16| No eres lo que piensas

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Al día siguiente, los rayos del sol alumbraron la habitación con la luz matutina. Los pájaros cantaban posados en los cables de las luminarias y el aire liviano que se respiraba parecía de fin de semana. Duff comenzó a despertar del sueño cuando sintió en su mentón los lengüetazos que le daba Albi.

—Ya voy —refunfuñó mientras el cachorro seguía lamiéndole la cara.

Lo agarró con sus manos como si fuera un sándwich y le dio besitos en su nariz, sin notar que a su lado Foxy miraba el techo con los ojos paralizados y amoratados por haber pasado toda la noche pensando en su más reciente pesadilla.

Duff se levantó de la cama y fue hasta el plato de Albi para verter pellet en él. Se quedó sentado en el piso durante un rato para mirarlo comer. Con la yema de los dedos le hizo caricias en su pelaje blanco.

—Eso es, buen chico.

Cuando se elevó sobre sus rodillas para volver a la cama, se dio cuenta que Foxy estaba despierta. Se aproximó a la cama para recostarse a su lado y saludarla con besos, pero los que depositó en su rostro causaron un inmediato rechazo en ella. Esquivó el rostro y tomó distancia para sentarse en la cama.

Duff se sintió golpeado por su inexplicable frialdad. Carraspeó para aclarar la incomodidad que acribilló su garganta.

—Mi amor, ¿qué ocurre? —preguntó creyendo que él había hecho algo malo.

Ella exhaló una gran cantidad de aire por la boca y desencajó la mandíbula.

—Mi padre tiene razón.

Al escuchar su respuesta, Duff dejó de sentir miedo y observó su silueta con una expresión de confusión. Rápidamente fue hasta el borde de la cama para sentarse a su lado.

—¿Por qué dices eso? —preguntó colocando el cabello de ella detrás de su oreja, de modo que pudiera ser visible el perfil de su cara.

—Lo acabo de ver. Lo he estado viendo todas estas noches en mi sueño.

—Pero eso no quiere decir nada, sólo son pesadillas —rebatió.

Foxy negó efusivamente y empezó a sacudir una pierna. Tenía las manos escondidas debajo de los muslos y la cabeza inclinada hacia adelante como si estuviera a punto de vomitar del miedo.

—Duff, no recuerdo absolutamente nada de lo que pasó esa noche —dijo—. He intentado reconstruir la pelea, pero no puedo, y la única persona que me ayudó a hacerlo fue mi padre; él vio todo. No puede estar mintiendo porque todo lo que me dijo tiene sentido. Yo cometí un crimen contra mi familia. Fui yo, Duff, fui yo —repitió con las cejas arqueadas en un gesto angustiado.

Enseguida se cubrió el rostro con las manos y se lanzó a llorar sobre sus palmas. Su pecho se sacudió con la fuerza del llanto. Duff la miró con tristeza, creyendo que Foxy estaba confundida por no estar durmiendo bien.

—Soy una asesina —sollozó ahogándose con sus lágrimas—, soy una asesina...

—No lo eres, mi amor —replicó cubriendo su espalda con el brazo—, a veces cuando uno no duerme bien empieza a confundir la realidad con los sueños.

Foxy sacudió su hombro para quitarse de encima el brazo de Duff.

—Es que tú no lo quieres creer —exclamó mirándolo de frente y secando con brusquedad la humedad de sus mejillas—. Mi mente está recordando lo que hice.

—Pero tu padre te puso esa idea en la cabeza, por eso lo estás soñando —insistió.

—¡No, Duff! —lo calló, intranquila—. Yo me volví loca ese día.

Duff suspiró paciente, sin saber qué otra cosa decir para convencerla de estar confundiendo las cosas. Lo único que pudo hacer mientras ideaba un plan para calmarla, fue guardar silencio.

—Yo soy la que está podrida y la que tiene maldad en la sangre —masculló con desgracia.

Duff la acercó a su pecho para consolarla y esta vez, Foxy se dejó tocar. Lloró con la frente pegada a su cuello.

Él creía que algo turbio había detrás de eso. Le era sospechoso que, justo después de encontrarse con su padre, ella comenzara a tener pesadillas. Foxy no era esa clase de gente que suele sufrir sueños perturbadores, por el contrario, si es que soñaba eran sobre actividades que había hecho en el día o escenas propias de una novela de fantasía.

—¿Realmente crees que esto es verdad? —preguntó en un murmullo.

—Estoy demasiado segura —sollozó—. No veo otra explicación, ¿por qué mi padre mataría a mi madre?

—A lo mejor no la soportaba, por lo que recuerdo ella tenía un carácter imposible —explicó, al mismo tiempo que sobaba su espalda con la palma de su mano.

—Es exagerado. —Negó con la cabeza—. Le salía mejor el divorcio.

—Te sorprenderías de las razones que las personas tienen para matar a su esposa —aseguró, levantando las cejas con razón—. Puede que él esté loco o enfermo. Se nota que tu padre te está mintiendo. ¿Has pensado por qué está en Los Ángeles? Está desesperado porque como no apareces, él es el sospechoso más cercano a la policía y en cualquier momento lo van a esposar. Quiere encontrarte para salvarse a sí mismo.

—Si es así, ¿por qué estaba tan tranquilo cuando me «mintió»? —Le devolvió la pregunta con una mirada amarga—. Hubiese llamado a la policía para avisarle que me encontró, pero no lo hizo. ¿Qué te dice eso?

—Quizá... —divagó—. Quizá es buen mentiroso —solo pudo decir, ya no tenía más argumentos de peso para debatir. De pronto se sintió cansado con ese enredo.

Foxy se levantó de la cama dejando tras sí un espacio vacío y silencioso. Recorrió la habitación para pensar.

En principio, existía una gran posibilidad de que su padre fuera un mitómano compulsivo y el autor de la muerte de su madre, pues desde que tenía memoria él detestaba a su esposa. Incluso tenía una amante. Sin embargo, parecía más lógico que, durante la pelea que tuvo con sus padres antes de huir, ella hubiese enloquecido por el terror de perder para siempre su libertad. Aquella pelea había sido tan clave para encaminarse a sus sueños, que había sido capaz de matar con tal de ganar. Además, nunca había sentido mucha simpatía por su madre ya que todo lo que hacía era regir su vida con reglas inhumanas.

Las pesadillas que tuvo desde que se encontró con su padre eran tan reales y esperables como un verdadero recuerdo.

Y como hace tiempo que Foxy se veía a sí misma como una mujer poseída por un demonio, creyó tener todas las dotes necesarias para cometer un crimen.


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El Chico Zeppelin 1 | 𝕯𝖚𝖋𝖋 𝕸𝖈𝖐𝖆𝖌𝖆𝖓 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora