VEINTIDOS

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Moví los dedos con alivio tras haber dejado el anillo de compromiso escondido debajo de la almohada. Con la capucha de la capa cubriendo mi cabello y las ropas de muchacho, había subido protecciones para que las gentes en el pueblo no me prestaran atención. Hilda aseguraba que, aunque mostrase mi melena, nadie me miraría o reconocería, pero por algún motivo no estaba lista para descubrir mi rostro. O mi atuendo de princesa y por eso llevaba pantalones.

Albert hablaba con la bruja tranquilamente, a nuestras espaldas. Yo miraba las calles iluminadas por farolillos de colores y repletas de caras felices. Athel a mi lado, observaba a su hermano, que correteaba por la plaza central de Canterbury con la energía de un cachorro.

-Es un alivio saber que has empezado a recordar -dijo al fin. Le miré, su fuerte rostro parecía tenso un momento antes de mirarme a los ojos.

Desde que habíamos salido del castillo a hurtadillas y en silencio, una tensión había crecido entre nosotros. Era tal que hasta que no escuché su voz de nuevo no aflojé los puños. También me había descubierto temblando de la emoción cada vez que nuestras mirabas se encontraban, como en ese momento.

-¿Por qué crees que borrarían ellas nuestra mente? -pregunté. Él se enderezó y se acercó un poco mientras entrabamos en la plaza.

-¿Sabes quién lo hizo?

Asentí y apretó sus dientes.

-Cyra, -comencé -tu madre y la mía.

El príncipe dejó de caminar y se detuvo delante de mí. Vi el movimiento en su garganta al tragar con lentitud, evaluando la información. Alguien pasó a nuestro lado y palmeó su espalda con esmero.

-Es un honor que se una a nuestras festividades, alteza -dijo un hombre. Athel le sonrió con amabilidad, le dedicó palabras amables y le despidió antes de volver su atención a mi.

-Cyra no me sorprende...-murmuró.

-Cyra era la única que parecía disgustada por el hechizo de nuestras madres, de hecho. - Él siguió en silencio. - ¿Qué momento viste tu?

Miró un instante a Hilda, que agarró el brazo de Albert y se adelantaron unos pasos, más cerca del pequeño príncipe Aaron, dejándonos un poco de intimidad.

-Tu y yo en un lago, remando en una barca maltrecha -me explicó. -Sería hacia el final, pues yo debía tener ya catorce años. Caíste al agua, yo traté de sacarte, pero me tiraste contigo. -Lamió su labio lentamente y recorrió con sus ojos mi rostro, luego me dedicó una sonrisa torcida, perezosa. -Recuerdo que quería besarte, pero dudé de si era una buena idea. Estaba tan nervioso, no sabía ni como hacerlo. - Soltó una carcajada profunda. Por instinto miré de nuevo su boca. Aquellos labios carnosos me llamaban y provocaban cosquillas en mi vientre.

- ¿Tu nervioso? -murmuré -Debes ser el hombre más arrogante que conozco. -Athel rio de nuevo. - ¿Lo hiciste? -susurré después. - ¿Me besaste?

Negó lentamente. Aguanté el aire en mis pulmones.

-Lo hice varios años más tarde, sin embargo.

Dimos un paso más cerca el uno del otro, como si no pudiésemos seguir sosteniendo el espacio que nos mantenía separados. Como si no hubiese nada más importase en ese momento.

La música comenzó a sonar. Un grupo de trovadores con instrumentos de madera se subieron a un escalón de la plaza y comenzaron a tocar melodías alegres. Como si todo el mundo allí hubiese hecho aquello un millar de veces, formaron círculos y comenzaron a bailar con alegría.

- ¡Por nuestra futura reina! -gritó una mujer en algún lugar.

-Por ella -susurró Athel. Se inclinó y besó mi mejilla en un toque casto. Mordí mi labio inferior, tratando de no moverme y alcanzar el suyo. Pasó sus manos por debajo de mi capucha y la bajó lentamente, descubriendo mi rostro. -No te escondas, -dijo -muestra toda esa fuerza.

Hiedras y Espinas - Parte unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora