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Siempre era lo mismo para ella el día antes de su undécimo cumpleaños

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Siempre era lo mismo para ella el día antes de su undécimo cumpleaños. Gritos, botellas de vidrio siendo quebradas contra algo y un portazo que hacía retumbar las finas paredes de la casa. Para ella era normal, pero eso no quitaba que se encontrara acurrucada contra sus sábanas y lágrimas asomando por sus ojos queriendo caer una vez por todas. Algún día esperaba que la pesadilla en la que ella creía una vida normalizada, acabara.

La luz entrando por la puerta de su habitación abierta, la obligó a cerrar sus ojos con fuerzas y relajar su respiración para hacerse la dormida. Escuchó unos finos y livianos pasos antes de que la mamá de Kaida se sentara a los pies de la cama y soltara un pesado sollozo que ocasionó que el corazón de nuestra protagonista se apretujara.

—Lo siento, mi niña. —su voz temblaba, mientras pasaba una de sus manos por su cabello corto negro y unas canas que ya se asomaban, aunque fuera joven—. Lo siento tanto, pero mamá ya no aguanta más. —Kaida escuchaba todo con suma atención—. Sé que duermes y que mañana no me encontrarás en casa, pero créeme, cielo, que fuiste y serás siempre el mejor regalo que tuve. Espero algún día puedas perdonarme. Y feliz cumpleaños, mi bebé.

Sintió los cálidos labios de su mamá posarse sobre su frente y cómo unas lágrimas caían sobre sus mejillas, ella estaba sufriendo y Kaida no entendía los motivos del porqué ella se iba dejándola sola con un padre que nunca la quiso, que siempre la miró con asco, al igual que a su esposa. A la mañana siguiente, Kaida no encontró rastros de su mamá ni tampoco del saludo animoso que le daba cada vez que cumplía años. Era su primer cumpleaños que no sonreía y que comía su desayuno con lágrimas bajando lentamente por sus mejillas.

—Kaida. —ante el repentino llamado de su papá, ella rápidamente limpió sus ojos y lo miró—. Limpia todo este desastre ahora, esa mujer, llegó y se fue. —había molestia pura plasmada en su voz—. Siempre supe que lo iba a volver a hacer, después de todo es una puta más con la que me acosté y no puedes sacarlas de su corral por tanto tiempo. —habló con asco, mirando desde su altura a Kaida como si fuera un gusano—. Espero tú no salgas igual que esa tipa, aunque creo que vas por el mismo camino.

Kaida asintió, haciendo una reverencia y dejando su desayuno de lado, se dedicó a limpiar el desastre que ambos adultos habían ocasionado la noche anterior. Su papá olía a cigarros y alcohol cuando pasó por al lado de ella sin siquiera acordarse de su cumpleaños. Kaida sabía que era un adicto, pero a pesar de eso, nunca le levantó la mano y tampoco se le ha ocurrido tocarla, simplemente se encargaba de hacerle mierda mentalmente y vaya que lo había logrado. No obstante, ella intentaba ser una mejor versión de sí misma cada día y no hundirse más en el entorno que le había tocado vivir.

Dejó con cuidado los vidrios rotos en una caja de cartón y salió de su casa para poder dejarlos en la basura enfrente de la residencia. Sacudió sus manos e iba a darse la vuelta cuando el timbre de unas bicis la obligaron a volver dar un paso atrás antes de ser atropellada.

pretty boy || kazutora hanemiyaWhere stories live. Discover now