Miré a los lados buscando a las personas que estaban en el campus y cuando me encontré sola sostuve la tarjeta de las flores que me había guardado en el bolsillo antes de salir del aula.

Por extraño que pareciera no tenía alguna etiqueta o un logo que indicara a qué lugar pertenecía, solo era una simple cartulina grabada con un número de teléfono para contactar.

Necesitaba encontrar a Aiden con urgencia, así que miré mi teléfono para comprobar la hora y ver si los entrenamientos de la mañana ya habían comenzado. Desde que las hermanas malvadas no aparecían por la facultad las prácticas estaban siendo canceladas día tras otro. A la coach no parecía importarle y gracias a eso la escuadra comenzaba a debilitarse justo cuando se aproximaban las estatales.

Comencé a caminar por los pasillos y me detuve frente al grupo de chicos ruidosos que vociferaban sentados sobre el césped del campo de juego. La mayoría de ellos eran altos y guapos; cumplían con el típico estándar del deportista universitario, hasta que los mirabas bien y descubrías que, de hecho, eran amables y de un trato generoso.

Con la mirada busqué a Aiden y suspire aliviada al ver que se encontraba sentado hablando, mientras anotaba jugadas en una libreta y se las explicaba a sus compañeros, quienes lo escuchaban de forma detallada.

Lucía un ademán disgustado, ya que las venas de su cuello se encontraban tensas y sus ojos entornados a lo que estaba haciendo me indicaba que estaba diciendo algo importante.

Por lo regular, este tenía tres modos. El primero, donde fingía ser una persona normal con metas y preocupaciones, el segundo, donde era una persona cruel y despiadada, que no conocía la clemencia, y el tercero; el que aún no lograba identificar, pero que de todos modos era más siniestro que todo lo anterior y sin embargo no me asustaba, pero sí despertaba mi curiosidad de forma latente.

Me quedé quieta, observando como garabateaba equis y ceros en los apuntes que realizaba.

Este parecía tan concentrado anotando en su hoja que no me di cuenta que llevaba el suficiente rato mirándolo como para que todos notaran que de alguna forma podía incomodarlos o distraerlos de las jugadas que planificaban para los partidos finales.

—¿Te quedarás parada ahí mirando? ¿O solo no vas a saludar? —musitó Aiden, cuando de repente alzó la cabeza, dejando de hacer los apuntes en su cuaderno y luego me miró.

De las bocas de sus compañeros se escucharon unas risas incómodas que me hicieron sonreír con amabilidad. Esperaba ansiosa a que este se pusiera de pie para que pudiéramos hablar.

Todos en el campus asumían que teníamos algo e indudablemente era demasiado obvio.

—¿Te puedes acercar? —le pedí entre dientes.

Este me miró con el ceño fruncido, pero rápidamente se puso de pie sacudiéndose sus jeans para quitar los restos de grama que se habían acumulado en sus rodillas. Luego caminó hacia mí, estrechándome la mano para caminar, luciendo como otra pareja normal del montón y no como una que estaba planificando cómo desaparecer a casi toda la ciudad.

—Estás pálida y te están temblando las manos ¿no se supone que debías estar en tu clase? —Aiden habló de pronto, al mismo tiempo que tomó mi rostro suavemente y lo inspeccionó—. ¿Qué te pasó?

Minutos antes los dos habíamos tomado asiento detrás de las gradas, donde no había nadie y podíamos hablar.

Hundí la cabeza y de mi bolsillo trasero volví a sacar la tarjeta de papel que ahora estaba arrugada y se la extendí, él la tomó entre las manos y la observó con impaciencia.

—No es la primera vez que recibo flores, ¿sabes? —le indiqué—. Ha pasado varias veces, revisé la tarjeta, pero solo estaba ese número.

—¿Y por qué no lo habías mencionado? —inquirió él con un tono más ronco.

Mátame Sanamente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora