22. Contra El Reloj

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Cuando era pequeña, Roberto y yo nos quedamos encerrados accidentalmente en el cuarto de mamá.

Estábamos jugando y, de la nada, una ráfaga de viento empujó el gran tablón de madera. El pomo estaba malogrado, lo que nos dejó encarcelados.

No me acuerdo en qué fecha ocurrió, pero pasó en uno de esos días importantes. Creo que era una cena o una celebración, el punto es que todo debía salir perfecto, así que mis familiares estaban más atentos en la reunión que en nosotros.

Nadie notó nuestra ausencia, seguramente pensaron que estábamos jugando en algún lugar y lo pasaron por alto.

Roberto y yo estuvimos más de seis horas encerrados, hasta que al fin la tía Luisa nos vino a sacar. Lo peor del asunto es que la vida continuaba como si nada.

Ese día aprendí lo que se sentía ser invisible.

Por eso cuando mamá Alma me encerró en la cocina, no me sorprendió que nadie viniera a sacarme pese a mis gritos.

Era normal que no notaran mi ausencia.

Pasaron más o menos veinte minutos y yo continuaba ahí, con los ojos ardiendo y el cuerpo temblando.

Golpeé la puerta cinco veces más, pero nadie parecía escucharme. Supuse que mamá Alma ya los había reunido para ir por la Vela y que estaba sola en la casa.

Tal vez ya habían llegado al escondite. Tal vez ya tenían la Vela. Tal vez no había salvación.

Entonces la araña volvió a aparecer.

Le sonreí, al menos era una compañía en mi soledad y fracaso.

—Hola, amiga —dije—. ¿También estás teniendo un mal día?

La araña caminó unos milímetros.

—Sí, igual yo.

Mis ojos se humedecieron y percibí unas cuantas gotas rodando por mis mejillas.

—Se acabó... —susurré—. Todo esto se va a destruir y... No pude evitarlo. Estamos muertas, arañita. Y... Y yo ni siquiera...

¡PAM!

Sentí un golpe en la puerta que me sacudió y me obligó a ponerme de pie.

—¡Laura! —llamó una voz familiar al otro lado—. ¡¿Laura, estás ahí?!

Una sonrisa de alivio se asomó en mi rostro al oírla. Sentía que había pasado una eternidad desde la última vez que habíamos hablado juntas.

—¡Mamá! —exclamé entusiasmada pese al nudo en mi garganta—. ¡Mamá, aquí estoy! ¡Aquí estoy!

La escuché sollozar de la felicidad y yo también lo hice. No estaba sola. No me había olvidado.

—Tranquila, mi vida, no te muevas. Te vamos a sacar de ahí, ¿okay? ¡Luisa, ahora!

¡PAM!

Y de pronto, la puerta fue arrancada de un tirón. Una nube de polvo ascendió sobre mí y me provocó un par de toses.

La nube blanca se disipó poco a poco, hasta que mi campo visual se liberó.

La tía Luisa estaba sosteniendo la puerta, el tío Antonio y el tío Camilo estaban a su lado, mirando el interior de la cocina.

—¡Laura! —gritó mi mamá, con una enorme sonrisa de alivio.

Ella corrió hacia mí sin frenar, evitó los escombros con facilidad y antes de que lograra reaccionar, ella se arrodilló y me abrazó con fuerza.

✨No se habla de Mirabel✨ || Encanto AUWhere stories live. Discover now