"Casa de los hermanos, veinte minutos. Creo saber dónde está". 

No me molesté en responder, ya que igualmente tenía que pasar por la casa de mi tío para recoger alguno de sus mandados. Cuando estaban en preparativos para la noche del diablo las cosas se ponían feas por el lugar y no me quedaba otra que ser usado como mandadero o ganado de carga.

***

Luego del entrenamiento y al caer la tarde conduje hasta la casa en el pueblo, esperando encontrarme con algo importante o quedarme decepcionado en el intento por haber perdido mi valioso tiempo en otra cosa. El clima comenzaba a cambiar a invierno, gracias a eso el día se encontraba lluvioso y gris, una ocasión perfecta para que la que los miembros de la banda de mi tío hicieran sus encuentros y reuniones delictivas con muchas drogas o alcohol o ejecutaran a alguien.

Lo primero que noté al llegar fue que las paredes de la casa vibraban por lo alto que estaba la música. Alguna canción al azar de rap sonaba en el estéreo gigante de la sala, sustituyendo a la heavy metal que normalmente le gustaba a mi tío.

Un par de chicas en topless se acercaron para saludarme, pero rápidamente las ignoré con un gesto en la mano para que se hicieran a un lado. A cualquier otro hombre en la sala el par de chicas le hubiese parecido atractivas, para mí, aquellas mujeres solo podían producirme un sentimiento de lástima mezclado con asco.

Sus ojos inyectados en sangre me trajeron a la mente la viva imagen que proyectaba Stacy en los días anteriores a su muerte. Se veían tan frágiles y pérdidas que nada en el mundo iba a lograr salvarlas.

Y también por nada en el mundo iba a querer tirármelas.

Necesitaba completar mi tarea, por lo que con la mirada busqué a Riven, quien se encontraba sentado en uno de los sofás con Thomas y algunas de las strippers que andaban por el lugar. Entre ambos se pasaban un porro al hablar y por sus gestos de risa ambos estaban llevando un viaje hacia la última galaxia desde que había comenzado la noche.

Me acerqué a los dos, aprovechando el descuido de Thomas para quitarle el porro que apretaba entre las manos. Sus ojos estaban dilatados y sus narices mocosas; me miraron con extrañeza, pero en vez de protestar, sus bocas solo se abrieron para soltar unas carcajadas sonoras.

—¿Están de coña? —le reproché a los dos, mi tono serio sonando como una clara advertencia—. No puedo creer que en serio se estén drogando. ¿Un jueves?

Los dos me miraron hastiados, por lo que enseguida, y luego de hablar, apagué el porro lanzándolo dentro de un vaso medio lleno con un algún líquido dudoso que hizo que Riven soltara una maldición.

Los necesitaba sobrios para trabajar, no como dos mierdecillas drogadas y borrachas a punto de desmayar que podían cometer algún error.

—¿Tan pronto vienes a aguar la fiesta? —bufó—. ¿Por qué mejor no te unes a la diversión? A ver si con un poco de chupar y soplar se te quita la amargura que traes. ¿Te apetece, no?

—¿Crees que pasando una tarjeta y luego follando con una puta que me contagie sífilis me voy a divertir? —Le sonreí con burla—. Creo que eso no va a pasar.

Conocía cientos de imbéciles en la tierra, algunos trabajaban con mi tío, fumando más mota que manteniendo aire en los pulmones, otros eran miembros de fraternidad que no podían recordar ni siquiera donde dejaban su tarjeta estudiantil para entrar a clase, pero ninguno como el par que se drogaba en un momento tan crítico como ese y que señalaban a una tarjeta toda babeada para jugar.

Necesitaba encontrar a Samantha y que no pareciera tan obvio que estábamos planeando un golpe de estado, y mierda si no me ayudaban no sabía que iba a hacer.

Mátame Sanamente Where stories live. Discover now