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Me estiré entre las sábanas perezosamente al saber mi cuerpo que era de día por los suaves rayos de la luz del Sol que entraban por el cristal de la ventana. Me incorporé mirando la hora en el móvil: las once y cuarto de la mañana.

Sin ganas de hacer absolutamente nada durante todo el fin de semana, me levanté rascándome la cabeza mientras que salía de la habitación. Bostecé energéticamente en dirección al cuarto de baño para hacer mis necesidades. Me miré en el espejo, tenía todo el cabello revuelto junto con mis ojos llenos de eyeliner, parecía un panda.

Bajé por las escaleras yendo hacia la cocina, no obstante, pegué un grito en cuanto me encontré a cierto peliblanco sentado en la mesa comiendo lo que fuera que estuviera comiendo.

Me analizó de arriba a bajo con una sonrisa ladina, como si le hiciera gracia las pintas que llevaba. Fruncí el ceño furiosa.

—¡¿Qué coño haces aquí?!, ¡fuera de mi casa! –miró su comida para, posteriormente observar la pantalla de su móvil.

—Es verdad que alguna vez he usado mi teletransporte para adentrarme en casas abandonadas, pero nunca lo hice en una habitada... No se siente nada mal –gruñí por su contestación dirigiéndome hacia él para agarrarle del brazo y levantarlo de su asiento –. Eh, eh, eh, ¿qué haces?, aún no he terminado de desayunar.

—¡He dicho que te vayas, nadie te ha invitado aquí! –sin embargo se agarró al marco de la puerta haciendo fuerza contrarrestando mi enfado. Colocó su brazo sobre la parte superior de este para mirarme a los ojos.

—Ahora me puedes odiar todo lo que tú quieras, pero los dos sabemos que finalmente caerás rendida a mis pies –fruncí el ceño sin entender el significado de sus palabras –. Desearás que me quede, suplicándome que esté contigo hasta un nuevo amanecer... –aquellas frases se adentraban en mis oídos de manera que mi corazón empezaba a palpitar fuertemente. Dejé de hacer fuerza contra su cuerpo destensando mis músculos. Rió –¿Y ese pijama que me llevas?

Parpadeé un par de veces, como si hubiera logrado bajar al planeta Tierra. Miré mi ropa, tan solo era una camiseta fina de manga larga que tapaban mis manos decorada con una cabeza de un gato junto con unos pantalones anchos de color grisáceo que me proporcionaban calor además de ser cómodos.

—Nadie ha pedido tu opinión –relajé mi tono de voz yendo hacia la despensa para coger una taza e ir preparándome la leche caliente –. ¿Qué pretendes? –no tenía más remedio que dejarlo estar ya que no podía hacer nada. Él era mucho más alto y fuerte que yo, con buenas proporciones faciales, una voz más grave, buen aroma corporal... Resoplé quitándome aquellos pensamientos de la cabeza sintiendo como mis mejillas se tornaban de un leve rojo carmesí.

—¿Yo? –escuché sus pasos acercarse a la mesa para volver a sentarse –, yo no pretendo nada, ¿o es que no puedo desayunar en casa de mi "amiga"? –apreté la mandíbula con fuerza al acabar de preparar la comida. Posteriormente me mantuve de pie mientras que bebía de la taza.

—¿Tu amiga, eh?, ¿desde cuándo somos amigos?, no recuerdo entablar una conversación normal contigo ni tampoco los buenos tratos. –siguió comiendo tranquilamente.

—Bueno, quizás hubiéramos hablado tranquilamente si no te hubieras puesto a la defensiva el otro día –sonrió maliciosamente –. Te he traído otra chaqueta, ya que pensaba que la que te di no te gustaba –me quedé mirándole cómo una víbora a punto de matar a su presa –. La tienes en el salón.

Acabé de desayunar rápidamente para dirigirme al salón divisando una chaqueta color rojo como la sangre misma encima del sofá. Era deportiva, además de tener un diseño bastante bonito por las letras japonesas en dorado que se posicionaban en la manga izquierda.

✧*。ռɨñata ɨռɢɛռʊa✧*。/human!fell Papyrus x reader/Where stories live. Discover now