Las flores son el nuevo símbolo de poder

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Melione abrió los ojos, miró al techo de aquella posada el cual estaba deteriorado y sucio, pero no le importo

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Melione abrió los ojos, miró al techo de aquella posada el cual estaba deteriorado y sucio, pero no le importo. Se recostó sobre la cama y miró por la ventana donde los rayos de sol se colaban por los agujeros de la raída cortina.

Suspiró, la última vez que había estado en un sitio similar había sido con Nathair. Donde la había amado hasta lo más profundo de su ser para luego ir a la trampa que habían preparado juntas. Pero ahora su mujer estaba lejos y le costaba tanto poder acceder a ella que solo de pensarlo le dolía el pecho, como si un puñal le atravesara el corazón.

Se levantó, y se dirigió al baño donde se sentó en la letrina mientras pensaba en cómo afrontar aquel día. Al terminar se miró al espejo que había encima del lavabo, y vio reflejada su mirada. Sus ojos denotaban cansancio, su pelo estaba enredado y encrespado, y su color de piel hacía que se viera como un fantasma.

Entonces llamaron a la puerta, Melione salió del baño mientras estiraba los brazos y los músculos. Abrió la puerta y Cian la miró apoyado en el borde de la puerta con una bandeja en la mano. Estaba perfectamente vestido, con unos pantalones beige y una camisa blanca. Su pelo negro estaba peinado hacía un lado y una sonrisa traviesa perfilaba sus labios.

―Buenos días, majestad. Me he tomado la molestia de ir a por vuestro desayuno.

―Buenos para ti―cogió la bandeja y le dio la espalda a Cian para cerrar la puerta con el pie.

―En una hora partimos―dijo este tras la puerta.

Melione se sentó en el colchón y cruzó las piernas. Miró la bandeja con un plato de huevos y carne, y un vaso de zumo. Pinchó el huevo y comenzó a cortarlo para mezclarlo con la carne, se llevó un buen trozo a la boca para luego beber la mitad del zumo. Comió compulsivamente aprovechando que no la veía nadie como había hecho tantas veces antes de estar en Emyerald. Se limpió la boca con el dorso de la mano y se terminó el vaso. Dejó la bandeja a un lado de la cama y se levantó.

Se dirigió hacía la bolsa que tenía sobre la única silla que había en la habitación. La abrió con dedos delicados dado que era de una tela que parecía cara y el cierre era de oro. Sacó de dentro un vestido del color de las amapolas con mangas finas de encaje. Lo dejó sobre la cama para seguir sacando lo que había dentro. Una polvera con maquillaje, unos pendientes de cristal rojo y su corona de flores hecha de metal fue lo que sacó a continuación. Cerró la bolsa y miró todo lo que había depositado sobre el colchón.

No tenía ganas de ponerse aquella ropa tan ostentosa que no iba nada acorde a su carácter, pero aquel día tenía que desempeñar un papel y para ello su imagen era muy importante. Así que a desgana se quitó los pantalones que llevaba y la camiseta. Delante de su cama había un espejo mellado en las esquinas, el cual le serviría para poder verse.

Miró su reflejo en el espejo, su piel imperfecta llena de cicatrices de tantos años de trabajo, sus poderosos músculos que había conseguido cultivar en aquellos meses. Sonrió de medio lado mientras apartaba los mechones de su pelo de sus hombros para dejarlos todos en su espalda. Cogió el vestido y se lo pasó por las piernas, después lo subió hasta su torso y se ciñó las mangas. Sus yemas brillaron con una luz verde mientras las pasaba por las botonaduras de la espalda. Hasta terminar cerrando la última cerca de la base de su cuello.

Corona de venganza y magia ancestral [Legado Inmortal 2]Where stories live. Discover now