Prólogo

3.6K 282 55
                                    

Si ser omega no era algo fácil, mucho menos era ser un omega en un nuevo pueblo donde nadie te conocía. 
Vivir rodeado de desconocidos era algo difícil de manejar. Tendrían que acostumbrarse a los aromas ajenos, a mantener su propio aroma oculto y controlar de manera meticulosa cada uno de sus celos.

A diferencia de su padre y su hermano menor, quienes no se acostumbraron a este nuevo ritmo de vida, él sí lo logró.
Iba a trabajar con normalidad, tenía compañeros bastante agradables aunque algunos como Shinazugawa eran un poco irritables, pero eran fáciles de tratar.

—¿Qué se siente ser el segundo omega trabajando como profesor, Rengoku-san? —interrogó una entusiasta alfa de cabellos rosas. 
—¡Increíble! ¡No imaginaba que tendría otro compañero omega!

Para la propia suerte de Rengoku él no era el único omega ejerciendo el oficio en esas aulas. Obanai Iguro era otro omega, precisamente el omega de la señorita Kanroji. 
Era agradable que podía contar ciertos temas de omega con Obanai y que podía sentirse un poco más seguro en su trabajo.
No era que él desconfiara de sus colegas, pero a veces era mejor tener más de un omega en un solo lugar.

—¿Y cómo te ha ido al mudarte al vecindario? —interrogó Kanroji mientras seguía corrigiendo varias pruebas. 
—Oh... Pues... —Kyojuro no sabía por donde comenzar. 

Desde que se mudaron tuvieron un vecino sumamente raro. 
El vecino de enfrente parecía más a un acosador que un vecino amigable. El sujeto de cabellos negros cortos y ojos azulados los fue a saludar la primera vez, tomándose el atributo de tocar a su padre, pero ese le devolvió un golpe en respuesta por semejante descaro.
Cada día que salían a trabajar por desgracia se topaban al sujeto en el camino, el cual sacaba a su perro a pasear. La criatura más allá de un perro se parecía a un lobo asimilándose a una bestia.

—Es un vecindario calmado —mintió mientras se reía y rascaba su propia nuca. 

No podía decirle a su agradable nueva amiga sobre la extraña experiencia que tuvo con su vecino.

—Luego el almuerzo tendremos nuevamente clase con el sector del último grado —comentó  con alegría Kanae desde el otro lado de la habitación.

Escuchar el nombre del salón también llegaba a incomodar un poco al nuevo omega. Desde el primer día unos chicos que parecían más interesados en él que en su propia clase, pero algunos de ellos tenían una ligera diferencia.
Soyama Akaza era uno de esos jóvenes que no se rendía. Conoció al gemelo mayor de ese y en verdad no se parecían en lo absoluto en lo que respectaba la actitud. Akaza era un chico promiscuo, busca pleito y que le faltaba el respeto a cualquiera. Este joven recalcó de manera autoritaria ante todos que él se convertiría en el alfa del nuevo profesor.

Por otro lado, un joven llamado Kamado Tanjiro no demostraba esas actitudes que demostraba el pelirrosado. Este joven era amable, bondadoso, honesto y tranquilo, pero no pasaba por desapercibido el hecho de que ese lo mirara de pies a cabeza. 
Era extraño para él tener que dar clases a tantos alfas y tan pocos betas en un salón. En donde vivió hubo muchos omegas, algunos alfas y demasiados betas. 

A veces se preguntaba como era posible que su hermano menor, único omega del último curso, pudiera lidiar con tantos alfas como esos.

—¡Cielos! ¡Será una larga jornada! —admitió mientras comenzaba a juntar todos sus libros y papeles para la siguiente clase. 


Dentro del mismo instituto, el más joven de los Rengoku se encontraba sentado en el primer banco del frente del salón. No se atrevía por nada en la vida a sentarse al final. A la perfección sentía los ojos de los alfas en su nuca.
Desde que llegó y se presentó mayoritariamente recibió burlas por parte de los demás alfas. En las peores ocasiones recibió mensajes explícitos o el reconocido insulto de que era una perra para crías. 
Era conocedor de que había más omegas en la academia, pero todos esos sabían defenderse a puños. Por su lado, él jamás pudo aprender a pelear a puños, sabía un poco de Iaidou y kendo gracias a su padre, pero aun así no era bueno en ello.
Nuevamente, observó su pupitre, el cual poseía varios insultos característicos porque era un omega. No le molestaban en lo absoluto, las palabras no eran tan hostiles como imaginaba, pero aun así se sentía mal porque lo vieran solo para tener crías.
¿Así verían a su padre? ¿Así también ven a su hermano? 

—Me quiero ir... —susurró para sí mismo mientras bajaba la vista. 

Todas las veces que caminaba rumbo al instituto siempre se tomaba firmemente de la mano de su hermano mayor y a la salida se tomaba de la mano de su padre.
Temía que sus propios compañeros de salón arremetieran contra él y que lo convirtieran en eso que tanto lo llamaban: una perra de crías
Sin embargo, no todo era tan malo en su curso. Un chico en especial fue muy amable con él y le otorgó una cálida bienvenida, Kamado Tanjiro.
Su adverso transmitía una tranquila aura y poseía un aroma sumamente agradable, como el rocío y la leña quemada. 

De manera disimulada se giró para observar por encima de su hombro hacia el asiento del fondo donde se encontraba Kamado y su grupo de amigos. Grata fue la sorpresa de poder encontrar la mirada ajena con la suya, y la cálida sonrisa que le dedicó Tanjiro fue suficiente para que Senjuro volviera su vista al frente y se sonrojara como un tomate. No todo era tan malo como pensaba. Solo tendría que adaptarse. 


En el dojo todo era tranquilo, pero más movido que el de su ciudad de origen.
Keizo era un hombre bastante tranquilo y risueño como para ser un alfa, pero efectivamente era uno. Para Shinjuro no era normal ver un alfa como ese. Todavía recuerda lo  protectora que fue su difunta alfa y el contraste de actitud que tenía la dama que siempre portaba seriedad en su semblante.

Las personas que entrenaban karate, kendo, iaido y otras artes marciales variaban en rangos de edad, desde niños y adolescentes hasta adultos. 
Para Rengoku fue una gran ventaja el conocer a Keizo, quien no dudo en otorgarle trabajo luego de una pequeña batalla cuerpo a cuerpo. El sujeto no lo subestimó en ningún momento por ser un omega, no como los demás aprendices del mismo quienes se burlaron al notar el tenue aroma que él poseía. Era claro que su aroma denotaba su estado de viudez, que todavía era fértil y que su marca con el paso del tiempo ya no existía. 

Pero no todo era tan bonito como imaginaba. 
El mismo sujeto que le otorgó una amarga bienvenida al vecindario practicaba kendo en el dojo: Hairou. 
Un sujeto extraño que parecía tener una obsesión demasiado notoria con él. 

—¿Ese sujeto desde cuando entrena aquí? —interrogó Shinjuro a su compañero alfa. 
—¡Oh, Hairou-san viene desde que se mudó hace unos meses! —explicó Keizo mientras guardaba los boken que los jóvenes recientemente utilizaron. 

El asombro se hizo notorio en el rostro de Shinjuro al escuchar que Hairou no era un residente de años como los demás.

—¿Cuántos meses exactamente? —interrogó el rubio. 

Allí una pequeña risa del alfa no pasó desapercibida para el omega. 

—¿Acaso te gusta Hairou? —preguntó Keizo con un tono animado—. Sabía que alguien gustaría de ese sujeto, todos lo juzgan por tener una gran afición por las armas de fuego y los lobos, pero dicen que los extraños se mezcl- —No pudo terminar la frase porque inmediatamente fue interrumpido.
—¡Keizo! —exclamó Rengoku—. ¡Solo pregunté por qué pensé que tenía el mismo tiempo que todos los demás!

La estruendosa risa de Keizo no se hizo esperar mientras Shinjuro se retiraba con molestia de allí para dirigirse rumbo al sector de iaido, pero en medio del camino terminó chocando con alguien, quien inmediatamente lo agarró antes de caer. 

—Vaya, quien diría que caerías en la boca del lobo...
—No puede ser —dijo Rengoku un poco agotado al notar quien lo agarraba.


Las tres flamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora