011

135 22 5
                                    

         Era un bello martes, con un sol más reluciente de lo habitual, los rayos pasaban entre las ventanas de departamentos, hogares y locales; Entre ellos, iluminaban bellamente una mesa al fondo de una cafetería, donde Betty y Simon yacían acompasados, esta vez, acompañados de un vaso de limonada.

—Princesa, ¿Hay algo que vayas a hacer en fin de semana?— Después de medio mes, Simon lo volvería a intentar e invitaría a salir a Betty una vez más.

Deseaba con todo su ser que esta aceptará.

—Simon, te he dicho que me digas Betty.

—Para mí eres una princesa, y no discutiré por ello. Mi decisión es esa.— Simon tomó un poco de su bebida y continuo —; Pero en verdad me gustaría que respondieras mi pregunta.

Betty pensó un poco las cosas con un gesto algo serio, al principio fue algo que alertó a Simon, pues pensó que de nuevo se había equivocado de momento para decir ese tipo de cosas.

—Pues no tengo ningún pendiente realmente, ¿Por qué?— Pero ante esa respuesta, todo en Simon explotó de felicidad, aunque por fuera estuviera tranquilo, por dentro sus sentimientos estaban hechos fuegos artificiales.

Alegría, amor, cariño, emoción, ¡Todo estaba combinado!

—Es que... Me gustaría presentarte a alguien... ¿No hay problema con ello?

—Por supuesto que no, de hecho es algo que me emociona un poco.— Betty sonrió, al mismo tiempo, ambos tomaron sus manos, aquello también  se había hecho algo frecuente entre ellos como una señal de cariño y de paz.

Simon, de forma interna, su fiesta estaba creciendo. Incluso su corazón hasta yendo a todo lo que daba, tanto, que temió que saliera de su pecho en cualquier momento.

¡Ahora ella si había aceptado!

No había nada más que pedirle a la vida justo en ese momento.

O tal vez, sólo una cosa más por la cual el destino se había alineado justo ese día.

Pues, otro de sus momentos favoritos era cuando ambos guardaban silencio y únicamente se miraban entre sí con el cariño que sentían por el otro.

Todo en ellos encajaba mutuamente. Y no había forma de decirlo o explicarlo, porque solamente ellos lo sabían, ellos lo sentían al estar juntos.

Era una unión de varios sentimientos, de sus personas, como un juego de miradas en donde quien demostrará más amor, sería el ganador.

Pero esa vez algo ocurrió.

Y de pronto, fue como si sus cuerpos hubiesen tomado una decisión propia.

Más excusas para ocultar que de verdad lo querían.

No hablaron, no murmuraron absolutamente nada.

Ese momento fue tan mágico, que un roce de labios fue lo que terminó con su distancia.

Tan cálido... Tan vivo...

Simon estaba enamorado.

Las 100 Cartas Que Jamás Te Entregué (Simon Petrikov)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora