Bienvenidos a los MUA

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Habían pasado un par de semanas de viaje, haciendo gran número de paradas para evitar ser detectados o atraer la atención de excesivos seres. Tras varias prácticas, Luan logró conducir sin a penas problemas, se le desviaba en ocasiones hacia un lado, pero ya había dejado de chocarse. No podría sacarse el permiso, pues no había aprendido a aparcar ni lo que significaban la mayoría de señales de tráfico, pero en aquel mundo plagado de muerte tampoco le era necesario, solo se necesitaba no chocarse, una manguera y aguantar el sabor asqueroso cuando vaciaban otros coches abandonados o estrellados. Ellos únicamente abandonaban el coche en cuanto detectaban la presencia de algún grupo numeroso de aquellos seres, solían salir de la carretera, atraerlos hacia uno de los lados con trampas que hiciesen ruido y se mantenían ocultos. 

Las noches que no llovían las pasaban al raso entre los arboles mas cercanos, por las mañanas antes de emprender el viaje de nuevo, Klaus la obligaba a hacer algún tipo de entrenamiento. Últimamente se centraba más en enseñarle a defenderse cuerpo a cuerpo, pero el hombre era bastante tosco, conocía la teoría, pero resultaba evidente que no sabia pelear. La mayoría de cosas que le enseñaba eran agarres, estrangulaciones e inmobilizaciones. Cosas que contra esos seres violentos resultaban inútiles, hubiese sido mejor que le enseñase a disparar aquella pistola Tokarev que siempre ocultaba entre sus ropajes.

Ahora ella descansaba en el asiento trasero, la pena la invadía y tenía una fuerte presión en el pecho. Hace unos kilómetros se encontraron con la primera persona viva que habían visto desde que todo empezó. Era un chico joven con un casco de ciclomotor en su brazo, al ver el coche acercándose les hizo señales. Ellos redujeron la velocidad aún a bastante distancia, debían estudiar la situación. El joven se acercaba saltando un par de cercas bajas de piedra de las casas cercanas. Entonces el chico hizo lo peor que podía haber hecho, se puso a gritarles si podían llevarlo a la siguiente ciudad.

En pocos instantes cinco de esos seres, atraídos por los gritos, lo habían rodeado y aunque logró romperle el cráneo a uno golpeándolo con el casco, no pudo evitar que los otros se lanzaran a devorarlo vivo. La primera persona viva que veían y no duró más de 5 minutos... Para Luan, el mundo ya no era aquel lugar lleno de vida y risas donde todo se solucionaba con optimismo o esfuerzo.

-*hiiiiiissss* *haaaaaaaaahhh* No sé cómo debió sobrevivir hasta ahora, pero es una lástima. No debió gemir de esa manera.

Luan no respondió, solo intentaba dejar de pensar en que aquel extraño podría haber sido alguna de sus hermanas o Lincoln. ¿Lincoln? No, a su hermano le gustaban demasiado los programas de zombies y fantasmas como para no saber lo básico. El estaría bien, seguro. 

Todo se animó más al llegar a las afueras de la ciudad próxima a la frontera. Había muchos vehículos taponado el acceso por carretera, pero pudieron sacar bastante combustible de estos y dejar el auto preparado y girado en la dirección de la que venían. Si debían huir, ahora tendrían más de medio depósito de combustible para hacerlo.

Lo que de verdad les animó fue el ver en la entrada de la ciudad varias barricadas, algunas de cemento, otras solo de objetos apilados y las centrales eran unas verjas metálicas. A los lados de estas barricadas podían observar un buen número de cadáveres, pero en el acceso de la carretera, delante de las barricadas, solo había rastros de sangre. En aquel lugar había gente y se molestaban en mantener los accesos despejados. Tampoco se veía a ninguno de aquellos seres violentos cerca, pero si tardaban demasiado se haría de noche y no podrían distinguirlos a lo lejos.

Luan se sentía exasperada por la lentitud con la que avanzaba Klaus, a cada poco se detenía detrás de alguno de los vehículos, toqueteaba el retrovisor y observaba detenidamente toda la entrada a la ciudad. A penas les faltaban dos hileras de coches antes de llegar a la barricada y ella ya estaba impaciente por ver a alguien vivo. La rechoncha mano del hombre se extendió delante de su cara, se fijó en su ceño fruncido y con una simple señal le indicó que se agachara detrás de uno de los vehículos y esperase. Siempre que ponía esa cara era porque había notado algo que no le gustaba y la mayoría de las veces acertaba. La joven Loud se arrodilló tras un coche volcado y miraba a través de las ventanillas rotas como el rechoncho hombre avanzaba lentamente.

La risa finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora