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EPÍLOGO too good at goodbyes 2.0
Vega recordaba algunas cosas con demasiada claridad, otras parecían casi haber desaparecido de su memoria.
En algún punto, una frase de un libro que había leído un par de años atrás había aparecido en su mente.
«Si él muriera, yo nunca le olvidaría. Su recuerdo sería una canción que perduraría en mi corazón para siempre. Y eso significa..., ¡significa que la muerte no existe!»
Lo primero que había pensado había sido que aquello era una estupidez. No importaba si ella recordaba o no. No importaba si llevaba su recuerdo en su corazón o no. Porque la muerte estaba allí, era muy real, y se había llevado a Cedric del mismo modo en que se había llevado a su madre, a sus tíos y a muchas personas más.
Llevaba días sintiéndose perdida. Aún su cerebro no llegaba a asimilar lo sucedido. El único consuelo que había encontrado había sido el poder abrazar a Harry con toda la fuerza que tenía, que no era mucha, cuando éste había aparecido en el despacho de Dumbledore, donde la habían llevado junto a su padre.
Sirius la había abrazado también con fuerza y Vega había tratado de ocultarse entre sus brazos, como cuando era niña. Pretender que nada pasaba, que todo iría bien, porque su padre estaba allí con ella.
Pero no había funcionado.
Apenas había sido capaz de entender la historia que Harry le contaba. El nombre de su madre y Cedric, acompañados del de Voldemort, Peter Pettigrew, Maya Carrow y Barty Crouch Jr., habían sido los únicos que había sido capaz de distinguir.
Luego, había sido llevada a la enfermería y había encontrado algo de paz cuando Pomfrey le dio una poción para dormir sin sueños.
Habían pasado demasiadas cosas, demasiado rápido. Unos se iban, otros regresaban, pero Vega parecía incapaz de asimilar que el tiempo había pasado desde el momento en que vio a Cedric tendido en el suelo, a la salida del laberinto.
Estaba justo donde él la dejó y no sabía cómo salir de allí.
Las palabras que había sido incapaz de escribir, aquel Querido Cedric que seguía solitario en el pergamino arrugado de su bolsillo parecían arder en su mente. La mayor parte del tiempo, Vega no sabía si gritar, reír o llorar.
Había sido un caos. Los últimos días de curso podían definirse así. Después de descubrir que Moody y Dolohova no eran más que mortífagos infiltrados, que habían modificado la Copa para ser un traslador, Vega decidió dejar de prestar atención a lo demás.
Mucho menos al caos que Brigid Diggory trajo con ella. En el momento en que escuchó la voz sorprendida de aquel hombre llamarla Aura, Vega decidió que había tenido bastante.
Era todo demasiado para ella. Voldemort había regresado. Vega tenía pesadillas a diario con el momento de la muerte de su madre, que se fundían con el cuerpo inerte de Cedric.
