Días después de verme con esta, cuando Aiden y yo nos reunimos para hablar luego de mi regreso, le había contado que solía soñar con cosas que parecían ser de mi pasado, pero que al mismo tiempo no tenía la certeza de sí habían ocurrido en realidad.

Hasta ese momento creía que las cosas no eran como las recordaba, un rompecabezas sin sentido con piezas faltantes. Poco a poco todo fue encajando, revelando así una inevitable veracidad. Yo no había mentido cuando dije luego del funeral que creía haberla matado, él mismo al estar en el lugar pudo comprobarme allí.

Todo ese tiempo, meses y meses de sufrimiento y agonía, había estado investigando el asesinato que yo misma acababa de cometer.

Mis manos en su mandíbula, las píldoras en su boca y luego el perder la conciencia me llevaron a creer que esa era la verdad. Mi planes nunca habían sido matarla, por lo menos no al principio, así que debía existir una razón de peso mayor como para decidir acabar con su vida. Solo que en ese momento me estaba comiendo las neuronas, sentada en el asiento de mi auto, incapaz de recordar gracias a las respuestas crípticas que mi mente me estaba dando.

Mis piernas no dejaban de temblar, ya estaba por amanecer y necesitábamos enfrentar la realidad.

Aiden me estaba haciendo sentir cómoda de una forma que nadie lo había hecho en años y utilicé ese sentimiento para justificar un comportamiento del que debería haberme avergonzado. Necesitaba que Sidney traicionara a Samantha sin que me preocuparan las consecuencias causadas, al menos de esa forma iba a poder usar algo para mi propio beneficio.

Hacerle creer a esta que la otra más que su hermana era su enemiga.

—Desde aquí escucho tus pensamientos, ¿sabes? —Aiden se burló en su lugar, mientras conducía tenía una expresión cansada que no podía dejar de mirar.

—No era mi intención —le argumenté. Mis dientes no dejaban de castañear y desde que estaba en la carretera tenía la cabeza hecha un lio.

—Deja de disculparte. Tus pensamientos en este momento son como moscas molestas que te persiguen cuando vas a cenar, espántalos o no podrás respirar. —Él me miró con severidad.

Había dejado en claro sus sentimientos durante la noche anterior, cuando me arrinconó tras haberle dicho que quería terminar con mi vida. Estaba confundida y hecha un manojo de nervios, pero a pesar de eso sabía que cuando él tomaba una decisión —y la tomaba en serio— no daba vuelta atrás.

Una hora y media más tarde, cuando llegamos al campus, las calles estaban totalmente desiertas. La mayoría de los estudiantes se encontraban durmiendo gracias a la resaca de la noche anterior y otros tantos aún no habían terminado la fiesta.

—¿Recogerás tus cosas o solo volverás a la casa de la fraternidad? —Aiden me preguntó. Su rostro tenía un ademán de negación al bajar del auto y a pesar de esto no dejaba de hablar—. Es peligroso que te quedes con Sidney allí, no se va a quedar tranquila y lo más seguro es que para esta hora Heck ya se haya enterado de todo el show.

—No sería la primera vez que no duermo en el campus, de todos modos —me burlé, al mismo tiempo que rodeé el auto para comenzar a caminar.

Estaban las calles solas por lo que podíamos tocar el tema con tranquilidad.

—Okey, ¿entonces cuál es tu plan? Porque espero que me digas que tienes un plan, ¿no?

Me detuve por un momento tras la pregunta de Aiden, cruzándome de brazos al tiempo que sentía como mi piel se erizaba. Olía al roció de la mañana y el frío por mojarme en el lago me estaba matando los huesos.

Luego de un largo silencio, le contesté:

—No tenemos un plan. Solo necesito entrar a esa jodida casa, robar un diario y no terminar presa por invasión a propiedad privada o peor aún... por asesinato a un par de ancianos.

Mátame Sanamente Where stories live. Discover now