VEINTIUNO

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La puerta se abrió con violencia, rompiendo el picaporte, arrancando el tapiz de lana y tirándolo al suelo hecho girones. El diablo se desvaneció como el polvo y el humo, igual que llegó.

Miré los ojos azules que aparecieron ante mi. Athel con aquél pelo negro y ondulado, aquella fuerza en su mandíbula y sus grandes manos llegar a mis hombros. Su gesto torturado, preocupado. Y como si cayese en una locura momentánea, mi frente volvió a vibrar y el cazador se convirtió en un niño, era un niño agarrando a una niña, con esos mismos ojos, esos mismos labios, ese mismo gesto atormentado, antes de volver a ser él, el hombre que conocía. Pestañeé aturdida.

-¿Estás bien? -susurró. Su voz sonaba ahogada. Hilda y Albert entraron, jadeando tras de él. -¿Estás herida? – Negué.

-¿Qué ha sucedido? -preguntó Albert mirándome por encima del hombro del cazador. Yo clavé mis ojos en Hilda, que instaló su mascara de tranquilidad, como si nunca hubiese gritado tras la puerta.

-¿Qué te ha ofrecido? -preguntó sabiéndolo pero queriendo que lo dijese en voz alta.

-Respuestas -contesté.

Athel observó mis ojos un momento, intuí que buscaba las sombras opacas de las brujas poseídas. Arrugué la nariz en una mueca, casi divertida, tratando de tranquilizarle. Él suspiró y apoyó su frente en la mía y sentí que ese gesto era algo que habríamos hecho millones de veces antes.

No dije nada más, no pude, pues no entendía lo que acababa de pasar y lo que acaba de ver, no entendía ni podía discernir lo que era real de lo que era una ilusión del diablo. De Ahriman. Hasta qué punto era una manipulación, o un modo de seducirme. Anhelaba a Athel, mi alma le anhelaba más de lo que podía entender, y creí que el diablo lo sabía y podía jugar en mi contra usando esos pensamientos. Probablemente, si llegaba a escucharle, seguro me propondría un trato para liberarme de Godric y así estar con su hermano.

-Maldita sea -murmuré. No sé si al darme cuenta de lo listo que era o de lo perdida que estaba yo al reconocerme aquello.

-¿A cambio de tu alma? -preguntó Hilda. Asentí. -¿Qué estabas pensando mientras mirabas esta puerta? -dijo risueña, adivinando y sabiendo, supuse, los motivos que atraían al diablo.

Athel no apartó sus ojos de mí, calentándome el alma en aquel toque protector. Mi armadura. Puse mis manos en las suyas, aun en mis hombros, le di un apretón y con una sonrisa tranquilizadora y me aparté ligeramente. No podía pensar nada racional si seguía sosteniéndome. Su atractivo era abrumador y mi mente volaba con él.

-¿Quién cerró la puerta de ese modo? -Albert observó la entrada a la habitación, ahora abierta.

-Ahriman -contestó Hilda.

Ante el gesto interrogativo de ambos hombres, yo dije:

-El diablo tiene un nombre.

Me agaché para tocar la cabeza de Palo, en una especie de agradecimiento silencioso por estar siempre a mi lado, sin miedo ni duda. Él solo me observó con aquellos ojos profundos e inteligentes.

-No creo que debamos preocuparnos mucho por él -dije entonces. Sentí todos los ojos puestos en mí, evaluándome. -No va a hacerme nada si yo no quiero hacer un trato con él.

-He oído que puede ser muy convincente con sus tratos -dijo Albert.

-Y es cierto -señaló Hilda.

-¿A qué quieres respuesta? -Athel se arrodilló a mi altura, con sus ojos buscó los míos. Estaba tan cerca que si me movía un poco, podía apoyar mis labios en los suyos. -Dímelo, tal vez yo pueda dártelas.

Hiedras y Espinas - Parte unoWhere stories live. Discover now