Fuimos al juego

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"Pregúntame qué quiero. Preguntámelo.

Entonces ¿Qué quieres?

Quiero casarme contigo".

Capítulo 4

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—Quiero mis tarjetas de crédito.

Levi alzó la vista. Una sutil expresión de sorpresa cruzando por su pétreo rostro.

Eren estaba ahí, en su oficina, pasando las dobles puertas con un estruendo, aproximándose a grandes pasos hasta su escritorio.

Al llegar frente suyo lanzó un fajo de papeles sobre el.

Levi miró hacia el fajo de hojas, resintiendo el chasquido del papel al caer con fuerza sobre la madera. Enterrando debajo los papeles que leía. Su ceño se frunció. Volvió a subir la mirada.

Sus ojos se encontraron.

Los de Eren eran casi flamantes.

Entonces, y antes de darle tiempo a Levi de responder: Jean apareció a espaldas del omega, corriendo detrás, con una mano sobre su costilla derecha.

—Perdón, señor, yo..., has... —esa pequeña carrera y parecía tener problemas para respirar. —Yo le he dicho que no podía entrar—completo pesadamente, dirigiendo una mirada furiosa hacía Eren.

A decir verdad, Jean también fue tomado por sorpresa.

Solo unos segundos antes estaba jugando Candy Crush en su computador de escritorio, disfrutando de haber terminado todo su trabajo antes de tiempo, cuando ese desconocido omega llegó, parándose frente a su escritorio.

—¿Está en su oficina? —le había preguntado escuetamente Eren, sin un hola o buenos días de por medio.

Jean había despegado a fuerza los ojos del ordenador.

Su mirada cayendo primero en el lujoso bolso negro que se tambaleaba del codo de Eren. Luego miró hacia su rostro. Y se sintió aturdido. —¿Quién?

—¿Quién más? Levi —le lanzó mordazmente.

Eso sirvió para espabilarlo.

—Ah, si, hum, claro, ¿tiene una cita?

Debió suponer que no.

Porque el omega le miró terriblemente, con unos ojos que reflejaban todo su hastío y exasperación.

Cualquiera pensaría que lo acababa de insultar de la peor manera. El chico simplemente se había girado, y pasado de él.

Y Jean se quedó ahí, congelado en su silla como un idiota antes de poder reaccionar. —Ey, detente, ¡no puedes entrar ahí sin una cita! —grito, pero el omega ni siquiera reaccionó a su voz.

Le ignoró y siguió adelante, empujando las puertas.

Y el de verdad quiso detenerle, pero se había estúpidamente atorado con el cable del computador y golpeado en la costilla contra el escritorio al pararse tan deprisa, y bueno, algo como eso...

De manera que terminó parado unos pasos detrás del castaño, nervioso y alerta a la reacción de Levi.

El nudo de su corbata se sentía repentinamente asfixiante.

Sería regañado, no había manera alguna de que no fuera regañado. Incluso él era consciente de que fue burlado con demasiada facilidad.

Y, sin embargo, no podía dejar de excusarse: —Le dije que necesitaba una cita, pero no hizo caso —dijo, para añadir peso a su función.

El perfume de las mariposasWhere stories live. Discover now