Capítulo II: Axel

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En las ciudadelas era costumbre enterrar a los fallecidos, algunos Caminantes asistían a la ceremonia, y aseguraban a sus familiares que el muerto había cruzado al Otro Lado sin problemas

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En las ciudadelas era costumbre enterrar a los fallecidos, algunos Caminantes asistían a la ceremonia, y aseguraban a sus familiares que el muerto había cruzado al Otro Lado sin problemas.

Los Eriline no enterraban a sus muertos, ellos retiraban el anillo que llevaban en la mano izquierda, lo ponían junto a los otros caídos y comenzaban el ritual.

Cuando el cuerpo es recuperado, lo dejan sobre una mesa de mármol  blanco, cubiertos por una sábana de seda negra. El miembro de más alto rango recita las palabras sagradas en la lengua de los dioses, mientras el Caminante extraía el último aliento del fallecido. La bruma blanca permanecía en su palma hasta que el Fényx incinerada el cuerpo, las cenizas eran recogidas por el viento de un Natural y guiadas hacia el balcón.

—Reúnete con nuestros creadores, hermano —susurraba el Caminante.

En las Garitas los cuerpos se quemaban en los hornos y las cenizas se entregaban a sus familiares. No existía ceremonia o palabras de consuelo, sólo una transacción de negocios. Cuando Axel preguntó por qué no ofrecían una ceremonia, el hombre que le había dado el trabajo le dijo:

—Quemamos a nuestros muertos y los esparcimos en la tierra que nos falló, es suficiente para nosotros. —Se encogió de hombros y arrojó el humo de su cigarrillo al rostro de Axel. —No necesitamos grandes ceremonias para despedirnos, porque no lo hacemos. Siempre los llevamos en nuestros corazones.

Cuando Axel formó parte del ejército Eriline vio mucha muerte, en su mayoría observaba los cuerpos de los Hatuk, pero sobre todo de las Besta que lograban matar. En pocas ocasiones contempló el cadáver de un amigo, un compañero. Desde que llegó a la Garita, no paraba de ver los cuerpos de personas a las que conocía, gente que saludaba en las calles, aquellos que lo ayudaron cuando llegó al pueblo sin nada más que unas cuantas monedas en el bolsillo.

El trabajo no era fácil, pero ponía comida en la mesa y ayudaba a no levantar sospechas sobre él y sus poderes.

En la mesa estaba el cuerpo de una anciana que solía vender dulces en una esquina de la plaza, Axel solía comprarle algunos varias veces a la semana porque a Marina le gustaban. Ahora, estaba muerta y él debía incinerar el cuerpo. Con un suspiro de cansancio levantó la mano haciendo bailar las chispas anaranjadas que se enredaban alrededor de su palma, al chasquear los dedos una pequeña llama iluminó todo el lugar. La dejó caer sobre el ataúd, pocos segundos después el cuerpo fue reducido a cenizas.

El proceso de cremación podía ser extenso y tedioso. Los cuerpos debían arder a más de 1000°C por al menos dos horas antes de estar listos.  Axel no seguía el protocolo. Se aseguraba de que los hornos estuviesen libres de trabajadores antes de usar el poder Fényx con los fallecidos, de esa forma dos horas se convertían en unos segundos, le daba suficiente tiempo para escapar de ahí.

Axel sacó las cenizas de la  retorta y las depositó en la urna designada. El último cuerpo de la noche estaba listo, y otra jornada de trabajo acabada.

OblaciónWhere stories live. Discover now