Capítulo 42

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Nydia

Respira... Respira...

La abuela decía que para tranquilizarse, lo mejor era tomar aire despacio y después soltarlo lentamente. En ese momento sentí que mis piernas querían sacarme de allí a toda velocidad, así que tuve que repetir esa operación varias veces, muchas, a decir verdad.

La señora que me estaba soltando la charla me había metido el miedo en el cuerpo, y eso no era bueno. Por fortuna, mi cabeza dominaba la situación, así le dije, "adelante". Solo esperaba que todo lo que me había dicho no se torciera se mi contra. ¿Que qué me había dicho para dejarme en ese estado? Pues...la verdad, fue una suma de muchas cosas en realidad.

Primero me condujeron a una enorme sala excavada en la roca, o tal vez era una cueva que acondicionaron para convertirla en una habitación enorme e imponente. Allí dentro, me parecía estar en una enorme caseta de campaña de las de antes, ya saben, de las que tienen forma de triángulo, solo que en vez de lona, las paredes eran de roca y medían como 20 o 30 metros de altura. A mi espalda la cerraba otra pared de roca, y en el frente, se podía ver el cielo a través de una enorme vidriera que casi cubría la entrada en su totalidad. En la parte inferior quedaba un trocito sin cerrar al exterior, pero claro, si me acercaba, mi cabeza quedaba a media altura de ese borde. Tal vez incluso sería más alta la parte del frente que la trasera. Bueno, no me iba a poner a medirlo en ese momento.

Como decía, aquella vieja chamán, o lo que fuera, caminó a mi lado hasta llevarme hasta una especie de mesa también de piedra. Todo parecía normal, hasta que vi una especie de grilletes en uno de los extremos. ¡Mierda!, en lo primero que pensé era que ese era un altar para sacrificios humanos.

La vieja, que en ese momento me sonreía de una manera espeluznante, me observaba con una expresión de superioridad que me hizo sentir indefensa. Miré a mi alrededor buscando la ayuda de Rigel, de Kalos, pero descubrí que en aquella enorme sala solo estábamos la vieja esa, el chico que me bañó en mis aposentos, y yo. ¿Alguien me escucharía si gritaba pidiendo ayuda? Rigel tenía buen oído, solo esperaba que sí lo hiciera. Aunque llegar hasta la mitad de ese enorme lugar, le llevaría un tiempo que podía ser vital.

¿Creen que estoy exagerando? Nadie se atrevería a atentar contra la reina blanca, sería firmar su sentencia de muerte. Pero... un demente, un kamikaze... Las posibilidades de que eso sucediera eran muchas. Y aquella vieja sí que tenía cara de estar en otro mundo.

—Esto tendrás que hacerlo tú sola. Nadie va a venir a ayudarte. —Eso, dándome ánimos. Esta mujer se estaba divirtiendo con mi sufrimiento.

—¿Qué tengo que hacer? —La vieja alzó la mano, y el joven se retiró hasta uno de los laterales a toda velocidad.

—De momento vamos a tener una charla tu y yo. —No tenía idea de lo que querría hablar conmigo, pero estaba claro que podía determinar mi futuro, o esa era la impresión me trasmitía esa mujer.

—Aquí, alteza. —Miré hacia mi espalda para encontrar a Aladín, tenía que preguntar su nombre, dejando una silla para que me sentara. Alguien estaba colocando también otra silla detrás de la chamán.

—Gracias. —El chico inclinó la cabeza en señal de aceptación. Otra llegó en ese momento con una bandeja, en la que había una tetera de barro cocido y un par de tazas.

La chamán hizo un gesto con la mano para que nos dejaran solas. Después sirvió la infusión caliente en ambas tazas, y me conminó a que tomara la mía para beber. La cogí, pero antes de dar mi primer sorbo, mi nariz tomó la iniciativa y olió aquello. No me gustó. Alcé la vista para ver como ella le había dado un largo sorbo y me sonreía. Bueno, sabría mal, pero al menos no me mataría, y no quería provocar su animadversión, así que bebí un traguito.

Santuario - Estrella Errante 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora