DIECIOCHO

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-¿Necesitas que os deje a solas? -Hilda no estaba bromeando, para mi sorpresa.

-No será necesario -Athel cruzó los tobillos, con sus brazos también cruzados sobre su pecho. Las mangas de su camisa arrugadas hasta sus codos.

-Somos todo oídos, entonces -dijo ella llegando al otro sillón y sentándose cuidadosamente.

Yo les rodeé y me apoyé entre la chimenea crepitante y la pequeña ventana que daba al patio interior. Palo no se movió de la cama.

-Hubiese querido dejarte al margen de todo esto, -comenzó, mirándome con sus profundos ojos azules. Su expresión era serena y la luz del hogar bailaba en sus fuertes facciones. -pero de algún modo, desde que supe quien eras, tuve la certeza de que eso sería una estupidez.

-Bien -dije sin más. Apreté más mi espalda en la pared, él observó el movimiento.

-Ahora que sabes que ella es la princesa -murmuró Hilda. -¿Eso quieres decir? ¿O hay algo más?

Se miraron un instante, un aire gélido pareció cruzar la habitación. Athel decidió limitarse a devolver su atención a mi.

-Mi padre te quiere, -comenzó con un gruñido. Mi piel comenzó a calentarse con esa mirada suya. -mi hermano te quiere y ahora Offa, rey de Marcia, también. -Asentí lentamente, como si no supiese eso ya. -Le he dicho a Godric que eres una pieza clave para salvarle de la maldición. Espero que nos gane un poco de tiempo.

-Tiempo, ¿para qué? -pregunté.

-Para que no te haga picadillo del modo en el que Eowa el viejo ha hecho con su esposa -Hilda resopló. Miró a Athel, sopesando si le habría herido, pero sin pesar. Él apretó los dientes un momento.

-¿Por qué me estás ayudando? - Miré al cazador fijamente, con el reto en mis ojos. Él no se amedrantó ante tal mirada. -Creí que no querías ser mi amigo.

-Dije una y mil veces que te mantendría a salvo y eso voy a hacer -contestó. Y no me dio más explicación.

-¿Aunque eso suponga traicionar a tu hermano? -las palabras de Hilda fueron un puño en mi garganta, un recordatorio de donde estábamos, a quien me entregaban y que no era a él. Él la miró un instante y ella sonrió como la loba que era.

-Debemos mantenernos unidos -dijo. -Intentar lo contrario solo causará dolor y perdida. Eso nos dijo la mensajera de Cyra aquella mañana que comíamos pastelitos con la niña en el mercado.

-Entiendo...-reflexionó la bruja -has tratado de mantenerte apartado y eso ha causado dolor.

Cuando sus ojos se encontraron, creo que presencié un dialogo silencioso y cargado de tensión. Después, Athel me miró, esperando alguna reacción que yo no supe darle y dijo:

-No tiene sentido mantenerme apartado de ti.

Me reñí a mi misma por sentirme inusualmente emocionada ante aquella declaración. Como si la sangre en mis venas comenzase a correr frenética y el aire que aspiraba no fuese suficiente. Carraspeé, intentando ocultar aquel acaloramiento, quitándole peso a sus palabras.

-¿Hay un plan? -pregunté. -¿Estás haciendo esto con un fin? Porqué merezco saberlo.

-No -suspiró audiblemente, enredó sus dos manos en su cabello. -No tengo un plan aún. -Sus ojos encontraron los míos, llenos de sinceridad. -Solo espero que encontremos el modo de hablar con la Bruja Reina.

Hubo otra pausa, él miró la pared de piedra detrás de mi por lo que fue una eternidad. Observé a Hilda, que con sus ojos brillantes miraba al cazador con fascinación, como si siguiese leyendo cada uno de sus pensamientos. Como acto reflejo, me imaginé que yo también podía entrar en su mente, pero no escuché nada.

Hiedras y Espinas - Parte unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora