CATORCE

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-Bien, -Cen agarró sus manos juntas ante mí. Su gesto comedido y amable pero determinante. -debemos hablar.

Él miró a su alrededor como si las paredes y el techo de la tienda real, que traía desde Sussex, pudieran darle a un príncipe algún tipo de intimidad o protección del mundo exterior. Eran demasiado finas para esa clase de lujos.

Habíamos cabalgado hasta un remoto escondrijo al borde de un bosque y al sur de la poza donde Cyra nos dejó. Era de esperar que mi hermano no entrase en el bosque.

Viajaba acompañado de diez hombres bien armados y peligrosa y orgullosamente bien identificados, si me preguntan a mi, pues seguíamos en un reino lejano. Y éramos tres príncipes. Tres muertes muy satisfactorias para los enemigos de nuestros padres.

Athel reposaba apoyado en una mesa de madera maciza de lo más ostentosa. La miré con incredulidad.

- ¿A quién has hecho cargar con esa mesa desde el castillo, Cen? -dije. Él me miró como si me hubiese salido un tercer ojo.

-Necesitaba mantener a padre informado de mis avances. -se justificó.

- ¿No sabes escribir sin un escritorio de roble macizo? -le dediqué una sonrisa torcida y él me fulminó con la mirada. Con sus ojos ámbar, su rostro afilado y sus rasgos tan parecidos a los míos, pero ligeramente más anchos y marcados.

-La cuestión es, -me interrumpió mirando a Athel. Él, no dejó de observarnos, buscando y viendo las similitudes entre nosotros, supuse, y digiriendo la noticia. Noticia que aun no había podido asimilar ni yo misma. -que tenemos un pequeño inconveniente.

-Desde luego. -murmuró el cazador.

-Le pido, -mi hermano miró a la esquina donde Hilda nos observaba entretenida. -amable señorita, que nos deje unos momentos.

El gesto amable de mi hermano se congeló en ella mientras Hilda sonreía como un felino. Vi en sus rasgos que estaba esforzándose mucho por no estallar en carcajadas.

-No será necesario. -intervine. -Ella está conmigo. -Mi hermano iba a desestimarlo mientras, con fingido desdén, se colocaba el cuello de la camisa negra. Yo seguí: -Puede escucharlo de primera mano o-

-O lo escucharé con mis poderes de bruja.

El rostro de mi hermano palideció y por el rabillo del ojo vi las comisuras de los labios de Athel temblar, por primera vez en horas. Cen llegó muy cerca de mí, me agarró del brazo y me llevó a la esquina opuesta de la tienda, de espaldas a los otros dos presentes. Como si realmente nos separase una distancia ostentosa y aquellos no fuesen a escucharnos. Suspiré.

-¿Estás demente, Eda? -susurró. -No debes dejar que el hermano de tu futuro esposo piense que eres una bruja. O que vas con una.

-No tienes que preocuparte por él. -susurré de vuelta. -No hay nada que no sepa ya.

Sostuvo mi mirada, con pesar.

-Estamos en un buen lío.

- ¿Por qué? -pregunté. Ladeé la cabeza, mirando aquella expresión tan de él. Siempre preocupado, siempre temerario.

-Godric está matando a las mujeres de Kent acusadas de brujería. -murmuró. -No es como padre, en Kent castigan sin piedad. -me miró con seriedad, cerciorándose de que le entendía. -Tus juegos excéntricos deben terminar. -Apreté los puños a ambos lados de mi cuerpo. Mi futuro esposo mataba a las almas que yo defendía.

Hasta aquél momento, no me había parado a evaluar la gravedad de la situación. Ahora, justo ahora y nada más ni nada menos que ahora, entendía al fin que el castillo de Canterbury, mi futuro hogar, probablemente sería como meterme en la boca del lobo. Un peligro inevitable. Un lugar plagado de injusticias. Cuan protegida me había tenido siempre Edward el grande. Casi pude ponerme a reír.

Hiedras y Espinas - Parte unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora