6| Peleas y maldiciones

643 58 4
                                    

Oops! Această imagine nu respectă Ghidul de Conținut. Pentru a continua publicarea, te rugăm să înlături imaginea sau să încarci o altă imagine.


Florah salió por la puerta del armario tras colgar el teléfono. Tenía una hora para arreglar sus cosas antes que Duff viniera a buscarla, aunque era demasiado tiempo para arreglar una maleta porque no quería llevar todas sus polillentas faldas de lino, sus blusas de abuela y las cosas que representaban la vida que quería abandonar.

Sacó de su closet las pocas cosas que eran útiles y las guardó en su mochila como si estuviera asaltando su propia habitación. Abrió y cerró los cajones sin importarle qué tanto ruido causara sus movimientos, estaba enferma de adrenalina y ya nada le importaba. Tenía un sólo objetivo en su mente y cualquier cosa que se interpusiera en su camino, no podría detenerla.

Fue al baño en busca de su cepillo de dientes, pero se detuvo en seco cuando se encontró con su madre a la mitad del pasillo. Antes de que Samantha pudiera hablar para reprenderla por seguir despierta a esa hora de la noche, observó la mochila que colgaba en el hombro de su hija. Ambas se miraron en un silencio absoluto, mientras que lo único audible en el ambiente era el corazón de Florah que latía con la potencia de un animal asustado.

Su madre entendió perfectamente lo que estaba pasando.

—No vas a ir a ningún lado —articuló Samantha, con el cuerpo preparado para agarrar a su hija de la oreja y meterla devuelta a su cuarto.

—Lo siento —musitó Florah y volteó para bajar las escaleras, renunciando a una conversación con su madre y al cepillo de dientes, pero ella no tardó en agarrarle el brazo para detenerla.

—Te dije que no te vas a ir —volvió a decir y la apretó con fuerza, acercándola a sus narices.

Florah volvió a ignorar su orden jalando el brazo para desafiar la fuerza de su madre, pero Samantha era fuerte y la arrastró sin dificultad hacia el interior de su habitación para alejarla de la escalera. La soltó con violencia.

—Te he dicho que no te irás —el volumen de su voz aumentó—, ¡ya es suficiente! ¿Crees que te mandas sola? ¿Que eres adulta?

—Ya basta mamá —protestó—. Si me quedo, nada va a cambiar. Me tienen atrapada en esta casa como si yo fuera un perro; no voy a la escuela, no puedo usar pantalones, no tengo amigos y los que hice, me los quitaron.

—¿Tú crees que hacemos todo esto para hacerte el mal? —inquirió mirándola bien—. Todo lo que tu padre y yo hacemos por ti es para que entiendas que en esta vida hay peligros de los que tienes que alejarte. Dios nos encomendó protegerte de los males.

—¿Qué peligros? ¿¡Qué males!? —preguntó histérica—. Todo lo que quiero hacer lo hacen mis compañeros, ¡y no se mueren en el intento! No necesito que ustedes rectifiquen cada segundo de mi vida.

Samantha respiró profundamente antes de responder.

—Florah, la vida no es espontánea; existen reglas y valores que se tienen que cumplir. Tu deber como hija es obedecernos a nosotros y no a tus instintos inmaduros. Nosotros sabemos qué es bueno para ti porque Dios nos guía. Si te vas, arruinarás tu vida para siempre y Dios se encargará de darte el castigo necesario para que recapacites y te arrepientas por desobedecer sus reglas.

El Chico Zeppelin 1 | 𝕯𝖚𝖋𝖋 𝕸𝖈𝖐𝖆𝖌𝖆𝖓 ©Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum