas que no habían sido bendecidas, y ella lucía una brillante piedra amarilla en el centro de su pecho.

—Ellos no pueden estar aquí, son mercenarios. —Las marcas negras de Rise ascendían por su cuello, advirtiendo de su inmediata entrada en batalla. Antes de que esa mujer diese la alarma, estaría reducida contra el suelo, seguramente inconsciente.

—Ella tiene todo el derecho. —La anciana había avanzado hasta nuestro grupo, luciendo una dulce sonrisa que contagió a Nydia. —Sabe que estás aquí. —No hizo falta preguntar de quién se trataba, pues la cabeza de la mujer se giró hacia su espalda, dejando claro que se trataba del árbol que en ese momento parecía brillar con más intensidad.

Tengo que reconocer que la orden de las Hermanas Clarividentes siempre me había fascinado, supongo que como a todos, pero estar delante de una de ellas, una anciana, hacía que el mundo oculto se manifestase con una naturalidad que te hacía pensar en que era real. ¿Qué cómo sabía que era una de ellas? ¡Vamos!, aquella sencilla y vieja túnica, las sandalias de cáñamo trenzado... Si lo uníamos a esa seguridad en sí misma, a esa fuerza que emanaba de sus palabras... No podía equivocarme.

La anciana tomó la mano de Nydia y empezó a guiarla hasta el borde del estanque. Todos les seguimos, aunque la arqueóloga acabó sentada a un codo de la orilla, con las manos atadas a la espalda, y a mi hermano detrás de ella preparado para presionar su cuello y sacarla de la ecuación. No he dicho matarla, solo... que no sería un incordio durante un par de horas.

—Siento crearla tantas molestias, madre. —Silas se disculpó con la Hermana con la fórmula lingüística apropiada. Menos mal que teníamos a un amarillo entre nosotros, ellos siempre conocían el protocolo social apropiado. La anciana sonrió de una manera conocedora.

—Vas a presenciar algo único Lassar, así que deja de quejarte. —Le estaba tendiendo a Rise un pañuelo o trozo de tela, seguramente para que la amordazase. Después, miró a Silas y asintió.

—Es el momento. —Le indicó Silas a Nydia. Esas palabras me hicieron temblar por dentro. Demasiadas dudas que necesitaban ser aclaradas pero que no sería así, porque la respuesta no la tendríamos hasta después de que todo hubiese sucedido.

—De acuerdo. —Nydia empezó a quitarse la ropa con la ayuda de Silas. No podía ver como otro hombre le ponía las manos encima a mi mujer, así que me uní a ellos para ocuparme de esa tarea.

—Bien. Ahora voy a hacerte una herida un poco profunda, escocerá un poquito, pero en cuanto la semilla anide el dolor desaparecerá. —Podía decirle un par de cosas sobre la inseminación, sobre lo diferente que era para cada persona, del número de probabilidades de que no llegara una semilla a esa herida, de que esta no anidase, de que el anfitrión no sobreviviera... Pero las estadísticas estaban a favor de Nydia, tenían que funcionar, necesitábamos que funcionase.

—De acuerdo. —Pero Silas no parecía decidido a hacerle la herida.

—Nydia. —Ella alzó la cabeza para mirarlo a la cara, no al lugar del centro de su pecho que esperaba el beso del cuchillo.

—¿Sí? —Silas tragó saliva, estaba claro que había algo que no le gustaba.

—Tendrás que ir tú sola. —Ella vaciló, pero no se echó atrás, asintió valiente.

—De acuerdo. —Silas sacó una pequeña daga de una bandolera que llevaba al hombro. Podía notar el ligero temblor en sus manos, él estaba asustado, y eso haría que el vacilaría con el corte. No podía permitirlo, porque alargaría el dolor, o tal vez no alcanzara la suficiente profundidad, o tuviese que repetirlo. Así que me adelanté hasta tener a Nydia muy pegada a mí.

—Estaremos esperándote aquí. Y más te vale no tardar demasiado, o entraré a buscarte. —Esa última parte de la frase hizo que Lassar protestase con algo parecido a un gruñido que salió de su tapada boca. Sabía que no le gustaba que un desconocido entrase en el Santuario, pero mucho menos que un negro se atreviese a estar tan cerca del árbol sagrado.

Antes de que Nydia dijese nada, aferré su cabeza para besarla. Es asombroso como esa muestra de afecto tan íntima se había vuelto algo tan natural para mí. Aproveché ese momento de placer para tomar la daga que tenía ya en mi mano y hacer la incisión rápidamente en su pecho. No demasiado grande, pequeña pero profunda, lo que una reina tan refinada como una azul necesitaba poseer. Ella sería perfecta, ya era perfecta.

Tragué en mi boca el quejido de dolor que yo le había causado, llevándome conmigo la maldición que me mi cabeza se negó a exteriorizar. Cuando separamos nuestras bocas, ella tomó aire como si hubiese estado privado de él por mucho tiempo.

—Te quiero. —¿Qué más podía decirle? Tenía que saber que lo que le había hecho me dolía a mí mucho más que a ella.

Tomé su mano mientras se alejaba de mí hacia el estanque, donde Silas se había acercado para guiarla hacia su destino. El olor de la sangre brotando de su herida me hizo morderme las ganas de gritar en agonía. No podía mostrarme débil, ella tenía que confiar en mí, en que cumpliría mi promesa, en que estaría allí para ella, en que nada me detendría si tenía que ir en su rescate. Y nada ni nadie me lo impediría, ni la lógica de un monje amarillo, ni las quejas de una experta en arqueología, ni los ruegos de una Hermana Clarividente. Nadie impediría que volviéramos a estar juntos.

Santuario - Estrella Errante 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora