You're hot, honey

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Antes de cada concierto, subía la rampa detrás de él porque eso era lo que le daba el golpe de adrenalina. Y Roger lo sabía. Por eso, todas y cada una de las noches, antes de subir al escenario, elegía con sumo cuidado su vestimenta para sorprenderlo y provocarlo tanto como pudiera.

La rutina siempre era la misma, se abrazaban a los pies de la rampa de acceso, se gritaban tres chorradas para darse ánimos y ellos dos se miraban fugazmente para desearse buena suerte con un beso furtivo al aire, evitando que cualquier miembro del equipo pudiese verlos.

Durante todo el concierto se dedicaban gestos, trozos de canciones que significaban mucho para ellos y se decían "te quiero" con una sonrisa o un guiño. O aquellas miradas. Esas cargadas de amor, dulzura. O cargadas de la más arrebatadora de las lujurias. 

Pero es que no podían evitarlo, verse entregándolo todo, tocando con pasión, haciendo gestos que podían comparar con los que, en medio del placer, se dedicaban en la habitación.

Roger miraba las perfectas manos de Brian, de apariencia tan suave, tan gentil. Tan elegantes o hasta salvajes tocando su amada guitarra. Y solo podía pensar en esas manos tocándolo de pies a cabeza, acariciándolo de formas que nadie podría esperar de él. Y de cómo, con la misma maestría, movía los dedos en su interior.

Y el rizado observaba a detalle el erótico desastre en que su pareja se convertía mientras azotaba con pasión los tambores de la batería. La forma en que su cabello sedoso se agitaba de un lado a otro con cada salto. Tal y como lo hacía cuando saltaba sobre él.

Y después de cada concierto, cuando se iban, se encerraban en la habitación de uno u otro para devorarse sin límites hasta que el cuerpo aguantase.

Pero desde hace algunas noches atrás, el baterista había decidido poner más intensidad a sus jugueteos previos, buscando más maneras de llevar al rizado al límite de la excitación.

Cada día era distinto, Roger siempre encontraba la forma de sorprenderlo de una u otra manera. Una noche sin camiseta, otra con unos pantalones tan ceñidos que dejaban ver claramente que no tenía ropa interior. La capacidad de innovación del menor sorprendía a Brian de sobremanera que, cada vez que la luz del nuevo día se hacía presente, se preguntaba cuál sería la novedad.

De lo único que estaba seguro es que, al caer la noche, Roger Taylor lo dejaría sin aliento en más de un sentido.

. . .

Último día de gira, último concierto fuera de Londres y después, dos meses de descanso antes de volver al estudio. Ninguno de los dos podía ocultar el entusiasmo que en ellos causaba el saberse cerca de poder pasar tiempo a solas sin necesidad de ocultarse. De poder compartir más que un beso furtivo cuando todos estaban tan atareados como para siquiera mirarlos. De poder abrazarse sin tener que dejar el calor de sus brazos sólo porque había que guardar las apariencias. Así que ese día era especial.

Y, por eso, Roger decidió hacer algo especial.

Terminaron de abrazarse y, con un leve movimiento de mano, indicó a Freddie y a John que fueran subiendo ellos mientras con el pie apartaba disimuladamente a Brian para ganar distancia.

Sus compañeros obedecieron sin poner resistencia y, junto con el staff, adelantaron los pasos hasta escuchar el inigualable rugido del público que, con ansias, esperaba verlos brillar.

Él sonrió con malicia y sin hacer el contacto muy evidente, rozó la mano del rizado

—Disfruta de las últimas vistas con ropa. A partir de mañana y durante al menos dos semanas, no pienso dejar que te pongas absolutamente nada.

One Shots Maylor Where stories live. Discover now