TRECE

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WARNING:

Este capítulo tiene contenido explicito y escenas de +18
Lee bajo tu propia responsabilidad
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Di una sacudida. Literalmente. Miré sus ojos azules con sorpresa y todo mi cuerpo se alteró, como si estuviese preparándome para correr. Él inspeccionó mi reacción y su mirada se estrechó. Pude ponerme a reír allí mismo. Como era de caprichoso el destino que en mi ferviente intento por escapar de él me había puesto delante a las personas que formarían parte de mi futuro. Eran sus cazadores, los de Godric. Estarían en la corte, en el castillo, en todos lados.

-No te gusta esa información -supuso, hablando lentamente.

-No -espeté -. Digo, si -carraspeé -. Quiero decir -gesticulé con mis manos, viendo como él cruzaba sus brazos sobre su pecho -, me da igual.

Intenté sonreír, pero no pude.

-¿Eres de un reino enemigo?

Me quedé callada. Le miré, quedamente y pensé en cual sería su reacción cuando supiera que íbamos a vivir en el mismo reino, uno tan cerca del otro. Una punzada de alegría me estalló en el pecho al comprender que le vería por el resto de mis días. Luego otra punzada, una muy amarga, al entender que sería de la mano de su rey.

Maldición. ¿Qué significaba aquello?

Me imaginé cogida de la mano de alguien, de un hombre apuesto y fuerte. Y ese hombre no era Godric. No lo era. No lo sería nunca. Era Athel.

-Nada me hará despreciarte o lastimarte. -sentenció al fin, interpretando mi silencio como miedo. Llegó un paso más cerca y acunó mis mejillas. -Podrías ser una bruja, una de las malas, y aun así seguiría aquí.

-Si fuese una de esas brujas me rebanarías la cabeza. -levanté una ceja y el rio.

Luego otro pensamiento cruzó mi mente. Athel era muy leal. Estaba recorriendo los reinos por mantener a Godric con vida. Probablemente él mismo me llevase a Kent si descubría mi identidad. Y luego, el siguiente peso cayó en mi estómago. Godric no sería rey, moriría antes.

-No sin antes besarte hasta perder el sentido. -murmuró mirando mis labios. El sonido fue gutural y crudo y una intensa sensación revoloteó entre mis piernas hasta mi garganta.

-Cuidado, Athel. -dije con desafío. -Podría pensar que te tengo embelesado.

Él gruñó, con una mueca de fastidio y me soltó. Entrelazó sus dedos con los míos, sin embargo y me arrastró por calles y más calles hasta llegar al límite del pueblo, en el que una verde llanura se extendía hasta el horizonte. En medio de esta había un gran árbol. Nos encaminamos hacia allí. Vimos, en silencio la luna salir y las temperaturas bajar. Y yo, que no tenía la capa, tirité sentada a su lado.

-Tienes frío. -dijo. Iba a quitarse la capa para ponerla en mis hombros.

-No -contesté. -Tendrás frío tú.

Me miró un instante, demorando sus ojos en mi mentón. Dobló sus rodillas y pasó la capa por encima de estas creando una pequeña tienda entre sus piernas.

-Ven -ordenó.

Yo sopesé como reaccionaría mi cuerpo si me sentaba entre sus fuertes piernas y él lo vio, pues agarró mi codo y tiró de mi con delicadeza hasta que me arrastré cerca.

Mi espalda quedó apoyada en su pecho, mi trasero en el suelo y entre sus piernas, me tensé al momento. Se apoyó en el troncó y dejó su cabeza caer hacia atrás y con sus manos agarró mis hombros manteniendo nuestros cuerpos debajo de la capa.

Hiedras y Espinas - Parte unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora