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         A veces soñaba con aquella escena, una donde el mundo está roto, lúgubre y vacío, donde yace sólo él y otra persona. Otra que aún, después de tantos años, jamás ha podido ver.

Simon recuerda haber tenido ese sueño desde hacía bastante tiempo, no sabe cuánto con exactitud, hay escenas que han quedado borradas de su memoria.

¿Por qué? ¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué se supone que es todo aquello?

Aún no lo sabe, pero esta ahí, viendo el cielo caer mientras su alrededor yace en llamas, sus piernas se sienten pesadas, como si en realidad estuviese tratando de cargar un bloque de concreto.

Y sabe que hay alguien a su lado.

Pero no puede voltear.

La pesadez en su pecho se siente cada vez peor, intenta gritar, pero su voz es muda.

El dolor en su cuerpo es infernal, el desespero que lo carcome es cada vez más.

De nuevo intenta voltear, viendo como aquellas llamas se extienden como el mar.

Y, cuando logra girar...

Vuelve a despertar.

Con sudor corriendo de su frente, con lagrimas cayendo en sus mejillas, las sábanas se encuentran hechas un desastre.

Simon es un desastre. Como casi todas sus mañanas.

Se pregunta con exaspero qué es aquello que lo ataca, que es aquello que en sueños lo tiene tan aterrado.

Es un sueño recurrente.

Es un sueño que odia con todo su ser.

Las 100 Cartas Que Jamás Te Entregué (Simon Petrikov)Where stories live. Discover now