04 | Las cosas que nos definen

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Mica

—Cariño —llamó mi mamá, entrando a la cocina—, ¿ya le ofreciste algo a nuestro invitado?

No, pero puedo ofrecerle besos en mi habitación. Algo me dice que los aceptaría con gusto, pensé.

—Estoy bien así, muchas gracias —respondió él con un tono de voz suave y aterciopelado—. Pensaba hacer ensalada césar, ¿o hay otra cosa que prefieran?

Mi mamá estuvo a punto de desmayarse de la emoción y hasta le ofreció que no hiciera nada, dada su amable actitud. Sin embargo, Matías insistió en ayudar y yo no me opuse: si él no cocinaba entonces me tocaría hacerlo a mí y eso no era una opción.

—Si me pones a escoger... —dije desde mi esquina segura—, preferiría papas fritas, pero mejor haz la ensalada.

—Se dice «por favor». —Mamá me miró a modo de regaño.

Por favor, Mario, ¿podrías prepararnos una jugosa ensalada para acompañar con el exquisito asado que harán mi madre y su marido?

Mi mamá se puso roja porque: uno, odiaba que yo dijera que Raúl era su marido cuando eran «novios»; dos, ante sus ojos estaba siendo una maleducada, sobre todo por decir mal el nombre de nuestro dulce invitado.

—Micaela... —pronunció con ese tono de voz que quería decir «como sigas, vamos a tener problemas».

—Era una broma —la calmé. Me acerqué a ella y le di un beso en la mejilla—. ¿Por qué no vas con Raúl y lo ayudas con el asado? El muñeco de torta y yo nos encargaremos de la ensalada.

No muy convencida y tras lanzarme una mirada de advertencia, se retiró. Me giré hacia Matías, quien estaba con los brazos cruzados y una mirada bastante divertida. Me senté sobre el mesón y él se acercó a mí, lento, como si estuviera comprobando cuál era la distancia ideal que podíamos tomar.

—Puedo hacerte papas fritas —propuso en voz baja.

—No hagas esto, por favor —respondí, llevándome una mano al corazón con dramatismo—. Si ofreces cocinarme papas fritas, correrás el riesgo de que sea yo quien jamás te deje ir.

—Entonces las haré con queso cheddar —añadió con intensidad, casi como si estuviera diciendo que le gustaban mis labios.

Irónicamente, sus ojos verdes cayeron sobre mi boca, y los míos sobre la suya.

Fue un momento breve, un intercambio que no tomó demasiado esfuerzo para que ambos volviéramos a mirarnos a los ojos, un poco más sonrojados, y luego empezáramos a reírnos.

Había pasado tanto tiempo sin coquetear con alguien, que casi olvidaba lo bien que se sentía esa incertidumbre inicial y la adrenalina de no saber qué podía pasar y al mismo tiempo trazar un mapa para que sucediera.

—En fin... —Matías se aclaró la garganta y fue hasta la heladera—, ¿quieres las papas o la ensalada? Puedo preparar ambas y...

—En Twitter me están mandando a comer más ensalada —dije como si me causara gracia, cuando no era así—, así que cenaremos eso.

Matías sacó los ingredientes y los puso cerca de donde yo estaba sentada, para que no estuviéramos tan alejados.

—¿A qué te refieres con eso? —curioseó.

—¿No te enteraste? Me tomaron fotos hace un par de semanas cuando fui al supermercado y mucha gente no paró de comentar todo el peso que estoy subiendo. También recibí un montón de correos de nutricionistas ofreciéndome sus servicios... Ya sabes, nunca falta un oportunista.

Icónica [Indie Gentes #2.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora